La verdad es que no sabría decir por que decidí crear este blog. Lo más sencillo, sería reconocer que siendo el escribir historias algo que siempre me ha gustado. La posibilidad de exponerlas para que cualquiera pueda leerlas me incentivó a tomar la decisión. Sea como sea, esta resultando una interesante experiencia, un atractivo divertimento del que quiero hacer participe a todo el que guste.







Para cualquier sugerencia, crítica u opinión.






jaestrelles@gmail.com






























martes, 21 de febrero de 2012

Esperando a San Valentín ( III final )

-Gracias, que tenga una buena tarde.- dijo la dependienta tendiéndome el ticket con una sonrisa.
- Igualmente.- respondí, y dando medía vuelta salí de la librería resignada a continuar con la espera. Me vino entonces a la cabeza un algo que recordaba haber leído tras los sucesos del 11 S y la posterior guerra de Afganistán. De entre la enorme cantidad de artículos publicados. Me había llamado mucho la atención uno que hacia referencia a cierto sondeo referente el impacto económico que un conflicto bélico solía ejercer sobre los hábitos de las norteamericanas. Al parecer cierto sesudo analista se había parado a analizar ciertos cambios que sus compatriotas femeninas realizaban a la hora de adecuar la economía domestica en tiempo de guerra. Según su estudio entre las cosas en que las norteamericanas tendían a economizar. Los cosméticos ocupaban un lugar apreciable. Era algo pues, en lo que las mujeres buscaban una porción de ahorro domestico. Pero curiosamente de entre todos los cosméticos y productos de belleza que sufrían de esta restricción. Había uno que no solo escapaba a la norma. Si no que se veía claramente reforzado. Las americanas se resistían a prescindir de una buena barra de labios en condiciones y a ser posible de primera calidad. El espíritu del esfuerzo bélico podía llevarse por delante coloretes, sombras de ojos, cremas y de más. Pero el carmín escapaba siempre a esta factura.

La reflexión me hizo pensar que en mi caso los libros sustituían a la barra de labios. Ya podía estar fastidiada mi economía domestica. Que al primer conato de trifulca con Luis había acabado en una librería. De la que salía eso si relajada y con un buen par de libros a los que ya estaba deseando hincar el diente. Claro que en la bolsa con los libros para lastrar a un más mis finanzas, también venía una nueva factura. Una factura en este caso contante y sonante que debería cargarle a Luis. Junto con la extensa factura de pequeños desengaños y decepciones emocionales que me producían sus constantes retrasos. Pensé fijándome en la estilizada figura de la chica de la librería, que al otro lado de la calle hablaba por el móvil paseando inquieta por la acera.
-Si, si, ya se que tenías que ayudar a tu padre con lo del coche. Pero me dijiste que solo te llevaría una media hora así que ya deberías estar aquí-  la oí protestar en tono contrito. Mientras alcanzaba la triste y desangelada playa de almas solitarias en que parecía haberse convertido aquella esquina. Ella se volvió en ese instante hacia mí y nuestras miradas se encontraron.
-Vale, te espero.- dijo resignada. Mientras me dedicaba un leve gesto de saludo que correspondí de igual forma. -Que si pesado que te quiero.  Venga Carlos por favor no seas tonto.- protestó contrariada en tono quejumbroso.-Vale, un beso.- claudicó finalmente -Pero solo uno y más te vale estar aquí cuanto antes.- advirtió reaccionando en un último momento.
En tanto mi teléfono también cobraba vida. Al parecer me había llegado el turno de las buenas palabras y las disculpas improvisadas. Pensé descolgando sin mucho entusiasmo. Antes de caer en la cuenta de que también podía tratarse del aviso de un nuevo retraso.
-Por tu bien espero que ya estés de camino.- espeté en un tono desabrido. Provocado por el temor de mi último y funesto presentimiento.
-Que si mujer, caray que genio. Precisamente eso era lo que quería decirte.- protestó Luis a la defensiva- Hay algo de retención pero estoy de camino. Aunque pensándolo bien la verdad no tengo muy claro que sigas queriendo verme.- añadió. En un estudiado tono lastimero, del que solía echar mano en estas situaciones. El muy gandul se las sabía todas, pensé con un suspiro entre cabreado y resignado. Al menos ya había salido no había más sorpresas imprevistas.
-No seas trasto, que es la menda quien esta aquí plantada esperando mientras se congela.- recriminé algo menos expeditiva.- Estoy por dejarte escritos mis protestas y reniegos. Por si cuando llegues resulta que me he convertido en una especie de momia de hielo. Como la de ese hombre prehistórico que encontraron en un glaciar austriaco.- añadí con ironía, haciéndole reír. Si al final la cosa parecía que iba a arreglarse. Tampoco había por que ponerse demasiado bordes.
- Vale, ya se que la falta de riego en el cerebro puede producir alucinaciones.- aceptó el con resignación -Pero en tu caso esa teoría no sirve puesto que es sabido que estas loca. En fin prometo llegar lo antes posible, un beso.
-Bueno, supongo que tendré que conformarme.- acepté mientras se cortaba la comunicación. Unos metros más allá con expresión aterida y las manos profundamente hundidas en los bolsillos del abrigo. La chica me dedicó una desangelada sonrisa. La pobre debía estar congelada pensé. Mientras un escalofrió me recorría la espalda al recordar el exiguo vestuario que portaba bajo el abrigo.

Reparé entonces en la presencia de un nuevo recién llegado a la esquina de los que aguardan. No había duda, comprobé reconociendo en su expresión contrariada y aire de desconcierto. Las señales inequívocas que le convertían en el ¨afortunado¨ numero tres. Por lo menos esta vez se habían intercambiado las tornas. Pensé satisfecha cruzando una mirada cómplice con la chica que me respondió con un gesto de asentimiento y una mueca divertida. Mientras observábamos el abrumado gesto de decepción del desconocido al constatar finalmente que le iba a tocar esperar. Enhorabuena, bien venido al club. Cinco minutos, cuatros comprobaciones de reloj y dos intentos de llamada sin respuesta después. Estaba claro que a nuestro impaciente y desconcertado compañero de espera. Le faltaba aún mucha experiencia para sobrellevar este tipo de situaciones. Al menos los hay que tropiezan con la horma de su zapato. Parecían decir las sonrisas con las que la chica y yo observábamos sus contrariados manejos. En aquellos momentos el podía estar pasando por nuestra misma situación pero no había lugar para la compasión. Su espera jamás sería comparable a las nuestras. Simplemente hoy le tocaba probar un poco de la medicina a la que “su bando” era tan aficionado.
Quizás fueran precisamente nuestro inmisericorde regocijo y falta de consideración. Lo que propicio que su pareja una sonriente muchacha con un embarazo incipiente. Apareciera justo en ese preciso instante cargada con unas bolsas que el solícito, se apresuro a arrebatarle. Cinco minutos de espera aquello no era un retraso y encima a una embarazada a la que ni siquiera se le podía tener en cuenta. Pensé mirando a mi compañera de fatigas y haciendo un gesto de resignado fastidio. Estaba visto que hoy con nosotras, la vida había decidido ser especialmente injusta. Comprendí sintiendo un arrebato de contrariada melancolía. En tanto un aguerrido motorista ocupaba el sitio dejado por el coche de la feliz pareja.
-¿Qué guapa? ¿Te llevo?- propuso el recién llegado quitándose el casco. Mientras le dedicaba una cautivadora sonrisa a mi desprevenida compañera de espera. Quien le contemplaba atónita con el rostro demudado por la impresión.
-Carlos- acertó a articular la pobre tras unos segundos de pasmada incredulidad.
-¡Sorpresa¡- anunció el chico señalando la moto visiblemente satisfecho. -¿Qué te parece? ¿No es alucínate?- añadió desmontando y yendo a abrazarla. Para atraerla hacia su nueva y reluciente cabalgadura.
  -¿Pero tu, tu dijiste? ¿El coche?- interrogó ella sin dejar de contemplar la moto con expresión horrorizada. Con la que no pude menos que sentirme totalmente identificada. Un paseito en moto en un día como hoy y en sus circunstancias, menuda idea. Pensé compadeciéndome de la pobre chica. La ilusión y el entusiasmo con que ella había preparado su sorpresa iba a quedar congelada en cuanto se subiera aquella especie de maquina infernal. Por que ellas siempre se tenían que estar temiendo. Que las sorpresas que se les pueden ocurrir a sus parejas raramente acabaran encajando con lo que ellas esperaban de ellos.
El sonido de un claxon me sacó de mis cavilaciones. Al fin me dije frunciendo el ceño con un mohín de estudiado disgusto. En respuesta a la andanada de besos que Luis me enviaba mientras acercaba el coche a la acera.
-Soy culpable, perdonadme alteza concededme clemencia.- proclamó saliendo del coche agitando un pañuelo blanco en señal de rendición.
-Menos cuentos, caperucita. Lo que eres es una calamidad.- recriminé arrebatándole el pañuelo y dejando que me besara.
-Si, vale tienes razón lo soy. Pero te quiero muchísimo.- aseguró abrazándome zalamero.
-Claro y eso esta muy bien pero que tal si eso me lo sigues diciendo en otra parte. Sácame de aquí estoy helada.- solicité en tono perentorio.
-Hecho, sus deseos son ordenes.- aceptó haciéndose a un lado y cediéndome el paso hacia el coche.
-¿Has visto? ¿Ese juguete debe de ser una verdadera gozada?- dijo echando un vistazo a la moto. A la que su orgulloso propietario ayudaba a subir a su resignada acompañante.
-Si bueno, creéme hoy no es un buen día para ir en moto.- aseguré en tono enigmático. Mientras mi mirada se encontraba con la de la chica. Ajenos a todo mi Luis y su Carlos siguieron a lo suyo mientras con gesto solidario nosotras aprovechábamos para despedimos. Ella con una sonrisa resignada yo con un guiño cómplice.

sábado, 18 de febrero de 2012

Esperando a San Valentín ( II )

-¿Si busca algo en concreto?- se interesó amablemente la dependienta acercándose. Había terminado con los chicos que salían en aquellos momentos dejándonos a solas.
-En concreto la verdad es que no. Solo miraba a ver si algo podía ser interesante.- dije dejando el estuche con gesto resignado. Mientras una idea repentina me venía a la cabeza. - Aunque la verdad es que ahora que lo dice hace unos días me recomendaron una novela corta. El Alambique, me parece que se llamaba. No recuerdo el autor y me parece que salió hace ya algunos años. Pero se ha vuelto a reeditar.- comenté, repentinamente interesada y sorprendida. Pues si bien recordaba el titulo y los comentarios. La verdad es que ahora mismo no conseguía situar a la persona ni el momento en que se había producido aquella conversación.
-El Alambique, no se, el caso es que me suena.- aseguró la dependienta. Encaminándose hacia unas estanterías colocadas paralelamente y repletas de ediciones de bolsillo. -Últimamente nos han llegado un buen número de reediciones.- añadió empezando a repasar los estantes con gesto experimentado.
-Bueno la verdad es que aunque se comentó que era una reedición, tampoco sé, si era de ahora.- reconocí en tono contrito. Acercándome junto a ella que sonrió con gesto tranquilizador. 
-Bien, nadie dijo que fuera a ser fácil- comentó divertida. Rodeando la estantería y poniéndose en cuclillas para empezar a repasar atentamente los ejemplares de los estantes inferiores. Gesto que imité, quedando mis ojos frente a una nutrida representación de ejemplares de Vázquez-Figueroa. Que rápidamente desestimé tratando de ver que hacia mi guía. Quien si parecía haber encontrado algo. Justo en el momento en que la campanilla de la puerta anunció que alguien entraba en la librería.
-¿Rosa?- inquirió una joven voz femenina. - Rosa, soy yo.- anunció la voz acercándose.
-Genial ¡¡ Mira por donde resulta que la paloma ya vuela libre.­- comentó la dependienta en tono irónico a modo de respuesta. Mientras sacaba un ejemplar que me mostró enarcando las cejas, pues resultó ser de El Aleph. Lástima pareció decir con un mohín decepcionado.
  -Ya muy graciosa.- oímos refunfuñar la recién llegada. Que siguió a lo suyo.- ¿Dónde andas?­ -añadió en tono apresurado.
-Estoy aquí un minuto, no seas impaciente relájate. Que mucho quejarte y protestar pero al final vas a conseguir escaparte antes.- suspiró Rosa resignada devolviendo el libro a su lugar.
-¡Antes¡ Antes me hubiera ido, si no fuera por esa condenada puerta. He vuelto a tener que pelearme con ella para conseguir cerrar.- protestó la chica con vehemencia. Mientras la oíamos acercarse con paso decidido.- Bueno a lo que interesa. ¿Que te parece como me queda?- dijo rodeando la estantería. Mientras se abría el abrigo con gesto decidido. Dejando ver una delicada y vaporosa negligé. Bajo la que resaltaba un espectacular conjunto de lencería negra.
-¡Mierda¡- exclamó la chica. Al verme arrodillada frente a ella, contemplándola con expresión alucinada. –Joder, joder- resopló. Apresurándose a cubrirse con el abrigo con gesto turbado mientras desaparecía rápidamente en dirección a la trastienda.
-Lo siento.- se disculpó la dependienta con gesto de circunstancias. Cuando consiguió reaccionar tras el evidente desconcierto. -Primer San Valentín con novio formal.- reveló en tono de confidencia, con expresión cariacontecida.
-En tiendo.- respondí asintiendo comprensiva. Antes de que las dos empezáramos a desternillarnos de risa por lo sucedido.
-Le ruego que nos disculpe- pidió la dependienta tratando de contener la risa. Se le habían saltado las lágrimas.
-No se preocupe es una de esas anécdotas que podré estar contando toda mi vida.- aseguré restándole importancia.  
-En fin comprobaré lo de ese titulo. Si quiere seguir echando un vistazo. En la estantería de la esquina encontrará una selección de nuevos autores sudamericanos. Parece que vale la pena, al menos están teniendo bastante aceptación.- recomendó solicita. Antes de dirigirse al mostrador.
 -Esta bien, gracias.- respondí yendo a echar un vistazo.
Un minuto después mientras leía la biografía de un autor mejicano en la solapa de su libro de cuentos. Reparé en una estantería situada en un rincón. Fue apenas una mirada casual que de inmediato por alguna razón, me hizo acercarme a ella como atraída por un imán.
-Anda mi madre.- gruñí gratamente sorprendida. Empezando a leer habidamente títulos y nombres de autores en rápida sucesión. Sartre, Pérez Galdós, Joyce, Maupaussant, aparecían entremezclados sin orden ni concierto como si alguien hubiera tenido que escoger a toda prisa aquellos títulos que salvaría de entre su biblioteca. Caí entonces en la cuenta de que paradójicamente el contenido de aquella estantería reunía todo lo necesario para complacer al lector más exigente. Una especie de curiosa babel literaria que constituía en si misma una muestra representativa de la llamada literatura universal. Que de inmediato me apresuré a revisar con habido deleite. Era de locos, encontré a Kafka junto a Onetti, Thagore y Gogol acompañando a Lampelusa, en una suerte de caprichosos y sorprendentes hermanamientos. Cuyas sucesivas asociaciones consiguieron arrancarme más de una sonrisa. Mientras mis dedos se desplazaban suavemente sobre los lomos en tanto iba leyendo atentamente los títulos. Hasta que uno captó mi atención, El Extranjero. Cuidadosamente, pugné por sacarlo del estrecho espacio en donde había quedado emparedado entre -como no- dos extraños compañeros. El retrato de Doryan Grey, y Del Asesinato Visto como una de las Bellas Artes. Desde luego tendría que preguntar quién era el responsable de semejantes combinaciones. Pensé divertida, hace falta algún tipo de talento especial para alcanzar semejante nivel de refinada malicia. Oscar Wilde y Thomas de Gincey, escoltando estrechamente al pobre Camus. Quien a buen seguro que habría alucinado. De haberse podido llevar a cabo realmente aquel encuentro con semejantes personalidades.
-Camus- comentó la dependienta acercándose -Buena elección- añadió asintiendo complacida.
-El Extranjero.- dije pasándoselo
-Desde luego los clásicos nunca defrauda son una apuesta segura.­- convino tomando el libro y palmeándolo suavemente.
-Hace años que le presté un ejemplar a un familiar y supongo que ya va siendo hora de pensar en reemplazarlo.- comenté en un tono resignado que la hizo sonreír.
-En tiendo. Pero en fin, ya conoce el dicho. Amigos y parientes suelen ser los principales enemigos de una biblioteca.- aseguró con expresión resignada. -Créame se lo digo por propia experiencia.- confesó. Mientras ambas nos volvíamos hacia la puerta de la trastienda. Por la que, con el rostro encendido por el rubor apareció la chica del abrigo. Que se quedó mirándome con expresión azorada.
-Anda, ven para acá que desde luego eres única.- dijo la dependienta con un resignado suspiro.- ¿Ya?- inquirió con expresión divertida.
-Perdóneme, por lo de antes. He sido una idiota lo siento.- musitó la chica entono contrito, mientras se acercaba.
  -Por favor, no ha sido nada olvídalo no hay nada que disculpar.­- interrumpí con gesto desenfadado restándole importancia.
-¿Bueno y qué? ¿Cómo te quedan?- inquirió la dependienta con expresión picara. Haciendo que la muchacha volviera ruborizarse de golpe. Mientras nos miraba con expresión cohibida. -Disculpe, espero que no le moleste.- solicitó la dependienta volviéndose hacia mi. Interpretando las dudas de su amiga.
-No claro. ¿Pero si prefieren quedarse a solas?- respondí con una sonrisa. En tono desenfadado.
-Querida a la señora ya la pillaste con el ensayo general. Pienso que es justo que vea el resto de la función.- bromeó la dependienta en tono irónico. Mientras con gesto trémulo la chica empezaba a abrir el abrigo. El sensual y vaporoso atuendo había quedado completado con un delicado conjunto de medias y liguero a juego que lo volvían más sugerente si cabe. Lo que unido a unos estupendos zapatos con tacones de vértigo sin duda completaban la fantasía masculina por excelencia.
-Genial.- elogió la dependienta. Asintiendo resuelta con gesto aprobador.
-¿En serio?- dudó la chica.
-Pues claro, estás de muerte. Ya veras, le vas a dejar sin aliento.-aseguró su amiga- A los tíos les chiflan estas cosas, es una de sus fantasías recurrentes. Pero seguro que ni en sueños esperaba algo así. - añadió mirándome  con gesto de complicidad.
-Desde luego es todo un golpe.- coincidí al instante con una sonrisa traviesa.
 -Bueno, no se. ¿Seguro?- balbució la chica. Mirándonos alternativamente a mi y a su amiga que asentía aprobadora.
-Nada, lo dicho, excelente, el toque perfecto. Estas fantástica, ya verás lo vas a dejar pasmado.- remachó la dependienta plenamente convencida.
-Ya. Pero, en fin, no se igual es demasiado. Tampoco quiero quedar como una loba.- comentó dubitativa. Provocando la airada e inmediata reacción de su amiga.
- ¡Una loba¡ Por Dios, que ocurrencia, llevas dos semanas preparándolo todo hasta el más mínimo detalle. Querías que fuera una sorpresa muy especial, no me dirás que te va a dar ahora un arrebato de recato y decoro.­- argumentó en tono convincente.  Mirándome decidida como buscado mi respaldo.
-Desde luego si lo que buscabas era sorprenderle. Te aseguro que esto será algo inolvidable.- reconocí con gesto aprobador. -Y seguro que tú tampoco olvidaras la cara que se le va a quedar cuando te vea. Después de esto que le den la Playstation.- concluí en un tono socarrón que las hizo reír de buena gana.   
-¿Ves? Ahí lo tienes.- remarcó la dependienta asintiendo con vehemencia. Mientras la expresión de circunstancias de la chica se tornaba mucho más decidida.
-Pues nada, vamos a ya.- aceptó llevada por un renovado ímpetu. ­-Gracias eres un sol.- añadió dando un abrazo a su amiga.
-Que si pesada, anda, lárgate que aún vas a hacer tarde.- ordenó la dependienta apartándola con gesto apresurado.
-Perfecto- dijo la chica en tono complacido cerrando y ajustándose la chaqueta. -Tengo que irme, chao, nos vemos mañana. Adiós.- se despidió con una amplia sonrisa. Dejándonos finalmente a solas.
-El estrés de los veinte. Que si voy, que si vengo, que si quiero, que si no. Por Dios que locura.- comentó divertida la dependienta con un resignado suspiro.
-Gajes de la edad. Aun que por lo que veo usted le tiene tomado el punto.
-Si, bueno, no crea que a veces no consigue sorprenderme con alguno de sus arrebatos. Pero en fin, tengo una hija de cuatro años así que esto es como estar haciendo un cursillo preparatorio y la verdad es que me lo paso en grande.- reconoció divertida. Mientras se fijaba en el librito de cuentos del autor mejicano que sin darme cuenta aún sostenía en mis manos. -¿Hubo suerte?- se interesó al punto, recuperando la faceta profesional.
-Pues no, por ahora no, este solo lo estuve hojeando.- dije devolviéndoselo y tomando El Extranjero.
-Bueno me temo en el stock no aparece referencia alguna sobre el Alambique.-informó resignada.
-Tranquila ya habíamos quedado en que no iba a ser fácil. ¿Recuerda?- bromeé con una sonrisa.
-Si es cierto.-convino, frunciendo el ceño con expresión pensativa. -Pero el caso es que ese titulo me suena haberlo leído hace poco.- insistió pensativa. Clavando repentinamente la mirada en el librito que tenía en las manos.-Cuentos, relatos.- dijo. Alzando la cabeza con expresión decidida.-Claro que si, relatos.- insistió. Dirigiéndose resuelta hacia una estantería situada frente al mostrador de caja. De la que tras un rápido repaso tomo un ejemplar. -Aja, aquí estas. Te pillé.- proclamó en tono satisfecho tendiéndomelo con gesto ceremonioso.
-Los misterios del desván, selección de relatos.- leí abriéndolo y buscando el índice. -El Alambique -dije  en tono satisfecho señalando el titulo con el dedo.-Rosa es usted única.- reconocí en un tono sincero que la hizo reír. Después de todo parecía que la tarde empezaba a encarrilarse. Pensé recordando a Luis.

jueves, 16 de febrero de 2012

Esperando a San Valentín ( I )


-Es un furgón de reparto, se le ha abierto la puerta de atrás y hay paquetes por toda la calle.- informó alguien de los que iba delante. Provocando un coro de protestas y reniegos entre el resto del pasaje.
-Genial.- mascullé contrariada. Guardando el estuche de las gafas que el brusco frenazo con que nos habíamos detenido, había deslizado fuera del bolso entreabierto. Debíamos estar a poco más de doscientos metros de mi parada, comprobé echando un apresurado vistazo por la ventanilla. Más otros tantos hasta la esquina en la que Luis me recogería. Aunque la idea de un sprint con tacones, bolso y abrigo no era algo que me sedujera en absoluto la verdad. Además a mi reloj marcaba las seis y media, con lo que todavía me quedaban veinte minutos para la hora a la que habíamos quedado. Tenía un margen de seguridad razonable para seguir siendo puntual. Me dije, convencida de que por otra parte no era probable que Luis fuera a serlo.
-Tranquilas apenas será un momento. Que se le va a hacer inconvenientes del transporte público.- comentó el chico sentado frente a mí. Viendo que mi vecina de asiento. Una estilizada rubia de rasgos nórdicos a la que no le había quitado ojo, desde que se había subido hacia un par de paradas. También consultaba con gesto preocupado su reloj y la pantalla del móvil. -Lo malo es que como siempre andamos justos de tiempo a veces parece que adelantaríamos más yendo a pie.- insistió con una sonrisa forzada. En un intento patéticamente desesperado por pegar la hebra fuera como fuera. No tuvo suerte, el teléfono de la chica empezó a emitir una pegajosa melodía que me hizo esbozar una sonrisa traviesa.
-Hola. ¿Qué tal?- dijo la chica con un pronunciado acento centro europeo. Mientras el improvisado Casanova fruncía el ceño defraudado. -¿Diga? ¿Diga?- insistió la chica con expresión contrariada.
-En esta zona hay problemas de cobertura.- apuntó el chico. Mirándome como si esperara mi aprobación, había vuelto a la carga. Desde luego era persistente pensé echando otro vistazo a mi reloj y tratando de ignorarle. No tenía ningunas ganas de hablar ni de seguirle el juego. La chica por su parte se revolvió en su asiento apretando el teléfono contra su oído, tratando de no perder la llamada.
-¿Diga? ¿Ángel? ¿Eres tú, Ángel?- apuntó en tono esperanzado estrujando un folleto que sujetaba en la mano libre. -¡Ángel¡ por fin.- celebró satisfecha mientras su cuerpo parecía relajarse. -Si ahora te escucho, mal pero te escucho. En el coche, yo en el autobús, si es un lío. ¿A las ocho? No, no, esta bien no hay problema.- asintió con vehemencia -De acuerdo nos vemos, adiós, hasta luego.- se despidió cerrando el móvil con un suspiro de alivio. -­¡Joder¡ lo siento.- se disculpo horrorizada viendo que con sus manejos casi me había echado de mi asiento. -Disculpe, yo..- musitó avergonzada separándose e intentando replegar rápidamente sus largas y estilizadas piernas. Mientras yo le sonreía comprensiva y divertida.
- Ya, ya vale. Tranquila no a sido para tanto y al menos consiguió atender la llamada. Que por su interés parecía ser importante.- zanjé conciliadora y con una sonrisa indulgente. Que ella agradeció con expresión complacida.
-Si lo era.- asintió - Era por trabajo, no era una cita. Es trabajo.- ­precisó reaccionando al instante en tono contrariado. Mientras negaba frenéticamente con las manos.
-Bueno, desde luego que el trabajo es importante. Pero estará de acuerdo conmigo en que no lo es menos una cita.- acepté enarcando las cejas con gesto decidido, sujetando sus manos nerviosas. Lo que provocó la ávida mirada de nuestro acompañante que a buen seguro hubiera dado lo que fuera por estar en mi lugar. Deseoso por lograr meter baza el chico pareció dispuesto a añadir algo. Justo en el momento en que con una brusca sacudida el autobús volvía a ponerse en marcha ante el alivio general.
-Bueno, parece que volvemos a estar en camino.- comenté con una mueca resignada. Que hizo sonreír a mi vecina de asiento.
- Si es verdad, ya se mueve.- comentó de inmediato el chaval. Segundos antes de que en efecto el autobús volviera a ponerse en marcha tras casi dos interminables minutos de inmovilidad. En los que para variar, había acabado poniéndome de los nervios.
-Menos mal ando justa de tiempo y me gusta ser puntual.- me confesó la chica en un susurro. Ignorando al chico.
-Si, yo también odio retrasarme.- asentí comprensiva. -Es la mía.- comente viendo acercarse mi parada. Asiendo el bolso eché un rápido vistazo a mí alrededor para asegurarme de que no me dejaba nada. -Bueno pues que le vaya bien con el trabajo.- le deseé a la muchacha, que asintió con gesto agradecido.
-Gracias y a usted con su cita.- respondió con una sonrisa traviesa.
-Se hará lo posible.- aseguré en tono resuelto -Quien sabe al igual a usted también se le presenta ocasión. - añadí en tono malicioso. Haciendo un leve gesto con la cabeza hacia nuestro Don Juan particular.
-Voy a estar muy ocupada.- aseguró ella de inmediato, tomando una revista que tenía en su regazo.
-Bueno solo era una posibilidad.- acepté con gesto resignado - Ha sido un placer. Que vaya bien.- me despedí mientras empezaba a levantarme.
-Lo mismo digo. E insisto, ruego que acepte mis disculpas.- perseveró la chica con una sonrisa.
-De acuerdo. Aunque yo a mi vez insisto en que no hay por que disculparse.- aseguré empezando a ir hacia la puerta que empezaba a abrirse. Segundos después ya en la acera, escapaba de milagro de ser arrollada por un apresurado individuo cargado con un sinfín de bolsas.
-¡Por Dios¡ Perdóneme- -¿Está usted bien?- se interesó solícito con expresión azorada.
-No es nada, tranquilo- acepté comprensiva indicándole que subiera. –Acelere no se entretenga. Este conductor no es de los que da el más mínimo respiro.- aseguré. Haciéndole esbozar una abierta sonrisa digna de anuncio.
-Gracias por avisar y perdone.- respondió apresuradamente metiéndose en el vehículo antes de que se cerrara la puerta.
-Adiós guapo.- comenté devolviéndole el saludo que me enviaba. Tras ir a sentarse precisamente en el lugar que yo acababa de dejar. Quien sabe tal vez después de todo la joven desconocida aun fuera a tener suerte esta tarde. Pensé dejándome llevar por esa vena romántica que todos parecemos tener un día como hoy.
La sintonía del móvil, que empezó a sonar en mi bolsillo. Borró por completo todos estos buenos pensamientos. Sustituyéndolos de golpe por un funesto presentimiento. Que cobró total certeza en cuanto descolgué con gesto resignado.
-No, no me lo digas, te surgió un imprevisto.- suspiré en tono abatido. En tanto que el profundo silencio al otro lado de la línea me confirmaba que efectivamente el había vuelto a hacerlo. Cumpliría con la norma, hoy también llegaría tarde.
-Lo siento cariño es una reunión de última hora.
-¡Joder¡ Vamos no fastidies, dijiste que podrías salir a las siete.- protesté sintiendo crecer mi enfado. No quería oír sus excusas. El había planeado que nos encontráramos antes, había sido idea suya, esta vez la decepción era doble. Pensé dominando el impulso de colgarle. -En fin pensé que habrías tenido en cuenta los imprevistos. Desde luego parecías muy convencido. A mí me pareció un poco extraño, incluso recuerdo haber bromeado al respecto. Pero tú dijiste que esta sería nuestra noche, así que quedamos en encontrarnos a las siete.- expuse en tono cínico poco dispuesta a dejarle ir así sin más. Si yo iba a tener que esperarle. No estaría de más que el tuviera que pensar en todo esto mientras se ocupaba de aquella dichosa reunión o lo que fuera. Si tenía un trabajo del que ocuparse tan bien tenía una relación a la que atender.
-Escucha gatita entiendo que estés furiosa pero..- empezó a decir en el tono suave al que recurría para mostrarse conciliador.
-No me llames gatita.- gruñí en tono cortante -Lo odio, no soy tu gatita.- añadí molesta lanzando una mirada desafiante a una muchacha que caminaba junto a mi y parecía haber estado escuchando. La chica apresuró el paso fingiendo indiferencia. Mientras Luis aprovechaba para intentar suavizar el asunto.
-¿Lo odias? ¿Desde cuando odias que te llame gatita?- inquirió desconcertado -Nunca me lo habías dicho, pensaba que te gustaba. No se, es un apelativo cariñoso.- prosiguió dubitativo como si mi protesta hubiera supuesto algún tipo de revelación extraordinaria.
-Si es que lo sabía. Esto solo me pasa a mí.- lamenté con resignación. Por un momento había llegado a sentir como una especie de culpabilidad. Como si acaso le hubiera estado ocultando algo importante y comprometedor. -Escucha para tu información gatita no ha sido nunca un apelativo que me apasione. Si bien tampoco es que me moleste, por lo que no le doy demasiada importancia. Pero si me lo llamas en plena discusión entonces sí. Lo odio.- zanjé deseosa de cambiar de asunto. El cabreo empezaba a ofuscarme y conociéndome temí acabar diciendo algo de lo que pudiera arrepentirme. Lo mejor sería dejarlo correr y no convertir aquello en algo realmente grave.
-Bueno esta bien. No le demos más vueltas, esperaré donde habíamos quedado. Por lo menos intenta que no se alargue demasiado.- concedí en un tono comedido y conciliador.
-Esa es mi chica.- dijo el atropelladamente. Tras lo que me pareció un suspiro de alivio.- Un beso.- se despidió. Colgando sin llegar a comprometerse a nada de lo que poder tenerse que arrepentir. En fin al menos habíamos capeado el conato de crisis. Pensé resignada llegando al lugar  de la cita. Para descubrir con fastidio que la chocolatería donde esperaba aguardar tomando algo caliente estaba cerrada.
-Maldita suerte.- mascullé contrariada. Leyendo el cartel que anunciaba el día de descanso del personal. Empezaba a hacer frío y no se veía otro bar por el alrededor. Una tarde redonda pensé, empezando a sentirme abatida. Mientras recorría con la mirada los alrededores. Portales de edificios, tiendas cerradas, la entrada de un parking. Una lavandería con cuya verja de cierre bregaba desesperada una chica, sin duda deseosa de cerrar. Entonces la vi. -Menos mal.- proclamé satisfecha apresurándome a cruzar la calle. La verdad es que no frecuentaba demasiado la zona pero aun así me extrañaba no recordar aquella librería. Hacia cuyo iluminado y acogedor escaparate me dirigí en busca de un refugio. Que en mi caso no podía ser más que doblemente idóneo. Pues siendo una lectora compulsiva que mejor lugar donde  resguardarse a esperar. Aprovechando sin duda para acabar comprando algún que otro ejemplar.
-Buenas tardes.- dije entrando decidida. Mientras lanzaba una mirada complacida a los repletos y pulcramente ordenados estantes que recubrían las paredes.
-Buenas tardes.- me respondieron al unísono la dependienta y un par de chicos a los que estaba envolviendo unos libros.

En mi caso los balances de mis estados de guerra emocionales. Podía decirse que resultaban tan positivos para mi biblioteca como negativos para mi economía. De hecho no sería la primera vez que cavaba atemperando mi estado de ánimo recorriendo una librería. Lugares de los que todo hay que decirlo nunca salía con las manos vacías. Esta vez la tentación me saltó pronto a los ojos en forma de un estuche recopilatorio sobre escritores rusos censurados en la época soviética. Que divise sobre una mesa con el prometedor rotulo de ediciones especiales. El estuche incluía media docena de ejemplares de diversos autores algunos de cuyos nombres captaron mi interés de inmediato. Bulgakov, Ajmantova, Maiakovski, Bábel. Así como un apéndice con el relato de las vicisitudes a las que hubieron de enfrentarse en su tiempo. Aquello era una joya comprobé momentáneamente extasiada. Una tentación tan apetecible como prohibitiva reconocí a mi pesar  tras echar una ojeada al precio.  
-Otra vez será- rumié por lo bajo. Echando mano de la necesaria dosis de sentido común que requería la ocasión. Vacaciones en la nieve, regalos de navidad, modelito para la fiesta de fin de año. Este año para mi economía la cuesta de Enero no iba a terminar por lo menos hasta mediados de Julio. Todo eso sin contar el regalo de Luis que llevaba en el bolso, un exclusivo cinturón Hermes que le iba a encantar. Por que claro esta, ya puestos hay que celebrar San Valentín.