Hoy me espera un día ajetreado, todos los lunes lo son. Por
eso nada más salir de casa, entro en la farmacia y compro una caja de
alkazelzer. Pues ya empiezo a notar un cierto ardor de estómago. Desde luego es
una lata esto de ser tan nervioso. Uno siempre anda con el estómago revuelto.
Especialmente cuando tiene que realizar tareas poco gratas, pero que se le va a hacer. Después de tomarme un par de
pastillas y un agua mineral. Me encuentro en condiciones de iniciar la jornada.
Como cada semana empiezo la ronda por los billares de la plaza Augusta. Todo
marcha sobre ruedas, aquí nunca hay el más mínimo problema. Cosa que tampoco
ocurre cuando visito las tiendas y comercios de las calles Trento y
Quintiliano, o la gasolinera de Don Fausto. Así da gusto trabajar, uno agradece
tratar con gente responsable. Profesionales acostumbrados a preocuparse por sus
negocios. Que entienden, que uno también tiene sus obligaciones y no te hacen
perder el tiempo con tonterías.- Lástima que no todos sean igual – pienso. Mientras
cruzo la calle y entro en el hostal “ La Dolce Vita ".
El estrecho y
destartalado vestíbulo está completamente vacío, como si llevara años
abandonado. Se respira una atmósfera cargada de olores desagradables, que
agreden mi pituitaria nada más cruzar las puertas. Los primeros clientes
habituales aún tardaran varias horas en hacer su aparición. Vendrán de la mano
de las prostitutas, que los traerán para concretar los servicios previamente
pactados. Esa es la clase de gente que visita este tugurio. Durante un par de
minutos aporreo insistentemente el timbre del destartalado mostrador, sin que
nadie acuda a mi llamada. El molesto chirrido metálico de aquel trasto resuena
lúgubremente en las paredes manchadas por la humedad. Estoy empezando a
sentirme agobiado. Finalmente la robusta figura de Doña Renata aparece en lo
alto de la escalera. La mujer pone cara de pocos amigos en cuanto me ve. Es una
matrona a la vieja usanza con más historias que la Biblia y mucho visto y
vivido. Como siempre está de mal humor y se pasa unos minutos quejándose y
refunfuñando. Aún que no la hago mucho caso, ya estoy acostumbrado. Primero
vienen las protestas, luego las consabidas lamentaciones y por último asegura
resignada, que de seguir así las cosas va atener que cerrar el negocio. Como ve,
que no la tomo en serio insiste en su discurso. Hasta que empiezo a perder la
paciencia y la ordeno que se calle de una vez. Siempre está con lo mismo me
pone de los nervios.
-Tengamos la fiesta en paz Doña
Renata. Que tengo mucho que hacer y ando escaso de tiempo. Así que abrevie y no
me venga ahora con monsergas.- Interrumpo con malos modos. Por un momento
parece como si fuera a responderme de igual manera. Pero conteniendo un gesto
airado desiste en su actitud. Sabe que no la conviene soliviantarse, va siendo
hora de llamar a su hombre.
-Humberto te buscan - grita en
tono imperioso con su potente vozarrón. Mientras se acerca a la escalera. El
tal Humberto no tarda en reunirse con nosotros. Sin duda la noche pasada debió
de ser muy larga, a juzgar por sus ojeras y el aspecto somnoliento y
desaliñado. Tan impropio de él que siempre anda de punto en blanco, haciéndose
notar y acotando su zona de influencia. Al contrario que su compañera Humberto
no es un tipo muy hablador, y menos en un día de resaca. Esta claro que desea volver
a la cama cuanto antes y vamos directo al grano. La mujer es quien lleva el
negocio o mejor dicho quien lo trabaja. Humberto se dedica a administrar y
salvaguardar los intereses de ambos. Sabe perfectamente que yo por mi parte
hago lo mismo, nos entendemos a la perfección. Ya tiene suficientes quebraderos
de cabeza controlando a los chicos de la zona, no necesita meterse en más
problemas.
El aire contaminado de la calle
se me antoja de lo más puro y saludable cuando por fin salgo de " La Dolce
Vita " . No soporto estas visitas y nunca conseguiré acostumbrarme. Ardo
en deseos de salir de allí cuanto antes. Desde luego el nombrecito no deja de
ser de lo más cínico. Compruebo el reloj son casi las diez y media, tendré que
apretar el paso aún queda mucho que hacer.
En los talleres Carrera el
contable parece un tanto despistado con las cifras. Así que he de recordarle
que a mí los números nunca se me han dado nada mal. Es un hombre inteligente y
sabe rectificar a tiempo, por esta vez lo dejaremos pasar. Aunque esta visto que
a partir de ahora tendré que andarme con ojo con este tipo. Parece que hoy todo
el mundo se ha levantado con ganas de fastidiar al prójimo. En las tres
siguientes visitas opto por mostrarme algo más expeditivo. Un par de oportunas
amenazas “soto voce” surgen el efecto adecuado. El quiosquero del parque de la
Amistad no se deja amilanar tan fácilmente, es nuevo en el negocio y no acaba
de entender como funcionan las cosas. Le acompañan un par de amigos y se creen
situación de protestar. Un rodillazo en sus partes y una ración de sonoras
bofetadas le bajan los humos y ponen las cosas en su sitio. Los dos pardillos
no se atreven ni a parpadear han entendido el mensaje. No soporto a los
gallitos que se soliviantan cuando creen que la diferencia numérica les va a
proteger.
Este último altercado me impide
llegar puntual a mi cita de las doce en “El Foro “. Pietro ya va por su segundo Martini, cuando me
siento a su lado en la única silla que queda libre, todo un lujo. La atestada
terraza bulle de animación a estas horas. Docenas de turistas se reúnen bajo
los toldos del pintoresco café, en busca de un ansiado refrigerio. Pietro es mi
corredor de apuestas, todo un personaje. Por sus manos pasa la mitad del juego
ilegal de esta ciudad. Muchos deben su fortuna o su ruina a los riesgos que con
el han asumido. Llevamos mucho tiempo trabajando juntos y nos conocemos a la
perfección. Por lo que hoy advierto enseguida que algo le preocupa. Así que
mientras damos cuenta de nuestras bebidas me va poniendo al corriente de la
situación. Hay un par de tipos que se han retrasado en el pago, las deudas de
juego me revientan.
Los intentos de Pietro por
solucionar el asunto han sido inútiles
- Sandro, el joyero de la Emporio no hace más
que darme largas cada vez que logro dar con él. Cosa que no es nada fácil por
que esta aprendiendo a escabullirse de lo lindo.- dice Pietro con fastidio.- El
otro es Bruno Correa.- añade torciendo el gesto. Ambos sabemos que si bien
Sandro no es más que un imbécil congénito. Correa en cambio es un autentico
hueso.
- Ese hijo de puta pasó olímpicamente de nuestra
última advertencia. No solo no nos paga las deudas, sino que además se
entromete en el negocio organizando timbas por su cuenta.- protesta Pietro. En
cuyo tono advierto un ligero reproche. Lleva un par de meses avisándome de los
manejos de Correa. Insistiendo en que habría que ocuparse de el, antes de que
las cosas se nos fueran de las manos. Estos contratiempos le están causando
problemas.
- Tranquilo, esta vez lo resolveremos
definitivamente. No tendrás que volver a preocuparte de ese tipo.- aseguro. Firmemente
decidido a dejar zanjado el asunto de una vez por todas. Pietro necesita que
pueda volver a garantizarle la estabilidad necesaria en el negocio. La
determinación que le trasmiten mis palabras parece acabar por complacerle. Por
lo demás las cosas marchan divinamente, me muestra su libreta en donde ya ha
calculado los porcentajes y las ganancias. Todo está en orden, con Pietro los
números cantan.
De pronto nos interrumpe un
tipo con gesto furtivo - Pietro, Pietro te estaba buscando, -dice en tono
nervioso. Un camarero que siempre nos atiende acude presuroso y le pide que nos
deje en paz. Mientras le hace un gesto casi imperceptible para que me mire. El
tipo capta el mensaje al instante y desaparece.
-Los hay que son insoportables,
harían una apuesta hasta en su lecho de muerte. -se queja. Pietro disgustado
por la interrupción. Con un gesto le resto importancia al asunto y pido otra
ronda. Martini para él y agua para mi,
estoy sediento. Estas caminatas son agotadoras, pero necesarias. Podría hacer
el recorrido en coche pero me gusta palpar el ambiente de la calle. En mi
trabajo es importante estar al tanto de lo que se cuece, pateando las aceras recibo y percibo
más información de la que obtendría si fuera preguntando por ahí como una
vulgar portera.
Con un apretón de manos me
despido de Pietro hasta el próximo lunes, prometiendo ocuparme de los morosos.
Tras este breve paréntesis retorno mis obligaciones, acercándome hasta el Paseo
de los Soportables. Donde por este orden visito la fábrica de camisas, el horno
de Don Ciriaco y Las Bodegas Carlesi,
dejando para el final la joyería Emporio. En otro tiempo floreciente negocio
que fue perdiendo cache al jubilarse su fundador, y quedar en manos de su hijo
Sandro. Las apuestas y los negocios no suelen tener muy buena relación. Pero
para colmo de males Sandro se muestra igual de negado para lo uno como para lo
otro. Lleva más de un mes esquivando a Pietro y sabe que va a tener problemas.
Hoy no me conformaré solo con mí porcentaje, tendrá que darme algo más.
Sandro esta solo la dependienta
que le ayuda se acaba de marchar, y por su expresión adivino que se arrepiente
de no haberse dado más prisa en cerrar. Mi visita no es casual y no es
necesaria ninguna cortesía ni comentario preliminar.
-Esto es lo único que tengo, le
prometo que me pondré al día en menos de un mes, eso es cuanto necesito déme un
mes de plazo y cubriré la deuda.- dice. Mostrándome la caja registradora tras entregarme un puñado de
billetes. Se ha echado a temblar en cuanto me ha visto entrar. Parece realmente
asustado, pero conozco a muchos como el son mentirosos profesionales.
-Supongo que no habrás estado
apostando con otra gente, - pregunto. Sentándome sobre el mostrador acristalado
y observando la colección de ajuares que se exhibe al público. -Claro que no,
ya tengo suficientes problemas, y además con que dinero, estoy sin blanca.
-Responde con voz asustada evitando mirarme a los ojos. -¿Le gusta alguno de estos?
Cójalo se lo regalo es lo mínimo que puedo hacer. –propone en tono ansioso. Sacando
un juego de pendientes, pulsera y gargantilla.
-Es bonito –digo. Tomando la
bandeja de su mano temblorosa. Antes de estampársela en la cara. Después agarrándolo
de las ropas lo saco del mostrador y empiezo a golpearlo sin miramientos contra
un viejo carillón. No dejo de hacerlo hasta que pierde el sentido y he de
reanimarlo con unas suaves palmaditas en el rostro magullado.
-Escucha Sandro no me gustaría
tener que hacerte daño entiendes, te doy una semana consigue el dinero, si no
quieres que me enfade de verdad. -le advierto. Luego le pongo a dormir otra vez
de un soberbio puñetazo en su estúpida bocaza. Antes de irme elijo un hermoso
juego de pendientes, el maltrecho carillón se ha parado pero el mío señala las
dos de la tarde, es hora de comer.
Las dos jóvenes dependientas
del Bazar Oriental ya estan cerrando las puertas. Pero yo paso directamente a
la trastienda sin ningún reparo. Rosana que está en su despacho hablando por teléfono. Me hace un gesto para
que suba arriba, a su casa. Sonriendo traviesa mente le dejo sobre la mesa la
cajita con los pendientes provocando un espontáneo gesto de sorpresa.
Encuentro a Mario en la cocina,
sentado frente a un enorme y suculento plato de espaguetis. El chico se alegra
de veme, todo lo contrario que su abuela quien no oculta su desagrado por mi
visita. Mientras come Mario me cuenta sus progresos en el colegio, es un buen
estudiante algún día llegará a ser alguien en la vida. Después del postre me
lleva a su cuarto para mostrarme un nuevo juego de ordenador. Tenemos el tiempo
justo para jugar un par de partidas, antes de que su abuela lo llame para
llevarlo al colegio. Rosana llega en ese momento a tiempo de despedirlo con un
par de besos. En el recibidor la oigo intercambiar unas frases apresuradas con
su madre, la vieja esta furiosa y se marcha refunfuñando. Cuando por fin nos
quedamos solos ella va a la cocina mientras preparo la mesa. Tengo un hambre de
lobo, me comería un buey entero.
Observo complacido que se ha
puesto los pendientes, le sientan muy bien y no pide ninguna explicación.
Comemos casi en silencio sin intercambiar apenas unas cuantas palabras, hasta
que ella sirve el café. Entonces me cuenta que piensa llevar a Mario de
vacaciones a Suiza, será este verano al chico le encantan las montañas y el
campo. Me parece una gran idea a ambos les vendrá bien pasar unos días juntos.
Normalmente ella siempre anda con exceso de trabajo.
- ¿Te gustaría acompañarnos?-propone.
La pregunta me toma por sorpresa e inquieto no sé que contestar.
-No creo que pueda -digo
finalmente. Intento añadir algo más pero ella asiente con gesto de comprensión,
cambiamos de tema.
El Bazar funciona a la
perfección y la clientela es cada vez más numerosa. Rosana ya tiene incluso una
larga lista de artículos reservados por encargo. Si las cosas siguen yendo así
de bien estas Navidades va a tener que contratar dependientas de refuerzo. Comenta
como si el breve momento de incomodidad no hubiera llegado a producirse. Me
ofrece otro café, pero no me apetece. Seguramente no tendría que haber tomado
ni sí quiera el primero comento. Así seguro que no consigo tranquilizarme estoy
tenso como una cuerda. Ella sonríe y
mira hacia el sofá –Relájate un rato-
ordena. Mientras empieza a recoger la mesa, hoy le toca lavar los
platos. Así que sin dudarlo ni un instante me dejo caer en el sofá. Desde donde
la oigo trajinar por la cocina. Como siempre no puedo evitar fijarme en que aún
conserva sobre el aparador la foto de boda. Desde luego aquel día estaba
radiante, junto a ella Marco sonreía satisfecho. Corrían buenos tiempos,
lástima que siempre apreciemos lo bueno cuando ya lo hemos dejado muy atrás.
Marco fue mi socio hasta poco
después de aquella boda. El decidió entonces seguir su propio camino. Aquella
súbita decisión me sorprendió un poco, pero quedamos como amigos. Durante un
par de años la vida continuó, como si nada, hasta que las cosas se torcieron.
Marco empezó a meterse en problemas cada vez más graves hasta que ni si quiera
mi ayuda fue suficiente. Rosana pidió el divorcio y la custodia de Mario. Eso
fue poco antes de que el volviera a meter la pata en uno de sus negocios y le
cayeran diez años en el talego. Por entonces Marco se había vuelto un autentico
cabronazo y se lo tenía bien merecido. De un tiempo a esta parte no respetaba a
nada ni a nadie. En una ocasión le prometí que si le ocurría cualquier cosa
ayudaría a su mujer y al hijo que por entonces venía en camino. Por su parte me
aseguró que intentaría hacer lo posible por enderezar su vida, no cumplió su
parte del trato. Por eso llegado el momento yo si lo hice, aunque a mi manera.
4 comentarios:
Me alegra saber de ti, buen relato, imagino que no queda ahi la cosa, no?
Un besote!!
Me ha gustado, espero las siguientes partes ;).
Se te echaba de menos....
Gracias Meg.
También a mi me agrada estar de vuelta. Otro besazo para ti.
Gracias Doctora. Un beso.
Gracias Pseudo no sabes cuanto me agrada leer eso.
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