Rosana está terminando de
arreglar la cocina.
- Acabo enseguida. -dice al
verme apoyado en el quicio de la puerta. Es una mujer fuerte, que ha sabido
sobre ponerse a todo lo ocurrido sacando a su hijo adelante. -Marco nunca supo
la suerte que tuvo al casarse con ella, lástima que no lo aprovechara.- pienso
con una sonrisa picara. Mientras me acerco y la rodeo por la cintura.
-Espera un momento, -pide. Intentando hacerme a
un lado, aunque sin mucho empeño.
-No me apetece esperar. –respondo en un susurro.
Mientras empiezo a besarla y levantándola en brazos la llevo al dormitorio
Son más de las cinco cuando
salgo del Bazar. Como siempre después de estas placenteras visitas, no puedo
evitar sentirme culpable. Aunque tampoco se muy bien por qué. Quizás nunca debí
liarme con Rosana. En cierta forma es como enredar aún más la madeja de un
juego peligroso. Aun que ella siempre ha tenido muy claro que fue Marco quien
destruyó su matrimonio. Obligándola a pasar un autentico calvario hasta lograr
rehacer su vida. Mi ayuda le resultó vital para salir adelante y me está
agradecida. Pero la verdad es que nunca esperé recibir nada a cambio, conozco a
Rosana desde que éramos pequeños. Para mi echarla una mano no era sino una
prueba de amistad. Luego lo uno trajo lo otro y en esas estamos. Nuestra actual
relación es algo surgido de improvisto. No hay pues ninguna obligación del uno
respecto al otro. Aquello es sin duda lo mejor, el tiempo ya se encargará de poner
a cada cual en su sitio. De momento nos limitamos a disfrutar apasionadamente
de estos encuentros esporádicos. Me digo repitiéndome la excusa a la que siepre
recurro cuando pienso en todo esto.
“Ultramarinos Baza" es probablemente
la tienda más selecta da la ciudad. En ella uno puede encontrar la mejor
selección de vinos, onservas y fiambres disponibles en el mercado. El señor
Antonio su propietario, cuida personalmente la selección de los productos que
se ofrecen a la clientela. Pues como no se cansa de repetir, esa es una de las
claves de su éxito. Hoy lo encuentro muy atareado en el almacén clasificando
una partida de conservas, que acaba de recibir.
- ¿Todo en orden?, -pregunto al
verle repasar atentamente los albaranes de entrega.
- De momento si, aunque nunca
se sabe, los repartidores pueden jugártela en cuanto te descuides, -responde
con una sonrisa ladina. El verano anterior un repartidor de la casa, un
tanto listillo lo estuvo trayendo de
cabeza durante unas semanas. Fingiendo una docena de pequeños accidentes en los
que igual se perdían medía docena de botellas de vino. Que unos cuantos tarros
de salazones o un par de garrafas de aceite de oliva. La selecta mercancía
aparecía poco después en la trastienda de un barucho de mala muerte. Donde el
fulano la revendía a precio de ganga a unos amigotes de paladar fino. Poco
predispuestos a rascarse el bolsillo frente a la caja registradora del
ultramarino. Don Antonio no pudo recuperar la mercancía ni el perjuicio económico
ocasionado. Pero antes de romperle las piernas y los brazos el repartidor tuvo
a bien firmar su renuncia al puesto de trabajo sin derecho a ningún tipo de
remuneración.
- Acabo enseguida si no le
importa –Dice Don Antonio señalado unas cajas que tiene a su lado.
-Tranquilo estaré en su
despacho.
Dos minutos después se reúne
conmigo. Me gusta hablar con Don Antonio y él lo sabe. Siempre anda contando
chismes y uno se divierte escuchándole. Como suele decir su comportamiento es
digno de una tendera que siempre está al tanto de lo que ocurre en el barrio.
Pues poco importa que su clientela sea de lo más selecto de la ciudad. Al final
acaban comadreando igual que verdaderas marujas. Con lo cual cada vez que vengo,
Don Antonio tiene alguna nueva historia que contarme. Es increíble de las cosas
que uno acaba enterándose si sabe a donde acudir. En está ocasión veinte
minutos de charla resultan de lo más interesantes.
Cuando salgo del ultramarino
enfilo la calle de Correos. En donde procuro entretenerme lo justo haciendo
otra media docena de visitas, en el mismo tiempo que he pasado charlando con
Don Antonio. De esta forma doy por concluida mi ronda, ya puedo ocuparme de resolver
el asunto del que me habló Pietro. Pero antes vuelvo a echar mano de los alkazelzer,
este trabajo va a acabar conmigo. Bruno Correa es un individuo acostumbrado a
moverse en situaciones de este tipo. Andar siempre a salto de mata metido hasta
las orejas en problemas de toda índole, es para el cosa hecha. Así que como
suponía no va a resultar fácil dar con el. En " La taberna. Del Condotiero
", donde últimamente era asiduo, nadie sabe nada de el. Por la cara que
pone el dueño cuando pregunto no me extrañaría que también le deba dinero. Lo único
que averiguo es que se le ha visto en un par de ocasiones con el estanquero de
" Orzama”.
"Orzama" es una
pequeña plazoleta enclavada a espaldas de la Catedral. Allí convergen un entramado de angostas
callejuelas en las que se congregan las putas, chulos y transexuales de más
baja estofa. Sin duda el lugar ideal para dar cobijo a alguien como Correa. El
estanco ya está cerrado, pero a su propietario lo encuentro cerca de allí. Intentando
cerrar el trato con un pintarrajeado putón verbenero, al que sobran por igual
kilos y arrugas. Mi interrupción no puede ser más inoportuna. Pero la mujer
parece olerse el asunto y desaparece rápidamente, de mostrando saber
perfectamente cuando conviene salir de en medio. El estanquero, un tipo flaco y
enjuto de mirada libidinosa intenta hacerse el sueco, y trata de aparentar no
saber nada de Correa. Tengo muy claro que miente y que a nuestro alrededor todo
el mudo nos mira. Aunque jamás lo admitirían bajo ninguna circunstancia. Este
es un mundo peligroso donde cada uno tira de su propio carro. De un empujón
lanzo a aquel alfeñique contra la pared, con la que se golpea violentamente
antes de caer enrollado en la acera. Donde empieza a chillar como un loco,
está aterrorizado, pero enmudece cuando
le pateo un poco las costillas. Ahora ya está preparado para colaborar.
Confiesa que es un pervertido al que Correa ha estado facilitando chicas con
las que organizar grandes orgías en compañía de unos amigos. No sabe nada de
timbas ni apuestas, asegura en tono lastimero. Lo suyo son las putas los travestís
y los juegos eróticos. Hace casi dos semanas que no ve a Correa, perjura con la
respiración entrecortada por la presión de mi pie sobre su garganta. Su rostro
congestionado esta empezando a ponerse morado, no creo que mienta. Antes de
irme le arreo un par de patadas más para que aprenda. Ahora ya sé como dar con
mi escurridizo objetivo.
Petra e Iris, las pupilas de
Correa, comparten una esquina con bastante transito. Al igual que el resto de
las mujeres que pululan por estas calles no son nada del otro mundo. La primera
tiene aspecto sudamericano y su prominente delantera queda compensada con una
figura entrada en carnes. La otra bastante más alta, lleva el pelo teñido de un
rubio chillón y al contrario que su compañera en su espigada silueta si se
echan en falta algunas curvas que la hagan más atractiva Figuras anodinas que
malviven como pueden sin esperanza de salir de este agujero.
El estanquero me ha informado
de que Correa vigila a sus chicas de cerca. Sólo tengo que aguardar a que se
presente, es la forma más segura de dar con el. Durante casi dos horas las
observo desde un portal. Sin hacerme notar entre la gente que va y viene de un
lado para otro. Obreros en busca de diversión, grupos de jóvenes curiosos,
borrachos, mirones, parejas unidas temporalmente por una cantidad de dinero. La
actividad que se palpa en las calles es sorprendente. No hay formulismos ni
inhibiciones todo el mundo sabe cual es su papel en este lugar. Petra se
muestra más productiva que Iris, quien solo se ocupa con un cliente en todo este
rato. A estas alturas ya tengo claro que mis sospechas iniciales son ciertas y
esta falsa rubia está más colgada que un murciélago. No creo que Correa aguante
mucho tiempo a una yonki desahuciada. Aunque tampoco hay mucho más donde elegir
en este inframundo. Empiezo a estar harto de todo esto y me planteo la
posibilidad de largarme. Pero al final mi promesa a Pietro se impone y me
obligo a seguir aguardando recostado contra la pared. Tengo los nervios
crispados y la boca amarga a causa de la acidez.
A las nueve cuando mi paciencia
se halla al limite se presenta mi presa, ya temía que no viniera. Correa trae
cara de pocos amigos. Tal vez el estanquero le haya puesto sobre aviso, aunque
no parece nervioso En la esquina Petra le recibe con un abrazo de lo más provocativo.
Al que el responde con algunas cariñosas palmaditas en el trasero. Después
busca a Iris con la mirada. Desde mi posición imagino que Petra lo esta
poniendo al corriente de la situación. Mientras el cuenta el dinero que ella le
acaba de entregar. Al parecer Petra goza de cierta fama entre la clientela,
lleva media docena de clientes desde que he llegado. Su protector la premia con
un magreo y algo de dinero que le introduce en el escote con un gesto lascivo,
buena chica. Iris aparece en ese momento, solo ha dejado la esquina en dos
breves ocasiones. Correa no parece muy contento y la reprende con aspavientos a
los que ella estúpidamente intenta responder de igual forma. Ganándose un
certero gancho al estomago que la pone de rodillas. Tirándola del pelo él la levanta
y la sujeta por el cuello mientras la grita desaforadamente. En este lugar
aquella acción se repite con brutal regularidad un día si y otro también. Sin
que nadie le presta la más mínima atención. Unos metros más allá ajena todo, Petra
trata con un nuevo cliente. Después de darle su merecido a su díscola
protegida. Correa se dirige a un destartalado almacén no lejos de allí.
Procurando que no me descubra y rogando para que no decida coger un coche, le
sigo. Es un tipo peligroso, Pietro me ha
advertido que me ande muy atento. Por lo que estoy viendo, voy a tener que
emplearme a fondo. Correa ya ha demostrado que no es de los que vuelven al
redil con una simple advertencia. Por fortuna hay suerte, no tarda en abandonar
el almacén. Acompañado por otro sujeto de aspecto patibulario, con el que
conversa animadamente. No puedo seguir persiguiéndoles toda la noche, pronto
tendré que actuar, en alguna parte un reloj da las diez.
Correa y su amigo llegan hasta
la pensión Montecatini. El aspecto del destartalado caserón me recuerda a
" La Dolce Vita “. Para entrar utilizan una puerta lateral, que da a un lóbrego callejón. No se que se
traerán entre manos pero aquel se me antoja un sitio perfecto para mis fines.
Pienso preparando la porra que siempre llevo con migo, el corazón me palpita desenfrenadamente
y me sudan las manos. Furioso y contrariado tengo ganas de solucionar todo esto
cuanto antes.
Correa y el otro tipo vuelven a salir cuando apenas si he
tenido tiempo de ocultarme entre las sombras. Van riéndose de algo, parecen muy
contentos ajenos a mí presencia, hasta que es demasiado tarde para ellos. Mi
primer golpe alcanza al desconocido en la nuca derribándolo fulminado.
Maldiciendo, Correa logra zafarse de mi segunda acometida y retrocede
trastabillando hasta la pared. Desde donde me lanza una mirada cargada de ira.
Si realmente no estaba al tanto de mi interés por encontrarle, no parece
demasiado sorprendido de verme.
- Creía
haber sido lo bastante claro. Te dije que no quería volver a verte, que aquí no
había sitio para ti, sobras. Solo tenías que saldar tus deudas y esfumarte en
busca de una pocilga más apropia de la gente de tu ralea. Era un mensaje
sencillo, fácil de entender hasta para alguien tan estúpido como has demostrado
ser.- dije recordando nuestro último encuentro.
- Cabrón-
escupe. Lanzado una rápida mirada hacia su compinche tendido en el suelo. Le he
desnucado, no causara más problemas. – Veremos quien sobra.- brama. Intentando
separarse de la pared que le cierra el paso a su espalda. Los tipos como el están
curtidos en peleas callejeras, esta situación no le gusta se sabe en
desventaja. Con un rápido movimiento una navaja aparece en su diestra, y con
los ojos inyectados de sangre avanza decidido a rajarme. Nuevamente intento
reducirle pero elude mis golpes y se defiende con fieras puntadas al aire. En
una de estas apunto está de alcanzarme, pero soy más rápido y le desarmo de una
patada. Al tiempo que sin darle tiempo a reaccionar le derribo de un porrazo en
la boca. Yo también se lo que es pelear en la calle, no hay cuartel.
Sujetándose la mandíbula rota rueda por el suelo mientras sigo golpeándolo con
saña hasta que queda inerte. Mis ruidosos jadeos resuenan lúgubremente en el
oscuro callejón, pero no me preocupa. No hay testigos, en estos lugares nunca
los hay, es malo para la salud. Apoyándome en la pared intento normalizar un
poco mi agitada respiración, estoy exhausto y sudo como un cerdo. Mi mano
sujeta férreamente con determinación la porra ensangrentada, mientras intento
con tener las ganas de vomitar. He de salir de aquí, la sangre de Correa
empieza a formar un charco bajo su desfigurada cabeza, y el denso olor dulzón
invade el ambiente tornándolo irrespirable.
La iglesia da San Donato
permanece aún abierta y una docena de feligresas rezan devotamente, repartidas
por los primeros bancos. Tras santiguarme respetuosamente, avanzo por uno de
los pasillos laterales hacia el confesionario. Al verme llegar dos ancianas que
aguardan su turno me observan detenidamente. El estomago sigue martirizándome y
tentado estoy de recurrir al alkazelzer. Hoy ha sido uno de esos días para
olvidar. Pienso recordando los dos cadáveres del callejón. Pero es la única
forma de ganarse el respeto. No sé donde íbamos a llegar, esta gente no
entiende sino es a golpes. Por suerte esto va rápido, la segunda anciana se
dirige al confesionario, soy el siguiente. Lentamente empiezo a rezar para
tener la mente ocupada en algo constructivo, pero no resulta fácil. Mis
pensamientos se remiten inevitablemente a Correa y a su acompañante. La gente
de esta calaña suelen acabar siempre así, pero no es nada agradable. El
confesionario queda vacío, ya era hora. Con las piernas temblando me dirijo
hacia el y me arrodillo frente a la oscura rejilla. Nunca se como empezar, pero
Don Alberto el párroco me reconoce y me ayuda. Poco a poco voy confesando todas
las culpas que me afligen. El día ha dado para mucho, chantajes, robo,
violencia, sexo. Cuando parece que me embarullo, Don Alberto me anima a
continuar sin prisas. La. reflexión me hace sentir mejor. Paulatinamente voy
ganando confianza en mi mismo, mientras me relajo. Cuando termino Don Alberto
me impone una piadosa penitencia y me da su perdón. Sinceramente agradecido y
más tranquilo dejo el confesionario. La iglesia va quedándose vacía mientras
rezo fervientemente para expiar mis pecados. Cuando termino mis oraciones, ya
sólo queda luz en el altar. Puesto en pie me santiguo y me dirijo hacia el
cepillo. Don Alberto sale en ese momento de la sacristía para ver si aún queda
alguien. Nuestras miradas se cruzan y asiente comprensivo. Ladino finge mirar a
otra parte mientras deposito mi donativo en la desgastada caja de madera. Así
que acabo añadiendo un par de billetes más a los que tenía previsto dejar en
principio. Entonces se acerca para saludarme atentamente. Habla reposadamente
en un tono amistoso que transmite seguridad. Intercambiamos unas frases
triviales mientras me acompaña a la puerta. Son más de las once de la noche,
hora de irse a casa me noto realmente cansado. Le prometo asistir a misa el domingo,
antes da besarle la mano agradecido, por sus bendiciones. Cuando salgo a la
calle y cierra la puerta a mi espalda, me encuentro realmente relajado. Libre
del peso de la culpa, me siento que estoy en paz conmigo mismo y con Dios que
es lo más importante. Es una suerte esto de ser tan devoto uno puede sentirse
atormentado por las culpas y por sus actos. Pero basta una sincera confesión de
arrepentimiento junto con el propósito de enmienda. Para que cualquier tipo de
pecado por reprobable que sea pueda quedar redimido.
7 comentarios:
Genial!
Me ha gustado mucho. Relato redondo.
Bueno, nunca es tarde si la dicha es buena...Muy bueno!
Gracias Frank por el comentario y por la visita. Se bienvenido.
Gracias Doctora.
Me alegro de que el final haya estado a la altura. Un beso.
Cierto Meg lo importante es llegar, lo demás va quedando en el camino. Un besote.
Juan Andres
maravilloso relato sensual donde me imagino lo que quiero imaginarme ...Nos dejas extasiados con tus letras....
Lo unico que yo haria seria hacer de un escrito dos, mas corto la sensualidad de tus textos me impregnarian mas ya que me quedaria esperando por....
Por favor no lo tomes a mal y jamas doy un consejo.Me gusta tu blog y mi admiracion por tus letras
Buen retrato psicológico,tipos como ése en la vida real seguro que hay más de uno.
Saludos
"Es una suerte esto de ser tan devoto uno puede sentirse atormentado por las culpas y por sus actos. Pero basta una sincera confesión de arrepentimiento junto con el propósito de enmienda. Para que cualquier tipo de pecado por reprobable que sea pueda quedar redimido"....uuuyyy...uyyy....uuyyy....esa doble moral del protagonista es lo que se usa hoy en día...y sobre todo en las altas esferas...robo...pero como no es mucho...entonces no es robar...y si me encomiendo a Dios y a todos los santos y pido perdón, puede que no vaya al infierno y tenga un lugar en el cielo...porque dentro de todo no me he portado mal, soy buen cristiano porque me confieso y voy a misa....que poca conciencia!!!....me ha gustado el relato...besooossss
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