La verdad es que no sabría decir por que decidí crear este blog. Lo más sencillo, sería reconocer que siendo el escribir historias algo que siempre me ha gustado. La posibilidad de exponerlas para que cualquiera pueda leerlas me incentivó a tomar la decisión. Sea como sea, esta resultando una interesante experiencia, un atractivo divertimento del que quiero hacer participe a todo el que guste.







Para cualquier sugerencia, crítica u opinión.






jaestrelles@gmail.com






























martes, 26 de julio de 2011

Unas semanas en blanco

Antes de nada quisiera agradeceros la buena acogida que le habéis dedicado a mi último relato.  Pese a haber estado ausente más de un mes de la blogosfera. Ha sido estupendo ver como casi de inmediato vuestras visitas y comentarios empezaron a llegar. No es la primera vez que comento lo importante que es para mi el que dediquéis un tiempo a leer mis escritos. Así pues muchas gracias por seguir ahí.

En mi penúltimo post. Comenté los problemas que estaba teniendo con blogger y lo frustrante que esto me resultaba. Por suerte parecía que finalmente las cosas empezaban a solucionarse. Publiqué aquel post sin problemas, y comenté que tenía previsto otro sobre el nuevo rol de protagonista total. Que los en otro tiempo “malos de la película”,  empiezan a tener cada vez más en las nuevas historias que nos llegan. Películas, libros, series de TV, los malos “venden” y ahora ellos son los nuevos “protas” en parte de las nuevas producciones. El tema me pareció interesante y empecé a elaborar un post al respecto.

Aunque  como se suele decir mi gozo quedó en un pozo. Cuando un par de días después a los problemas con el blog se unieron, fallos del servidor de Internet, que me dejaban sin conexión. Para rematar mi mala suerte y casi como si se tratara de algo a lo que estaba predestinado. ¿Adivináis que fue lo siguiente que sucedió?  Pues si, mi ordenador se colapso. Las nefastas experiencias del pasado. Hacen que  me haya acostumbrado a tener copia de seguridad de mis relatos independientemente de su estado de elaboración. Pero como seguro que ya habréis adivinado no ocurrió lo mismo con el post sobre los malos. Así que por supuesto se perdió estando a la mitad. Ilusamente pensé que podría rescribirlo en unos días y listo. Pero la verdad es que después de todo aquello fueron pasando los días y no solo no fui capaz de escribir el post. Si no que como ya he dicho deje de escribir y participar en la blogosfera. Fue como un descanso imprevisto, un descanso frustrante todo hay que decirlo. Que al menos en parte intenté aprovechar lo mejor posible con otra de mis pasiones, leyendo y viendo películas. Quien sabe después de todo igual me sentó bien desconectar un poco, ya hos contaré.
Cuando hace una semana reuní las ganas para volver a asomarme al blog. Pensé que lo mejor sería haciéndolo con un relato, algo con lo que me sintiera a gusto. Entretanto aprovecharía para ir poniéndome al día  visitando vuestros blogs. Tomándole una vez más el punto a esto. Sigo sin poder dejar cometarios en algunos blogs y teniendo que recurrir al correo. Pero me encanta poder estar de vuelta y ver que me habéis guardado un sitio.  Besos y abrazos a todas y todos.

Por cierto en mi post Mal rollo, estuve contándoos el extraño comportamiento de unos vecinos con sus perros. Y una especie de fijación que tenían con mi perrita Dana. Comenté que incluso habían llegado a comprar dos cachorros de cocker  -una idéntica a Dana- a su mismo criador. Lo más raro era que tras verlos aquella primera vez de los perritos no se había vuelto a saber. Esto me mosqueaba bastante y en vuestros comentarios al post todos coincidíais en que la cosa tenía miga. Pues bien hace unas semanas volví a ver a la vecina con el cachorro macho de pelaje negro. Venía del veterinario de que operaran al perrito de una pata que se había lesionado jugando en el chalet de sus padres. Donde se supone que han acabado los perros por aquello de que sueltan mucho pelo. El animal venía medio dormido por la anestesia pero se veía perfecto. La vecina comentó que lo tendría una semana en casa mientras se cerraba totalmente la herida. Fue una alegría la verdad. En fin tal vez exageré al contaros mis recelos por tanto ir y venir de perros. Eso si Dana sigue manteniendo las distancias cuando nos cruzamos con los vecinos.

domingo, 10 de julio de 2011

En la oscuridad

Ya no podía aguantar más, comprendió desesperado cuando sintió un leve pinchazo en el bajo vientre. Tendría que hacerlo, tendría que levantarse no le quedaba otra opción. Suspiró abatido empezando a salir de la cama. La zapatilla izquierda estaba en su lugar. Con la derecha tuvo menos suerte y no pudo de reprimir una maldición cuando su pie desnudo se posó sobre el frío suelo. –Mierda- masculló  por lo bajo. Mientras un escalofrío le recorría la espalda poniéndole la piel de gallina. Casi con alivio esperó oír la voz de falsete de su primo Julio entonando el consabido.-Has dicho un taco se lo voy a decir a la abuela.- Pero tras unos segundos de espera. En la cama de enfrente, lo único que se escuchaba de Julio era su respiración acompasada. Para una vez que no le hubiera importado que fuera metiendo las narices, su primo dormía a pierna suelta. Se lamentó poniéndose de pie y alcanzando la dichosa zapatilla. La luz de la luna iluminaba tenuemente la habitación y le bastó dar media docena de pasos para alcanzar el interruptor de la luz situado junto a la puerta. La luz blanca de la lámpara del techo inundó la habitación como un manto protector. Nada que ver con la oscuridad que dominaba el pasillo al que se asomó dubitativo. Hacia calor esta noche, pero bajo el fino pijama de verano, la visión del largo corredor  en penumbra le puso la piel de gallina. En el extremo opuesto, una ventana por la que se colaba la luz de la luna. Refulgía como un faro que en medio de la oscuridad intenta señalar el camino. Un camino, a mitad del cual se encontraba el cuarto de baño, su anhelado destino. Ocho  o nueve metros de distancia real, que para el, dadas las circunstancias, bien podían ser ochenta o noventa. Pensó abatido saliendo de la habitación. A sus pies, la luz que a través de la puerta llegaba desde el interior. Dibujaba un alargado rectángulo que al instante le hizo pensar en una especie de trampolín. Un trampolín desde el que saltar al oscuro vacío, pensó con un resignado suspiro. Mientras parado en el centro de aquella isla de luz. Sus ojos intentaban distinguir algo entre la densa oscuridad que dominaba aquella especie de crucé de caminos que conectaba las aplantas superiores de la casona. Y que ahora el tenía que atravesar.

Situada en el centro del corredor, en la encrucijada además de las dos mitades del pasillo. Confluían, la escalera principal que subía desde la planta baja y otra más estrecha que desde allí llevaba  a la buhardilla. Un espacio del que la oscuridad no permitía apreciar  limites. Como si se tratara de una especie de agujero negro. En cuyo centro inexplicablemente, empezó a distinguir la presencia de la puerta del cuarto de baño. No conseguía saber el por que, pero era como si ciertas partes del grueso marco lacado que la rodeaba emitiera tenues reflejos entre toda aquella oscuridad. O tal vez solo fuera que en su afán por alcanzarla, sus ojos se esforzaban en localizarla en la sombra. Recreando una imagen allí donde se suponía que debía estar. Un nuevo pinchazo en su rebosante vejiga le obligó a avanzar apenas un par de cortos pasos que le dejaron al limite del oscuro abismo. Desconcertado, notó entonces como el sudor que le cubría las mejillas, la frente y el cuello empezara a enfriarse por momentos. Como si una fina mascara empezara a formarse sobre su rostro. Alterado, empezó frotarse la cara con gesto nervioso tratando de hacer desaparecer aquella desagradable sensación. Apenas lo había conseguido, cuando reparó en un extraño ruido que le hizo dar un nuevo respingo. Por suerte al instante cayó en la cuenta  de se trataba del sonido su propia respiración agitada. Que resonaba extrañamente en el silencioso pasillo. No podía seguir así tenía que controlarse, pensó angustiado. Aquello era una estupidez, razonó tomando aire y forzándose a recuperar el control.  Allí no había nada ni nadie de lo que tener miedo. Había recorrido aquel pasillo cientos de veces sin el menor problema. Se dijo en un vano intento de autoconvencerse de que efectivamente allí afuera no pasaba nada. Pero una vez más el recuerdo de la historia que una tarde había oído en la cocina le hizo estremecerse.


Todo había empezado el verano anterior, una tarde mientras merendaban en la cocina. Su abuela entró refunfuñando. Traía en las manos una pieza de ropa arrugada que le mostró a Telma. Quien enarcando las cejas tomó la prenda, una fina blusa de color rosa y examinó un par de manchas alargadas que la abuela le señaló. Parecían como rozaduras cuyo tono grisáceo resaltaba sobre el rosa de la tela.
-¿La dejó en la terraza?- dijo Telma en un tono que sonó algo preocupado.-Pensaba que la había colgado en el tendedero de su habitación.- añadió.
-Pensé en ponérmela esta tarde para salir con las amigas. Pero como estaba muy mojada decidí subirla a la terraza y dejarla un rato bajo el toldo. Iba a estar un rato en el lavadero ordenando un poco y dándole un repaso al filtro de la lavadora. Pero al bajarme me distraje y se me olvido recogerla.- explicó la abuela. Su disgusto era evidente. Durante unos segundos ella y Telma se estuvieron mirando en silencio.
-Ya hacia tiempo.- dijo finalmente Telma, tomando la blusa con resignación.
-Si, mucho, aunque no se por que llevó unos días esperando algo así.- confesó la abuela en tono quedo. Telma pareció a punto de decir algo pero la abuela la contuvo con un gesto. Se había dado cuenta de que sentados a la mesa tanto Julio, como el, permanecían atentos a la conversación. Sin molestarse lo más mínimo en disimular.
-Dejémoslo- zanjó bruscamente la abuela. Acercándose a ellos e intentando esbozar una sonrisa.-Mira que bien, otra vez batido de fresa para merendar. Por lo que veo este par de pillastres han vuelto a salirse con la suya.- comentó en un falso tono divertido. Acariciándoles las cabezas e inclinándose para darles un par de besos. –Y luego resulta que según vuestras madres soy yo la que os mima y consiente. Como si no fuerais capaces de sacarle a la pobre Telma todo cuanto se os antoja.- protestó. Haciendo como que intentaba pellizcarles las mejillas. Algo que ellos consiguieron evitar rehuyéndola entre risas. Fue un buen intento de la abuela por cambiar de asunto. Pero ellos tenían muy claro lo que habían llegado a captar de la extraña conversación entre Telma y la abuela. A los nueve años, cuando los mayores intentan ocultarte algo la curiosidad es algo muy difícil de controlar. Así que en cuanto la abuela se marchó. El y Luis empezaron a acosar a la pobre Telma para que les contara que estaba pasando, y por que la abuela se había comportado de aquella manera.


No había resultado cosa fácil Telma no se lo quería contar. Pero tras una hora acosándola hasta casi desquiciarla. Acabó por claudicar y les resumió la historia. Llevaba toda su vida trabajando para la abuela así que conocía de sobra todo lo que ocurría en la familia. Aquella casa había pertenecido a la familia desde hacía casi ochenta años. Era una casa estupenda que encantaba a todo el mundo y la familia siempre había estado muy orgullosa de disfrutarla. Esa era la ilusión que tenía el bisabuelo Rogelio cuando la construyó, que aquella fuera la casa de la familiar. Pero cuando la terminó y se empeñó en traerse a su madre a vivir con el. Resultó que a la tatarabuela Eloisa la nueva casa no degustaba en absoluto. Ella quería seguir viviendo en su vieja casa de siempre, la que había compartido con su difunto marido. Aquella casona le resultaba demasiado grande y ni los ruegos de su hijo y su nuera. O el poder tener cerca de los nietos, la hicieron cambiar de opinión. Unos meses después de que la trajeran a la casa la pobre mujer tropezó y se cayó al suelo. No fue nada grabe y el medico dijo que aparte de dolorida estaba bien. Pero asustada por la caída la pobre mujer se empeñó en permanecer en cama día tras día. Solo se levantaría para irse a su casa amenazó. Desesperado su pobre hijo estaba apunto de ceder y dejarla ir cuando la señora sufrió un cólico de riñón. Aquella era una dolencia a la que había sido bastante propensa toda su vida. Solo que en esta ocasión el cólico fue más fuerte de lo habitual y la cosa se complico. La pobre había fallecido en el hospital tras casi dos semanas peleando contra una virulenta infección. Murió sin haber podido regresar a su antiguo hogar. Con el tiempo la familia empezó a notar algunos detalles que sucedían en la casa y que nadie parecía poder explicar. Pequeños objetos que aparecían fuera de sitio. Ropa tendida a secar en la terraza, que acababa en el suelo sin que hubiera hecho aire que la hiciera caer. Sonido de pasos en la escalera o en el cuarto de plancha. Aquello tampoco es que se repitiera muy a menudo, solo de forma ocasional. Con el paso de los años la familia se acostumbró pues a vivir con ello sin darle mayor importancia.
-¿Un fantasma? ¿Hay un fantasma en la casa?- saltó Julio visiblemente excitado. No parecía asustado más bien todo lo contrario.
-No digas tonterías, eso son cosas de las películas.- había dicho Telma haciendo aspavientos. –No empecéis ahora con tonterías. Así que arreando que no tengo tiempo para historias.- refunfuño empezando a trastear por la cocina. Algo en su actitud delataba que se arrepentía de haberles contado la historia. Julio aún hizo un par de comentarios chistosos sobre el fantasma travieso. Le parecía divertido que pudiera ser algo así como Casper. Pero viendo que no le seguían el juego termino por dejar el tema. El por su parte no había dicho nada. La actitud de su abuela y el desasosiego de Telma, le habían echo comprender que aquello no era como las películas de las que hablaba Julio. Aquí no habían efectos especiales, aquí la historia era real. Ya nadie volvió a hablar del tema y como al día siguiente había sido el cumpleaños de Julio, el también pareció olvidar el asunto. Pero lo cierto es que tras escuchar aquella historia ya nada volvió a ser como antes.

La vieja casona de la abuela siempre le había parecido un sitio fantástico. Y poder pasar allí las vacaciones de verano era algo que se pasaba todo el año esperando. Aun que la verdad es que tras conocer la historia de la bisabuela, la casa ya no le parecía tan acogedora. Especialmente si tenía que recorrerla de noche para ir al baño. En aquella parte del pasillo no había interruptor para la luz y caminar en la oscuridad temiendo encontrarse no sabía muy bien con que. No era algo que le resultara nada agradable. Tratar de no beber mucho a última hora de las tardes, para no tener que levantarse al baño por la noche. Tampoco resulta nada fácil cuando el calor aprieta de lo lindo y los refrescos y helados resultan tan apetecibles. Para colmo, su gran idea de traerse una linterna para utilizarla en estos casos. Se había fastidiado por completo cuando no pudo explicarles a sus padres para que pudiera necesitarla. Seguramente se la hubieran dejado si les hubiera contado lo que ocurría. Pero aquello supondría reconocer que le daban miedo la oscuridad y las  viejas historias. Algo que con diez años no podía permitirse, Julio le haría la vida imposible si se enterara de algo así.

De pronto algo pareció cruzar frente a la ventana del final del pasillo. Ocultando por un segundo la escasa luz de la luna que llegaba desde el exterior. Eran imaginaciones suyas, o realmente aquella sobra que se deslizaba parecía tener forma humana. Pensó horrorizado sintiendo como nuevamente el corazón se le desbocaba. No era nada, no había nada decidió agitando violentamente la cabeza, como intentando apartar aquella visión. Además no tenía tiempo para más histerismos decidió avanzando apenas medio paso, mientras mantenía las piernas apretadas. Sentía la vejiga apunto de reventar. No podía más comprendió desesperado. Precipitándose apresuradamente en la oscuridad, uno, dos, tres. La cuarta zancada le hizo alcanzar la puerta contra la que su cuerpo tropezó provocando un ruido sordo. Mientras su mano se apoderaba del pomo e intentaba hacerlo girar. El pomo no se movió la puerta permaneció cerrada. En tanto que desesperado, el seguía empujándola  con el cuerpo recostado contra la fría superficie. Como si pretendiera atravesarla. Pero el pomo no se movía. Desesperado sintió ganas de empezar a gritar. Pero en la oscuridad que le envolvía solo parecía tener fuerzas para tratar de girar aquel pomo que repentinamente cedió. Haciendo que se precipitara al interior del cuarto de baño.

Un placentero estremecimiento le recorrió todo el cuerpo mientras sentía como empezaba a relajarse su saturada vejiga. Por fin, pensó entrecerrando los ojos y suspirando aliviado. Ni tan siquiera era capaz de recordar exactamente como había sido capaz de entrar, encender la luz y sentarse. Pero la satisfacción que sentía en aquel momento era todo cuanto necesitaba por ahora.  Además regresar a su cuarto era cosa hecha. Solo tenía que salir al pasillo, apagar la luz del cuarto de baño y echar una breve carrerilla hacia el refugio de la habitación que le aguardaba iluminada. Coser y cantar pensó tirando  de la cadena y empezando a lavarse las manos.

Al acercarse a la puerta un ligero sonido que le llego del pasillo volvió a ponerle los pelos de punta. Por suerte logró contenerse lo suficiente para reconocer a Julio. Cuya desgarbada figura aguardaba indecisa a medio camino del baño. Aquella si era una buena sorpresa, comprendió sonriendo divertido.
-De paseo- comentó con retintín saliendo al pasillo con gesto resuelto.
-Espera, espera no cierres que voy.- dijo Julio con tono de urgencia.
-Que pasa, te da miedo ir a oscuras.- se burló el apagando la luz durante un segundo, antes de volver a encenderla. Inquieto Julio que se había parado en seco rehuyó su mirada. Cuando el se le acercó con una sonrisa traviesa. -Gallina- le espetó, dándole un ligero empujón cuando se cruzaron. Julio apresuró el paso para alcanzar el cuarto de baño. A la puerta del cual se detuvo indeciso volviéndose para mirarle.
-Por favor no apagues la luz.- le pidió tono contrito.
-Gallina- repitió el esbozando una sonrisa cruel y entrando en la habitación. Por supuesto la idea de apagar la luz resultaba de lo más tentadora. Pero seguro que Julio no dudaría en montar un buen pollo. Despertaría a todo el mundo y su abuela acabaría por ponerse de su parte. No valía la pena meterse en líos, razonó yendo a meterse en la cama. Además ahora sabía que Julio también tenía miedo a salir del cuarto por la noche. Aquello era estupendo podría burlarse a placer. Sonrió acurrucándose satisfecho en su cama. Sentía el cuerpo agarrotado por la tensión y los ojos empezaron a cerrársele casi al instante. Había pasado un rato horrible, suspiro resignado. Sabía que si tenía que volver a ir al baño mañana su miedo seguiría estando ahí. Pero eso seria mañana. Lo que importaba es que por hoy ya había pasado el mal trago y encima tenía algo con lo que fastidiar a Julio que más podía pedir. Mañana sería otro día.