La verdad es que no sabría decir por que decidí crear este blog. Lo más sencillo, sería reconocer que siendo el escribir historias algo que siempre me ha gustado. La posibilidad de exponerlas para que cualquiera pueda leerlas me incentivó a tomar la decisión. Sea como sea, esta resultando una interesante experiencia, un atractivo divertimento del que quiero hacer participe a todo el que guste.







Para cualquier sugerencia, crítica u opinión.






jaestrelles@gmail.com






























martes, 29 de mayo de 2012

Cargos de conciencia ( Final )


Rosana está terminando de arreglar la cocina.
- Acabo enseguida. -dice al verme apoyado en el quicio de la puerta. Es una mujer fuerte, que ha sabido sobre ponerse a todo lo ocurrido sacando a su hijo adelante. -Marco nunca supo la suerte que tuvo al casarse con ella, lástima que no lo aprovechara.- pienso con una sonrisa picara. Mientras me acerco y la rodeo por la cintura.
-Espera un momento, -pide. Intentando hacerme a un lado, aunque sin mucho empeño.
-No me apetece esperar. –respondo en un susurro. Mientras empiezo a besarla y levantándola en brazos la llevo al dormitorio
Son más de las cinco cuando salgo del Bazar. Como siempre después de estas placenteras visitas, no puedo evitar sentirme culpable. Aunque tampoco se muy bien por qué. Quizás nunca debí liarme con Rosana. En cierta forma es como enredar aún más la madeja de un juego peligroso. Aun que ella siempre ha tenido muy claro que fue Marco quien destruyó su matrimonio. Obligándola a pasar un autentico calvario hasta lograr rehacer su vida. Mi ayuda le resultó vital para salir adelante y me está agradecida. Pero la verdad es que nunca esperé recibir nada a cambio, conozco a Rosana desde que éramos pequeños. Para mi echarla una mano no era sino una prueba de amistad. Luego lo uno trajo lo otro y en esas estamos. Nuestra actual relación es algo surgido de improvisto. No hay pues ninguna obligación del uno respecto al otro. Aquello es sin duda lo mejor, el tiempo ya se encargará de poner a cada cual en su sitio. De momento nos limitamos a disfrutar apasionadamente de estos encuentros esporádicos. Me digo repitiéndome la excusa a la que siepre recurro cuando pienso en todo esto.  

“Ultramarinos Baza" es probablemente la tienda más selecta da la ciudad. En ella uno puede encontrar la mejor selección de vinos, onservas y fiambres disponibles en el mercado. El señor Antonio su propietario, cuida personalmente la selección de los productos que se ofrecen a la clientela. Pues como no se cansa de repetir, esa es una de las claves de su éxito. Hoy lo encuentro muy atareado en el almacén clasificando una partida de conservas, que acaba de recibir.
- ¿Todo en orden?, -pregunto al verle repasar atentamente los albaranes de entrega.
- De momento si, aunque nunca se sabe, los repartidores pueden jugártela en cuanto te descuides, -responde con una sonrisa ladina. El verano anterior un repartidor de la casa, un tanto  listillo lo estuvo trayendo de cabeza durante unas semanas. Fingiendo una docena de pequeños accidentes en los que igual se perdían medía docena de botellas de vino. Que unos cuantos tarros de salazones o un par de garrafas de aceite de oliva. La selecta mercancía aparecía poco después en la trastienda de un barucho de mala muerte. Donde el fulano la revendía a precio de ganga a unos amigotes de paladar fino. Poco predispuestos a rascarse el bolsillo frente a la caja registradora del ultramarino. Don Antonio no pudo recuperar la mercancía ni el perjuicio económico ocasionado. Pero antes de romperle las piernas y los brazos el repartidor tuvo a bien firmar su renuncia al puesto de trabajo sin derecho a ningún tipo de remuneración.
- Acabo enseguida si no le importa –Dice Don Antonio señalado unas cajas que tiene a su lado. 
-Tranquilo estaré en su despacho.
Dos minutos después se reúne conmigo. Me gusta hablar con Don Antonio y él lo sabe. Siempre anda contando chismes y uno se divierte escuchándole. Como suele decir su comportamiento es digno de una tendera que siempre está al tanto de lo que ocurre en el barrio. Pues poco importa que su clientela sea de lo más selecto de la ciudad. Al final acaban comadreando igual que verdaderas marujas. Con lo cual cada vez que vengo, Don Antonio tiene alguna nueva historia que contarme. Es increíble de las cosas que uno acaba enterándose si sabe a donde acudir. En está ocasión veinte minutos de charla resultan de lo más interesantes.
Cuando salgo del ultramarino enfilo la calle de Correos. En donde procuro entretenerme lo justo haciendo otra media docena de visitas, en el mismo tiempo que he pasado charlando con Don Antonio. De esta forma doy por concluida mi ronda, ya puedo ocuparme de resolver el asunto del que me habló Pietro. Pero antes vuelvo a echar mano de los alkazelzer, este trabajo va a acabar conmigo. Bruno Correa es un individuo acostumbrado a moverse en situaciones de este tipo. Andar siempre a salto de mata metido hasta las orejas en problemas de toda índole, es para el cosa hecha. Así que como suponía no va a resultar fácil dar con el. En " La taberna. Del Condotiero ", donde últimamente era asiduo, nadie sabe nada de el. Por la cara que pone el dueño cuando pregunto no me extrañaría que también le deba dinero. Lo único que averiguo es que se le ha visto en un par de ocasiones con el estanquero de " Orzama”.
"Orzama" es una pequeña plazoleta enclavada a espaldas de la Catedral. Allí  convergen un entramado de angostas callejuelas en las que se congregan las putas, chulos y transexuales de más baja estofa. Sin duda el lugar ideal para dar cobijo a alguien como Correa. El estanco ya está cerrado, pero a su propietario lo encuentro cerca de allí. Intentando cerrar el trato con un pintarrajeado putón verbenero, al que sobran por igual kilos y arrugas. Mi interrupción no puede ser más inoportuna. Pero la mujer parece olerse el asunto y desaparece rápidamente, de mostrando saber perfectamente cuando conviene salir de en medio. El estanquero, un tipo flaco y enjuto de mirada libidinosa intenta hacerse el sueco, y trata de aparentar no saber nada de Correa. Tengo muy claro que miente y que a nuestro alrededor todo el mudo nos mira. Aunque jamás lo admitirían bajo ninguna circunstancia. Este es un mundo peligroso donde cada uno tira de su propio carro. De un empujón lanzo a aquel alfeñique contra la pared, con la que se golpea violentamente antes de caer enrollado en la acera. Donde empieza a chillar como un loco, está  aterrorizado, pero enmudece cuando le pateo un poco las costillas. Ahora ya está preparado para colaborar. Confiesa que es un pervertido al que Correa ha estado facilitando chicas con las que organizar grandes orgías en compañía de unos amigos. No sabe nada de timbas ni apuestas, asegura en tono lastimero. Lo suyo son las putas los travestís y los juegos eróticos. Hace casi dos semanas que no ve a Correa, perjura con la respiración entrecortada por la presión de mi pie sobre su garganta. Su rostro congestionado esta empezando a ponerse morado, no creo que mienta. Antes de irme le arreo un par de patadas más para que aprenda. Ahora ya sé como dar con mi escurridizo objetivo.
Petra e Iris, las pupilas de Correa, comparten una esquina con bastante transito. Al igual que el resto de las mujeres que pululan por estas calles no son nada del otro mundo. La primera tiene aspecto sudamericano y su prominente delantera queda compensada con una figura entrada en carnes. La otra bastante más alta, lleva el pelo teñido de un rubio chillón y al contrario que su compañera en su espigada silueta si se echan en falta algunas curvas que la hagan más atractiva Figuras anodinas que malviven como pueden sin esperanza de salir de este agujero.
El estanquero me ha informado de que Correa vigila a sus chicas de cerca. Sólo tengo que aguardar a que se presente, es la forma más segura de dar con el. Durante casi dos horas las observo desde un portal. Sin hacerme notar entre la gente que va y viene de un lado para otro. Obreros en busca de diversión, grupos de jóvenes curiosos, borrachos, mirones, parejas unidas temporalmente por una cantidad de dinero. La actividad que se palpa en las calles es sorprendente. No hay formulismos ni inhibiciones todo el mundo sabe cual es su papel en este lugar. Petra se muestra más productiva que Iris, quien solo se ocupa con un cliente en todo este rato. A estas alturas ya tengo claro que mis sospechas iniciales son ciertas y esta falsa rubia está más colgada que un murciélago. No creo que Correa aguante mucho tiempo a una yonki desahuciada. Aunque tampoco hay mucho más donde elegir en este inframundo. Empiezo a estar harto de todo esto y me planteo la posibilidad de largarme. Pero al final mi promesa a Pietro se impone y me obligo a seguir aguardando recostado contra la pared. Tengo los nervios crispados y la boca amarga a causa de la acidez.
A las nueve cuando mi paciencia se halla al limite se presenta mi presa, ya temía que no viniera. Correa trae cara de pocos amigos. Tal vez el estanquero le haya puesto sobre aviso, aunque no parece nervioso En la esquina Petra le recibe con un abrazo de lo más provocativo. Al que el responde con algunas cariñosas palmaditas en el trasero. Después busca a Iris con la mirada. Desde mi posición imagino que Petra lo esta poniendo al corriente de la situación. Mientras el cuenta el dinero que ella le acaba de entregar. Al parecer Petra goza de cierta fama entre la clientela, lleva media docena de clientes desde que he llegado. Su protector la premia con un magreo y algo de dinero que le introduce en el escote con un gesto lascivo, buena chica. Iris aparece en ese momento, solo ha dejado la esquina en dos breves ocasiones. Correa no parece muy contento y la reprende con aspavientos a los que ella estúpidamente intenta responder de igual forma. Ganándose un certero gancho al estomago que la pone de rodillas. Tirándola del pelo él la levanta y la sujeta por el cuello mientras la grita desaforadamente. En este lugar aquella acción se repite con brutal regularidad un día si y otro también. Sin que nadie le presta la más mínima atención. Unos metros más allá ajena todo, Petra trata con un nuevo cliente. Después de darle su merecido a su díscola protegida. Correa se dirige a un destartalado almacén no lejos de allí. Procurando que no me descubra y rogando para que no decida coger un coche, le sigo. Es un tipo peligroso, Pietro me  ha advertido que me ande muy atento. Por lo que estoy viendo, voy a tener que emplearme a fondo. Correa ya ha demostrado que no es de los que vuelven al redil con una simple advertencia. Por fortuna hay suerte, no tarda en abandonar el almacén. Acompañado por otro sujeto de aspecto patibulario, con el que conversa animadamente. No puedo seguir persiguiéndoles toda la noche, pronto tendré que actuar, en alguna parte un reloj da las diez.
Correa y su amigo llegan hasta la pensión Montecatini. El aspecto del destartalado caserón me recuerda a " La Dolce Vita “. Para entrar utilizan una puerta lateral,  que da a un lóbrego callejón. No se que se traerán entre manos pero aquel se me antoja un sitio perfecto para mis fines. Pienso preparando la porra que siempre llevo con migo, el corazón me palpita desenfrenadamente y me sudan las manos. Furioso y contrariado tengo ganas de solucionar todo esto cuanto antes.
Correa y el otro  tipo vuelven a salir cuando apenas si he tenido tiempo de ocultarme entre las sombras. Van riéndose de algo, parecen muy contentos ajenos a mí presencia, hasta que es demasiado tarde para ellos. Mi primer golpe alcanza al desconocido en la nuca derribándolo fulminado. Maldiciendo, Correa logra zafarse de mi segunda acometida y retrocede trastabillando hasta la pared. Desde donde me lanza una mirada cargada de ira. Si realmente no estaba al tanto de mi interés por encontrarle, no parece demasiado sorprendido de verme.
- Creía haber sido lo bastante claro. Te dije que no quería volver a verte, que aquí no había sitio para ti, sobras. Solo tenías que saldar tus deudas y esfumarte en busca de una pocilga más apropia de la gente de tu ralea. Era un mensaje sencillo, fácil de entender hasta para alguien tan estúpido como has demostrado ser.- dije recordando nuestro último encuentro.
- Cabrón- escupe. Lanzado una rápida mirada hacia su compinche tendido en el suelo. Le he desnucado, no causara más problemas. – Veremos quien sobra.- brama. Intentando separarse de la pared que le cierra el paso a su espalda. Los tipos como el están curtidos en peleas callejeras, esta situación no le gusta se sabe en desventaja. Con un rápido movimiento una navaja aparece en su diestra, y con los ojos inyectados de sangre avanza decidido a rajarme. Nuevamente intento reducirle pero elude mis golpes y se defiende con fieras puntadas al aire. En una de estas apunto está de alcanzarme, pero soy más rápido y le desarmo de una patada. Al tiempo que sin darle tiempo a reaccionar le derribo de un porrazo en la boca. Yo también se lo que es pelear en la calle, no hay cuartel. Sujetándose la mandíbula rota rueda por el suelo mientras sigo golpeándolo con saña hasta que queda inerte. Mis ruidosos jadeos resuenan lúgubremente en el oscuro callejón, pero no me preocupa. No hay testigos, en estos lugares nunca los hay, es malo para la salud. Apoyándome en la pared intento normalizar un poco mi agitada respiración, estoy exhausto y sudo como un cerdo. Mi mano sujeta férreamente con determinación la porra ensangrentada, mientras intento con tener las ganas de vomitar. He de salir de aquí, la sangre de Correa empieza a formar un charco bajo su desfigurada cabeza, y el denso olor dulzón invade el ambiente tornándolo irrespirable.
La iglesia da San Donato permanece aún abierta y una docena de feligresas rezan devotamente, repartidas por los primeros bancos. Tras santiguarme respetuosamente, avanzo por uno de los pasillos laterales hacia el confesionario. Al verme llegar dos ancianas que aguardan su turno me observan detenidamente. El estomago sigue martirizándome y tentado estoy de recurrir al alkazelzer. Hoy ha sido uno de esos días para olvidar. Pienso recordando los dos cadáveres del callejón. Pero es la única forma de ganarse el respeto. No sé donde íbamos a llegar, esta gente no entiende sino es a golpes. Por suerte esto va rápido, la segunda anciana se dirige al confesionario, soy el siguiente. Lentamente empiezo a rezar para tener la mente ocupada en algo constructivo, pero no resulta fácil. Mis pensamientos se remiten inevitablemente a Correa y a su acompañante. La gente de esta calaña suelen acabar siempre así, pero no es nada agradable. El confesionario queda vacío, ya era hora. Con las piernas temblando me dirijo hacia el y me arrodillo frente a la oscura rejilla. Nunca se como empezar, pero Don Alberto el párroco me reconoce y me ayuda. Poco a poco voy confesando todas las culpas que me afligen. El día ha dado para mucho, chantajes, robo, violencia, sexo. Cuando parece que me embarullo, Don Alberto me anima a continuar sin prisas. La. reflexión me hace sentir mejor. Paulatinamente voy ganando confianza en mi mismo, mientras me relajo. Cuando termino Don Alberto me impone una piadosa penitencia y me da su perdón. Sinceramente agradecido y más tranquilo dejo el confesionario. La iglesia va quedándose vacía mientras rezo fervientemente para expiar mis pecados. Cuando termino mis oraciones, ya sólo queda luz en el altar. Puesto en pie me santiguo y me dirijo hacia el cepillo. Don Alberto sale en ese momento de la sacristía para ver si aún queda alguien. Nuestras miradas se cruzan y asiente comprensivo. Ladino finge mirar a otra parte mientras deposito mi donativo en la desgastada caja de madera. Así que acabo añadiendo un par de billetes más a los que tenía previsto dejar en principio. Entonces se acerca para saludarme atentamente. Habla reposadamente en un tono amistoso que transmite seguridad. Intercambiamos unas frases triviales mientras me acompaña a la puerta. Son más de las once de la noche, hora de irse a casa me noto realmente cansado. Le prometo asistir a misa el domingo, antes da besarle la mano agradecido, por sus bendiciones. Cuando salgo a la calle y cierra la puerta a mi espalda, me encuentro realmente relajado. Libre del peso de la culpa, me siento que estoy en paz conmigo mismo y con Dios que es lo más importante. Es una suerte esto de ser tan devoto uno puede sentirse atormentado por las culpas y por sus actos. Pero basta una sincera confesión de arrepentimiento junto con el propósito de enmienda. Para que cualquier tipo de pecado por reprobable que sea pueda quedar redimido. 

miércoles, 23 de mayo de 2012

Cargos de conciencia (1ª Parte)


Hoy me espera un día ajetreado, todos los lunes lo son. Por eso nada más salir de casa, entro en la farmacia y compro una caja de alkazelzer. Pues ya empiezo a notar un cierto ardor de estómago. Desde luego es una lata esto de ser tan nervioso. Uno siempre anda con el estómago revuelto. Especialmente cuando tiene que realizar tareas poco gratas, pero que se  le va a hacer. Después de tomarme un par de pastillas y un agua mineral. Me encuentro en condiciones de iniciar la jornada. Como cada semana empiezo la ronda por los billares de la plaza Augusta. Todo marcha sobre ruedas, aquí nunca hay el más mínimo problema. Cosa que tampoco ocurre cuando visito las tiendas y comercios de las calles Trento y Quintiliano, o la gasolinera de Don Fausto. Así da gusto trabajar, uno agradece tratar con gente responsable. Profesionales acostumbrados a preocuparse por sus negocios. Que entienden, que uno también tiene sus obligaciones y no te hacen perder el tiempo con tonterías.- Lástima que no todos sean igual – pienso. Mientras cruzo la calle y entro en el hostal “ La Dolce Vita ".
 El estrecho y destartalado vestíbulo está completamente vacío, como si llevara años abandonado. Se respira una atmósfera cargada de olores desagradables, que agreden mi pituitaria nada más cruzar las puertas. Los primeros clientes habituales aún tardaran varias horas en hacer su aparición. Vendrán de la mano de las prostitutas, que los traerán para concretar los servicios previamente pactados. Esa es la clase de gente que visita este tugurio. Durante un par de minutos aporreo insistentemente el timbre del destartalado mostrador, sin que nadie acuda a mi llamada. El molesto chirrido metálico de aquel trasto resuena lúgubremente en las paredes manchadas por la humedad. Estoy empezando a sentirme agobiado. Finalmente la robusta figura de Doña Renata aparece en lo alto de la escalera. La mujer pone cara de pocos amigos en cuanto me ve. Es una matrona a la vieja usanza con más historias que la Biblia y mucho visto y vivido. Como siempre está de mal humor y se pasa unos minutos quejándose y refunfuñando. Aún que no la hago mucho caso, ya estoy acostumbrado. Primero vienen las protestas, luego las consabidas lamentaciones y por último asegura resignada, que de seguir así las cosas va atener que cerrar el negocio. Como ve, que no la tomo en serio insiste en su discurso. Hasta que empiezo a perder la paciencia y la ordeno que se calle de una vez. Siempre está con lo mismo me pone de los nervios.
-Tengamos la fiesta en paz Doña Renata. Que tengo mucho que hacer y ando escaso de tiempo. Así que abrevie y no me venga ahora con monsergas.- Interrumpo con malos modos. Por un momento parece como si fuera a responderme de igual manera. Pero conteniendo un gesto airado desiste en su actitud. Sabe que no la conviene soliviantarse, va siendo hora de llamar a su hombre.
-Humberto te buscan - grita en tono imperioso con su potente vozarrón. Mientras se acerca a la escalera. El tal Humberto no tarda en reunirse con nosotros. Sin duda la noche pasada debió de ser muy larga, a juzgar por sus ojeras y el aspecto somnoliento y desaliñado. Tan impropio de él que siempre anda de punto en blanco, haciéndose notar y acotando su zona de influencia. Al contrario que su compañera Humberto no es un tipo muy hablador, y menos en un día de resaca. Esta claro que desea volver a la cama cuanto antes y vamos directo al grano. La mujer es quien lleva el negocio o mejor dicho quien lo trabaja. Humberto se dedica a administrar y salvaguardar los intereses de ambos. Sabe perfectamente que yo por mi parte hago lo mismo, nos entendemos a la perfección. Ya tiene suficientes quebraderos de cabeza controlando a los chicos de la zona, no necesita meterse en más problemas.
El aire contaminado de la calle se me antoja de lo más puro y saludable cuando por fin salgo de " La Dolce Vita " . No soporto estas visitas y nunca conseguiré acostumbrarme. Ardo en deseos de salir de allí cuanto antes. Desde luego el nombrecito no deja de ser de lo más cínico. Compruebo el reloj son casi las diez y media, tendré que apretar el paso aún queda mucho que hacer.
En los talleres Carrera el contable parece un tanto despistado con las cifras. Así que he de recordarle que a mí los números nunca se me han dado nada mal. Es un hombre inteligente y sabe rectificar a tiempo, por esta vez lo dejaremos pasar. Aunque esta visto que a partir de ahora tendré que andarme con ojo con este tipo. Parece que hoy todo el mundo se ha levantado con ganas de fastidiar al prójimo. En las tres siguientes visitas opto por mostrarme algo más expeditivo. Un par de oportunas amenazas “soto voce” surgen el efecto adecuado. El quiosquero del parque de la Amistad no se deja amilanar tan fácilmente, es nuevo en el negocio y no acaba de entender como funcionan las cosas. Le acompañan un par de amigos y se creen situación de protestar. Un rodillazo en sus partes y una ración de sonoras bofetadas le bajan los humos y ponen las cosas en su sitio. Los dos pardillos no se atreven ni a parpadear han entendido el mensaje. No soporto a los gallitos que se soliviantan cuando creen que la diferencia numérica les va a proteger.
Este último altercado me impide llegar puntual a mi cita de las doce en “El Foro “.  Pietro ya va por su segundo Martini, cuando me siento a su lado en la única silla que queda libre, todo un lujo. La atestada terraza bulle de animación a estas horas. Docenas de turistas se reúnen bajo los toldos del pintoresco café, en busca de un ansiado refrigerio. Pietro es mi corredor de apuestas, todo un personaje. Por sus manos pasa la mitad del juego ilegal de esta ciudad. Muchos deben su fortuna o su ruina a los riesgos que con el han asumido. Llevamos mucho tiempo trabajando juntos y nos conocemos a la perfección. Por lo que hoy advierto enseguida que algo le preocupa. Así que mientras damos cuenta de nuestras bebidas me va poniendo al corriente de la situación. Hay un par de tipos que se han retrasado en el pago, las deudas de juego me revientan.
Los intentos de Pietro por solucionar el asunto han sido inútiles
- Sandro, el joyero de la Emporio no hace más que darme largas cada vez que logro dar con él. Cosa que no es nada fácil por que esta aprendiendo a escabullirse de lo lindo.- dice Pietro con fastidio.- El otro es Bruno Correa.- añade torciendo el gesto. Ambos sabemos que si bien Sandro no es más que un imbécil congénito. Correa en cambio es un autentico hueso.
- Ese hijo de puta pasó olímpicamente de nuestra última advertencia. No solo no nos paga las deudas, sino que además se entromete en el negocio organizando timbas por su cuenta.- protesta Pietro. En cuyo tono advierto un ligero reproche. Lleva un par de meses avisándome de los manejos de Correa. Insistiendo en que habría que ocuparse de el, antes de que las cosas se nos fueran de las manos. Estos contratiempos le están causando problemas.
- Tranquilo, esta vez lo resolveremos definitivamente. No tendrás que volver a preocuparte de ese tipo.- aseguro. Firmemente decidido a dejar zanjado el asunto de una vez por todas. Pietro necesita que pueda volver a garantizarle la estabilidad necesaria en el negocio. La determinación que le trasmiten mis palabras parece acabar por complacerle. Por lo demás las cosas marchan divinamente, me muestra su libreta en donde ya ha calculado los porcentajes y las ganancias. Todo está en orden, con Pietro los números cantan.
De pronto nos interrumpe un tipo con gesto furtivo - Pietro, Pietro te estaba buscando, -dice en tono nervioso. Un camarero que siempre nos atiende acude presuroso y le pide que nos deje en paz. Mientras le hace un gesto casi imperceptible para que me mire. El tipo capta el mensaje al instante y desaparece.
-Los hay que son insoportables, harían una apuesta hasta en su lecho de muerte. -se queja. Pietro disgustado por la interrupción. Con un gesto le resto importancia al asunto y pido otra ronda.  Martini para él y agua para mi, estoy sediento. Estas caminatas son agotadoras, pero necesarias. Podría hacer el recorrido en coche pero me gusta palpar el ambiente de la calle. En mi trabajo es importante estar al tanto de lo que se  cuece, pateando las aceras recibo y percibo más información de la que obtendría si fuera preguntando por ahí como una vulgar portera.
Con un apretón de manos me despido de Pietro hasta el próximo lunes, prometiendo ocuparme de los morosos. Tras este breve paréntesis retorno mis obligaciones, acercándome hasta el Paseo de los Soportables. Donde por este orden visito la fábrica de camisas, el horno de Don Ciriaco y  Las Bodegas Carlesi, dejando para el final la joyería Emporio. En otro tiempo floreciente negocio que fue perdiendo cache al jubilarse su fundador, y quedar en manos de su hijo Sandro. Las apuestas y los negocios no suelen tener muy buena relación. Pero para colmo de males Sandro se muestra igual de negado para lo uno como para lo otro. Lleva más de un mes esquivando a Pietro y sabe que va a tener problemas. Hoy no me conformaré solo con mí porcentaje, tendrá que darme algo más.
Sandro esta solo la dependienta que le ayuda se acaba de marchar, y por su expresión adivino que se arrepiente de no haberse dado más prisa en cerrar. Mi visita no es casual y no es necesaria ninguna cortesía ni comentario preliminar.
-Esto es lo único que tengo, le prometo que me pondré al día en menos de un mes, eso es cuanto necesito déme un mes de plazo y cubriré la deuda.- dice. Mostrándome la caja  registradora tras entregarme un puñado de billetes. Se ha echado a temblar en cuanto me ha visto entrar. Parece realmente asustado, pero conozco a muchos como el son mentirosos profesionales.
-Supongo que no habrás estado apostando con otra gente, - pregunto. Sentándome sobre el mostrador acristalado y observando la colección de ajuares que se exhibe al público. -Claro que no, ya tengo suficientes problemas, y además con que dinero, estoy sin blanca. -Responde con voz asustada evitando mirarme a los ojos. -¿Le gusta alguno de estos? Cójalo se lo regalo es lo mínimo que puedo hacer. –propone en tono ansioso. Sacando un juego de pendientes, pulsera y gargantilla.
-Es bonito –digo. Tomando la bandeja de su mano temblorosa. Antes de estampársela en la cara. Después agarrándolo de las ropas lo saco del mostrador y empiezo a golpearlo sin miramientos contra un viejo carillón. No dejo de hacerlo hasta que pierde el sentido y he de reanimarlo con unas suaves palmaditas en el rostro magullado.
-Escucha Sandro no me gustaría tener que hacerte daño entiendes, te doy una semana consigue el dinero, si no quieres que me enfade de verdad. -le advierto. Luego le pongo a dormir otra vez de un soberbio puñetazo en su estúpida bocaza. Antes de irme elijo un hermoso juego de pendientes, el maltrecho carillón se ha parado pero el mío señala las dos de la tarde, es hora de comer.
Las dos jóvenes dependientas del Bazar Oriental ya estan cerrando las puertas. Pero yo paso directamente a la trastienda sin ningún reparo. Rosana que está en su despacho  hablando por teléfono. Me hace un gesto para que suba arriba, a su casa. Sonriendo traviesa mente le dejo sobre la mesa la cajita con los pendientes provocando un espontáneo gesto de sorpresa.
Encuentro a Mario en la cocina, sentado frente a un enorme y suculento plato de espaguetis. El chico se alegra de veme, todo lo contrario que su abuela quien no oculta su desagrado por mi visita. Mientras come Mario me cuenta sus progresos en el colegio, es un buen estudiante algún día llegará a ser alguien en la vida. Después del postre me lleva a su cuarto para mostrarme un nuevo juego de ordenador. Tenemos el tiempo justo para jugar un par de partidas, antes de que su abuela lo llame para llevarlo al colegio. Rosana llega en ese momento a tiempo de despedirlo con un par de besos. En el recibidor la oigo intercambiar unas frases apresuradas con su madre, la vieja esta furiosa y se marcha refunfuñando. Cuando por fin nos quedamos solos ella va a la cocina mientras preparo la mesa. Tengo un hambre de lobo, me comería un buey entero.
Observo complacido que se ha puesto los pendientes, le sientan muy bien y no pide ninguna explicación. Comemos casi en silencio sin intercambiar apenas unas cuantas palabras, hasta que ella sirve el café. Entonces me cuenta que piensa llevar a Mario de vacaciones a Suiza, será este verano al chico le encantan las montañas y el campo. Me parece una gran idea a ambos les vendrá bien pasar unos días juntos. Normalmente ella siempre anda con exceso de trabajo.
- ¿Te gustaría acompañarnos?-propone. La pregunta me toma por sorpresa e inquieto no sé que contestar.
-No creo que pueda -digo finalmente. Intento añadir algo más pero ella asiente con gesto de comprensión, cambiamos de tema.
El Bazar funciona a la perfección y la clientela es cada vez más numerosa. Rosana ya tiene incluso una larga lista de artículos reservados por encargo. Si las cosas siguen yendo así de bien estas Navidades va a tener que contratar dependientas de refuerzo. Comenta como si el breve momento de incomodidad no hubiera llegado a producirse. Me ofrece otro café, pero no me apetece. Seguramente no tendría que haber tomado ni sí quiera el primero comento. Así seguro que no consigo tranquilizarme estoy tenso como una cuerda. Ella sonríe  y mira hacia el sofá –Relájate un rato-  ordena. Mientras empieza a recoger la mesa, hoy le toca lavar los platos. Así que sin dudarlo ni un instante me dejo caer en el sofá. Desde donde la oigo trajinar por la cocina. Como siempre no puedo evitar fijarme en que aún conserva sobre el aparador la foto de boda. Desde luego aquel día estaba radiante, junto a ella Marco sonreía satisfecho. Corrían buenos tiempos, lástima que siempre apreciemos lo bueno cuando ya lo hemos dejado muy atrás.
Marco fue mi socio hasta poco después de aquella boda. El decidió entonces seguir su propio camino. Aquella súbita decisión me sorprendió un poco, pero quedamos como amigos. Durante un par de años la vida continuó, como si nada, hasta que las cosas se torcieron. Marco empezó a meterse en problemas cada vez más graves hasta que ni si quiera mi ayuda fue suficiente. Rosana pidió el divorcio y la custodia de Mario. Eso fue poco antes de que el volviera a meter la pata en uno de sus negocios y le cayeran diez años en el talego. Por entonces Marco se había vuelto un autentico cabronazo y se lo tenía bien merecido. De un tiempo a esta parte no respetaba a nada ni a nadie. En una ocasión le prometí que si le ocurría cualquier cosa ayudaría a su mujer y al hijo que por entonces venía en camino. Por su parte me aseguró que intentaría hacer lo posible por enderezar su vida, no cumplió su parte del trato. Por eso llegado el momento yo si lo hice, aunque a mi manera.