La verdad es que no sabría decir por que decidí crear este blog. Lo más sencillo, sería reconocer que siendo el escribir historias algo que siempre me ha gustado. La posibilidad de exponerlas para que cualquiera pueda leerlas me incentivó a tomar la decisión. Sea como sea, esta resultando una interesante experiencia, un atractivo divertimento del que quiero hacer participe a todo el que guste.







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jueves, 16 de diciembre de 2010

LA DUDA

 ( un día de perros )


Inquieta, Marina se revolvió de nuevo en la cama intentando inútilmente encontrar una postura que le permitiera por fin conciliar el sueño. Aquel había sido uno de esos días intensos, repletos de una asfixiante actividad y la verdad es que estaba agotada. Tendría que haber caído rendida y estar durmiendo a pierna suelta. Pero por alguna razón que se le escapaba una extraña sensación de duda la mantenía despierta. Era como si en el transcurso del día algo se le hubiera pasado por alto, y su cerebro tratara ahora de obligarla a recordar ese detalle que no encajaba.
La duda la había asaltado a medía tarde, cuando en un inesperado momento de respiro decidió tomarse un minuto para saborear un café. Acababa de concluir una tediosa reunión con unos clientes especialmente puntillosos que la habían puesto de vuelta y medía. Estaba necesitando urgentemente una ración de cafeína que le levantara el ánimo y la preparara para la vuelta a casa. Era jueves y para rematar semana sus hijos la estarían esperando con un buen surtido de tareas escolares. Primero tendría que preparar el examen de ciencia con el mayor, y luego supervisar los costosos progresos aritméticos del pequeño. Un programa de lo más interesante si señor. Pensó hastiada, terminando el café mientras repasaba mentalmente la lista de la compra que tenía previsto hacer de  camino a casa. Fue en ese preciso instante cuando un fugaz pensamiento cruzo por su mente como un relámpago y sin saber por que se le formo un nudo en el estomago. Repentinamente se sintió embargada por una inexplicable desazón que le acelero el pulso. Era una sensación horrible de la que parecía no iba a conseguir librarse de ninguna de las maneras. Llevaba horas dándole vueltas al asunto tratando de encontrar una explicación, pero nada. Cuanto más lo intentaba más frustrada y contrariada se sentía.
Ahora tras darle muchas vueltas estaba casi segura de que el fallo, – si es que era un fallo – no era una cuestión del trabajo. De regreso a casa y mientras bregaba resignadamente con sus hijos, y con las tareas caseras que tenía pendientes. Había conseguido repasar paso a paso todos y cada uno de sus movimientos en la oficina. Allí la cosa había estado movida, pero aun que un tanto agobiada nada se había salido de madre. Su inquietud no venía de allí, tenía que ser algo personal. Comprendió frustrada cambiando otra vez de postura, procurando no despertar a su marido. Sobre la mesilla de noche el despertador marcaba las cuatro y media comprobó desesperada. Mañana iba a estar para el arrastre y tendría que echar mano de una buena dosis de café que la pusiera a tono, haciéndole polvo el estomago claro esta.
Entonces recordó que aquella mañana al salir de casa su vecina, la señora Clara, le había recomendado unas nuevas vitaminas de lo más eficaces. Se habían encontrado aguardando el ascensor y como era inevitable en cada ocasión, Doña Clara se había lanzado a contarle un montón de cotilleos intrascendentes sobre personas que Marina ni siquiera conocía. Aquellos encuentros matinales era un auténtico suplicio, - el solo hecho de recordarlos la ponía de los nervios - máxime cuando a primeras horas de la mañana ella no estaba para chácharas. Mientras que aquella buena mujer parecía capaz de estar hablando horas y horas sin parar ni preocuparse por el tiempo trascurrido. Era como si le hubieran dado cuerda antes de salir de casa. Disimuladamente, Marina recordó haber intentado desconectar haciendo como si escuchara pero ignorando cuanto decía la buena señora. Tenía otras cosas en la cabeza, el trabajo, la compra, encontrar un fontanero que reparase de una vez por todas el maltrecho desagüe del lavavajillas. Con todo el lió que llevaba en la cabeza los comentarios de Doña Clara sobre sus achaques – En aquel momento debió de comentarle  lo de las vitaminas.- la verdad es que le  sonaron a chino. Marina entendía que la pobre se aburriera y no supiera como ocupar su tiempo más que en chorradas. Pero no veía por que encima tenía que contárselo a ella, que andaba siempre la mar de agobiada intentando sacar tiempo de donde fuese para poder ocuparse de algo tan simple como las cuestiones domesticas que no entraban en su agenda. Lo que daría por un par de horas libres, - había pensado resignada arreglándose el pelo - estaba necesitando  que le recortaran un poco las puntas y aún no había conseguido encontrar un hueco para ir a la peluquería.
     Fue como divisar un faro en la niebla, de pronto todo encajo, se hizo la luz. Angustiada, Marina dio un brinco y se quedó sentada en la cama con el corazón latiéndole desenfrenado dentro del pecho. Mientras el recuerdo de la imagen que había estado intentando recordar con tanto denuedo parecía quedar bruscamente congelado en su memoria, golpeándola con toda su crudeza. La presión en el estomago desapareció como por ensalmo y tras el profundo suspiro de alivio por haber dado con lo que la atormentaba. Marina salto de la cama y se encamino penosamente hacia el cuarto de baño. El recuerdo era ahora demasiado nítido como para tratarse de un error. La había visto de pasada mientras repasaba su imagen en el espejo del ascensor antes de salir a escape para librarse de doña Clara. Aquella imagen casual que apenas debió durar un segundo la había estado martirizando todo el día reacia a pasar de largo sepultada entre todos los demás recuerdos de la jornada, no quería ser olvidada. Resignada Marina entró en el cuarto de baño y se plantó ante el espejo. Donde con las lágrimas recorriendo sus mejillas confirmo el oscuro presagio. A su poblada y orgullosa melena negro azabache había salido su primera cana. Derrotada sintió que le fallaban las piernas y tubo que sentarse en el bidé. Aquello era justamente lo que necesitaba para acabar un día de perros.