La verdad es que no sabría decir por que decidí crear este blog. Lo más sencillo, sería reconocer que siendo el escribir historias algo que siempre me ha gustado. La posibilidad de exponerlas para que cualquiera pueda leerlas me incentivó a tomar la decisión. Sea como sea, esta resultando una interesante experiencia, un atractivo divertimento del que quiero hacer participe a todo el que guste.







Para cualquier sugerencia, crítica u opinión.






jaestrelles@gmail.com






























lunes, 16 de febrero de 2015

Premonición.



 
-¿Entonces ha ido todo bien en la revisión?-

-Que si mama por favor no seas pesada. Ya te he dicho seis veces, que todo ha ido de maravilla.- suspiró resignada. Su madre era un cielo y la quería muchísimo. Pero cuando se lo proponía también podía ser pero que muy repetitiva.

-Mujer tampoco es para ponerse así. ¡Seis veces¡ Seguro que no han sido tantas.- la oyó protestar con vehemencia.

-Vale de acuerdo tú ganas solo han sido cinco.- concedió -Pero la respuesta no cambia, la revisión ha ido de lujo. Me siento perfectamente.

-Bueno está bien no te enojes conmigo. Entiéndelo es que me sabe mal haberme marchado estos días. Tú padre y tú hermano no han parado de ir de aquí para allá. La verdad no sé por que tú padre se empeño tanto en que les acompañara.

-Mama¡¡ Por Dios de verdad eres increíble. Sabes cuanto han trabajado Papa y Miguel en ese proyecto y lo que les costó conseguirlo. Para ellos ha sido un gran logro, que les eligieran para encargarse de la remodelación total de ese complejo vacacional. Es normal que quieran que les acompañes a la inauguración.- argumentó en tono convincente - Lo que me hubiera gustado a mí poder ir con vosotros. Si no hubiera sido por el dichoso avión.- añadió resignada.

-Entiendo hija, todo eso está muy bien y me alegro de verles tan felices. Pero que quieres que te diga, creo que tendría que estar ahí contigo. No sabes las ganas que tengo de volver.- insistió su madre. Aunque ahora su tono parecía algo más resignado.

-Ya no queda nada. Quince horas menos de un día y estaréis de vuelta. Ya verás. La pediatra dice que todo está perfecto y tu nieta sale la mar de mona en la ecografía. Prepárate, por que mañana cuando la veas se te va a caer la baba.- aseguró persuasiva. Al tiempo que le pareció escuchar una especie de sollozo. –¿Mama? Por Dios¡¡ ¿No te habrás puesto a llorar?- inquirió desconcertada. Los sollozos se tornaron claramente identificables. Antes de ser remplazados por la voz de Miguel, que tras hacerse con el teléfono. Empezó a reprender a su madre.

-Por favor mama me habías prometido que no montarías ningún numerito. Marta ya te ha dicho que todo está bien. Mañana estaremos de vuelta. No hay necesidad de presionarla.- protestó Miguel en tono resignado. –Lo siento Marta pero ya sabes como es. Habéis hablado esta mañana. Pero estaba empeñada, tenía que volver a llamarte por encima de todo.- se disculpó su hermano.

-Está bien no pasa nada, era de esperar.

-Ya bueno. Eso si, me parece que ya tiene hechas las maletas. Si nos descuidamos, esta noche acabamos en el aeropuerto, montando guardia para esperar la salida del avión.- bromeó haciéndola reír de buena gana.

-Pero mira que eres trasto.- le reprendió ella divertida.

-Si, si trasto y lo que tú quieras. Pero no me digas que te extrañaría.

-En absoluto.

-Pues eso ya veremos como salimos de esta.

-Seguro que va a quedar todo perfecto, habéis echo un gran trabajo. Venga ahora id a poneros guapos, dentro de nada tenéis la inauguración. Quiero que hagas muchas fotos.

-Tranquila pienso hacer un reportaje. Para que no te pierdas detalle.

Ocurrió de improviso, ni siquiera llegó a darse cuenta de cómo ni por que. Pero de pronto aquella sensación le saltó a la mente. Mientras su hermano empezaba a despedirse antes de que su madre pudiera volver a coger el teléfono. Ella sintió como las palabras acudieron a su boca, sin que pudiera evitarlo.

-Ea pues eso que mañana a mediodía estamos ahí. Un beso.- estaba diciendo Miguel.

-Mañana al salir no hagas caso de las prisas de mama. Llevad cuidado tenéis tiempo de sobra.- le interrumpió ella abruptamente con un hilo de voz. Cortando la comunicación justo antes de que el pudiera añadir algo más. Ofuscada se arrepintió al instante por no haber podido controlarse. Aunque conociendo a Miguel tampoco es que el fuera a darle muchas vueltas al tema. Eso en el caso de que hubiera llegado a escucharla. Se dijo tratando de restarle importancia. Pero sabiendo que era tarde, ya estaba hecho. Una vez más se había dejado llevar, traicionada por las dudas. Dudas que en su fuero interno, ahora mismo era consciente de que no tenían fundamento. Asumió molesta, resoplando por lo bajo. Mientras que en su interior Martita súbitamente agitada, se revolvía inquieta causándole una desagradable sensación que la hizo contraerse de dolor.

-Bien¡¡ Ya me extrañaba que te resistieras- gruñó el de improviso. Haciéndola dar un sobresaltado respingo. Al que como no, Martita respondió de inmediato con un par de furiosas patadas.

-Joder, joder- masculló ella con un bufido. Clavando con fuerza los dedos en los reposabrazos del sillón. ¡Dios¡ La niña parecía frenética, pensó angustiada. Si no se calmaba iba a hacerla vomitar.-Por todos los santos no hagas eso. Me asustas y ella se pone histérica.- protestó furiosa. Encarándole con expresión dolorida.

-Ya claro ahora resulta que soy yo el que pone nerviosa a la niña. La verdad me encantaría que me explicaras como puedo ser responsable de eso.- resopló con desdén –Aunque la verdad preferiría que fueras capaz de controlar esa dichosa manía tuya. Que es, como bien sabes lo que realmente la irrita. O me dirás que no te estás arrepintiendo de haber vuelto a hablar más de la cuenta. La llevas dentro, ella vive tus más leves cambios de ánimo.

-Por Dios otra vez no. No vuelvas a empezar con de nuevo con lo mismo.

-¿Empezar? Lo siento querida, creo que ya es un poco tarde para eso.- la interrumpió el con acritud. Yendo a colocarse frente a ella que se esforzó por mantenerle la mirada.-Fuiste tú quien lo empezaste. ¿Recuerdas?- la espetó. Con aquel tono dolido pero desafiante, que ahora siempre acababa utilizando en cada conversación.

-Bueno está bien, lo siento. Se que no tendría que haberlo dicho. He de controlarme lo sé.- aceptó ella.- Tienes razón, Se que he metido la pata. Pero es que no he podido evitarlo. Es algo que me surge de improvisto.- se defendió con gesto hastiado. Notó que había empezado a sudar y le extrañó no estar sintiendo las primeras arcadas. Martita seguía revolviéndose, oprimiéndole el vientre. Se sentía muy mal. No quería discutir otra vez. Pero fue inútil, el volvía a estar furioso, no quería dejarlo.

-De veras¡¡ Así que no has podido evitarlo. ¿Por qué no me extraña? Acaso has controlado alguna vez un presentimiento, una visión o alguno de esos extraños palpitos.- enumeró. Con un desagradable tono desabrido. -Por que si lo has hecho sería toda una sorpresa.- remachó furioso. Ignorando el gesto de dolor que cruzó el rostro de ella cuando la niña propinó otra furiosa patada.

-Ya, ya, por Dios déjalo ya. En serio no me apetece discutir. Otra vez no, ya te he dicho que lo siento.- se defendió con gesto suplicante. No quería volver a enfrentarse con el. Pero con su insistencia empezaba a hacerla sentir cada vez más molesta.

-Sé que lo sientes. Pero para mi cada vez que vuelves a hacerlo es como recordarlo todo de nuevo. Tus dichosas manías sin sentido están siempre al acecho.- insistió belicoso. Vertiendo la gota que colmaba el vaso.

-¡Estupendo¡ Ahora son mis manías sin sentido.- explotó finalmente ella. Encarándole con gesto desafiante.-Una vez más volvemos a estar con lo mismo. Mis manías tienen la culpa de todo. Por Dios ya no puedo seguir con la misma historia. ¿Cuanto más va a durar esta cantinela?- protestó furiosa. Haciendo un esfuerzo para controlarse y no alzar la voz.

-Bueno querida obviamente. Para mi durará siempre- interrumpió el arrastrando las palabras. Su expresión desafiante había desaparecido. Parecía haberse dado cuenta de que una vez más había vuelto a ir demasiado lejos. Pero ella se revolvió furiosa.

-Siempre¡¡ Pues lo siento pero estoy harta, no puedo más. Yo también tendré que cargar con ello. Tú piensas que llevaste la peor parte, pero te aseguro que la mía no es ninguna maravilla.

-No se como te atreves a comparar.- masculló el furioso.

-Comparar¡¡ Dios no lo hago¡¡ Se que es imposible. Como imposible parece que tú te des cuenta de que son únicamente tus actos los que nos llevaron a esto. Con esa historia de mis manías me cargas con la responsabilidad. Pero no es justo. Sabes que no es más que una burda excusa. Mis presentimientos son algo que jamás tuviste en cuenta. Solo te servían para burlarte y meterte conmigo. Según el caso te daba por considerar que eran mis “cosillas”, mis antojos o directamente mis chorradas.- barboró tomando aire. El pareció querer decir algo pero ella no le dejó meter baza. –Durante una temporada en la universidad. Al principio de enterarte de todo. Incluso empezaste a llamarlas las Martadas. Las graciosas y ocurrentes Martadas de la “rarita” de Marta. La de ocasiones en que me tomaste el pelo con el tema.- recordó. Lanzándole una mirada furiosa que el rehulló. Tal vez temiendo lo que ella acabó añadiendo a continuación. -Una Martada, no podía impedirte darte el dichoso capricho. Pese a que te pedí, te rogué y supliqué, que no lo hicieras. Como ibas tú a renunciar a darte el gustazo de comprarte el capricho que tanto deseabas. Menuda gilipollez tener que preocuparse por una simple “Martada”.- zanjó furiosa. Mientras gruesas lágrimas le inundaban los ojos y empezaban a deslizarse por sus mejillas. Y su cuerpo se agitaba levemente por incontrolables sollozos. Martita seguramente desconcertada por la reacción emocional. Había dejado de agitarse, dándole un respiro. Que ella aprovechó para empezar a susurrarle dulcemente colocando sus manos sobre la prominente barriga.-Tranquila cariño no ha sido nada. Mama y Papa no querían molestarte. Relájate bonita. Así muy bien buena chica. Vas a ser un solete. Mama está deseando tenerte y poder abrazar a su princesita.- aseguró. En tono cariñoso. Notando como poco a poco el vientre se le relajaba. La crisis había pasado Martita se movió suavemente, buscando seguramente una posición más cómoda para dormir. Pensó con un suspiro alcanzando un pañuelo para enjuagarse las lágrimas.

-Soy un idiota.- le oyó murmurar en tono contrito. Como queriendo darle espacio. El se había retirado hacía una esquina del despacho. Desde donde la miró cabizbajo y con gesto arrepentido. El acceso de furia había pasado. Aquella era sin duda la pura imagen de la desolación. Comprendió ella sintiéndose embargada por una profunda congoja. Tenía ganas de poder decirle algo. Cada día que pasaba era más obvio que no podían seguir como hasta ahora. ¿Pero como iban a hacerlo? Ella no sabía que podía decir, no encontraba las palabras. Pensó sintiéndose profundamente frustrada. Mientras sus miradas se encontraban como ya hacia tiempo que no ocurría. De improviso fue el quien habló.

-Esto es insoportable.- empezó a decir arrastrando las palabras.-Supongo que si fuera posible me volvería loco. No sé, quizás la locura sería una forma de escapar de esto. O por lo menos de no ser consciente.- añadió. En un tono que delataba una honda melancolía. Mientras sus miradas enlazadas seguían prolongando aquel sentido momento de intima unión. -La mayor parte del tiempo quiero pensar en que esto pueda acabar de algún modo. Dar con la manera de ponerle fin Pero al mismo tiempo llegado el momento no sé si aunque supiera como hacerlo. Sería capaz de renunciar a poder estar cerca de vosotras aún que sea así de doloroso.- confesó amargamente. Dejando ir sus sentimientos. Sin que asomara ni rastro de toda aquella rabia y frustración, con la que tantos meses llevaban chocando entre ellos. Aquella muestra de sinceridad podía ser sin duda la mano tendida que se habían estado negando hasta ahora. Comprendió ella apenada, forzándose a tragar el nudo que se le había formado en la garganta.

-No puedo ni imaginar lo que debe ser todo esto. Dudo que alguien pudiera siquiera pensar en ello.- empezó a decir ella. Poniendo mucho cuidado en elegir las palabras.-En cuanto a lo de marcharte entiendo lo que quieres decir. Pero también a mí me ha dado por pensar. Que de entre toda esta locura. Tal vez el que estés aquí sea lo más lógico- explicó. En un arranque de sinceridad del que de inmediato empezó a arrepentirse. Al ver que el parecía reaccionar.

-Lógico¡¡ No entiendo, no se...- masculló desconcertado.

-No. No me pidas que te de una explicación lógica. No se si la habrá. Y te aseguro que yo tampoco sabría si aceptarla como tal.- se apresuró a intervenir. Deseosa de restablecer aquel frágil punto de entendimiento que parecía apunto de volver a romperse.- Confieso. Aunque se que no te va a gustar que lo diga. Que es una especie de sensación que llevo sintiendo algún tiempo. Una sensación con la que tú hija curiosamente no se muestra inquieta.- rebeló con una expresión resignada. Que el respaldó espontáneamente, esbozando un amago de sonrisa.

-Ahí está otra vez uno de tus palpitos.- murmuró. Alzando las manos con ademán apaciguador cuando ella pareció inquietarse.- Tranquila. No pretendo empezar a discutir otra vez. Es solo que después de todo ocurrido. Me supera lo irónico que acabaría resultando.

-Irónico¡¡ Bueno es una forma en la que a mí no se me hubiera ocurrido catalogarlo. Claro que todo esto resulta tan demencial. Que creo que sería bueno empezar a tratar de asimilar las cosas según vengan.

-Cierto. Una vez más supongo que tienes razón.- aceptó encogiéndose de hombros – Hay que empezar aceptarlo no nos queda otra. Así que siendo justo reconozco que te debo una disculpa. Se que todo este tiempo he sido muy injusto culpándote.- reconoció el.

-No podíamos saber como se sucederían las cosas. Ni a mí se me hubiera ocurrido creer que algo así pudiera llegar a ocurrir.- atajó ella. -No le demos más vueltas.

-Esta bien pero aún así tengo que decirlo. Perdóname- musitó el finalmente volviendo a acercarse.

-Está bien, tranquilo ya pasó.-aceptó ella. En tono conciliador mientras seguía acariciándose el vientre

-¿Seguro? ¿Y ella?- inquirió dubitativo. Bajando la mirada hacia la prominente barriga.

-Ella también está bien. No te preocupes. Solo ha sido un berrinche, no ha sido nada.- le aseguró con gesto cansado. Recostándose en el sillón e intentando relajar un poco las piernas. Mientras terminaba de secarse los ojos.

-Soy un entupido. No hago más que molestarte cuando tendrías que descansar.- se disculpó compungido. -Pero me alegro de que está vez las cosas hayan ido mejor. Me gustaría poder hablar así siempre. Es solo que resulta tan complicado.

-Habláremos. Ya veras como encontraremos la forma de llevarlo adelante. No será fácil, pero lo haremos. Te lo aseguro. Pero no ahora. No hasta que nazca.

-De acuerdo, tienes razón.- aceptó el. Antes de que les interrumpiera el zumbido del interfono. Al que ella se apresuró a responder.

-Dime Inés.

-Disculpe Doña Marta. Acaban de traernos documentación complementaría. Para el estudio de la póliza de Mecanizados Urbidea. Además me pidió que la avisara a las cinco y cuarto.- dijo la voz de su secretaria. Con su habitual tono pausado y eficiente que siempre parecía transmitir confianza.

-Gracias, por favor prepara esa documentación junto con la póliza del Sr Gómez. Me encuentro un poco cansada así que me voy a ir ya a casa. Me lo llevaré todo, para esta noche echarle un vistazo tranquilamente.- pidió. Empezando a cerrar las diversas carpetas que tenía ante si. –Tengo que irme.- se disculpó. Mientras alcanzaba su bolso y se levantaba trabajosamente.-Adiós- musitó maquinalmente. Deteniéndose a mirarle durante unos segundos antes de ir hacia la puerta.

 

Como era de esperar, de pié frente a su mesa Inés la aguardaba con expresión cariacontecida.

-¿Se encuentra bien necesita algo?- inquirió en tono preocupado. Apenas la vio salir del despacho.

-Tranquila no es nada solo cansancio. Anda no te preocupes y pásame esas carpetas.

-Si quiere puedo...

-Tranquila estoy bien. Esto no son más que los gajes de estar embarazada.- añadió en tono desenfadado. Señalándose los ojos y las mejillas enrojecidos por el llanto. Que Inés no dejaba de mirar con gesto preocupado. -Además ya tienes suficiente trabajo ocupándote de mantener todo esto en marcha. ¿Por cierto con que estás ahora?- se interesó. Tratando de cambiar de tema.

-Noticia. Por fin he terminado con las correcciones que indicó en las pólizas de la urbanización.- proclamó Inés. Con más que evidente satisfacción.

-Vaya¡¡ Enhorabuena si que es toda una noticia. Permite que una vez más que me disculpe por haberte dejado todo ese lío a ti sola. La verdad es que ha sido una faena. Lo siento.

-Pues deje que le diga una vez más, que no tiene por que disculparse. Usted ya ha estado muy liada. Además ha resultado toda una experiencia y he aprendido muchísimo.

-Si tengo que reconocer que desde luego has hecho un gran trabajo. Cada vez me resulta más difícil imaginar como podría arreglármelas sin ti.

-Gracias pero por favor déjelo ya. Me va a sacar los colores.

-Solo constato una realidad.- aseguró convencida -Prácticamente eres tú quien me va indicando a cada momento cual es el siguiente asunto en el que centrarse. Dime, hay algo más de lo que necesariamente debamos ocuparnos hoy. Apuesto a que ya tenías prevista la tarea con la que ponerte ahora.- comentó con una sonrisa.

-Ahora bueno.. Si.- confesó Inés. En tono de niña pillada en falta.- La verdad es que tenía pensado empezar a preparar la documentación, de las pólizas que vencen el mes que viene. Con vistas a adelantar ese trabajo y dejarlo apunto. El lunes a penas si tiene un par de citas en la agenda. Así que igual usted podría repasarlo todo tranquilamente. Luego solo tendría que indicarme cuando empezar a concertar citas.

-Lo ves eres un sol. Pero sabes que te digo. Que el lunes ya habrá tiempo para eso. Ea está decidido. Creo que por hoy las tres hemos cumplido de sobra, nos merecemos un descanso.- decidió. Acariciándose el vientre con una media sonrisa. –Por favor recoge las cartas de mi mesa y échalas al correo. Asegúrate de que no he dejado nada por el medio. Luego puedes conectar el contestador y cerrar. Nos vemos el lunes.- se despidió camino de la puerta.

-Gracias, que tenga un buen fin de semana- le deseó Inés. Gratamente complacida de poder salir antes. El inesperado tiempo extra le iba a venir de perlas. Se dijo, mientras veía salir a la jefa Le tenía echado el ojo a un vestido que había visto en una tienda cercana. Así que al salir esta tarde, había pensado acercarse para probárselo. Algo le decía que le iba a sentar divinamente. Si finalmente era así, ahora con el tiempo extra incluso puede que tuviera ocasión de buscarse unos zapatos para completar el conjunto. Pensó satisfecha levantándose rápidamente y entrando en el despacho.

Sobre la mesa un par de carpetas eran lo único que quedaba por guardar, comprobó colocándolas en el archivador. El ordenador estaba apagado y la papelera vacía así que no había nada más. Esta mañana la jefa había vuelto muy contenta de su visita a la ginecóloga. Pero al regresar después de comer la había encontrado bastante apagada. Pese a que Inés le había insistido, ella ni siquiera había querido tomarse su habitual infusión de media tarde. Por lo que tenía entendido no era raro que las embarazadas sufrieran ciertos vaivenes emocionales. Y más teniendo en cuenta las circunstancias. Últimamente era bastante habitual verla salir de allí triste y con signos de haber estado llorando. En más de una ocasión hasta la propia Inés se notaba como invadida por una extraña e inexplicable desazón. Que la había hecho pensar en si ella misma no estaría sufriendo algún tipo de estrés postraumático. Como le había insinuado su prima Estela, muy dada a ejercer como la psicóloga de la familia De hecho hacia un rato hubiera jurado que le había parecido oír a la jefa discutiendo con su marido. No era la primera vez que estando sentada trabajando en su mesa. Tenía la impresión de haber oído algo en el despacho contiguo. Precisamente aquel en el que se encontraba ahora mismo. Y que recorrió atentamente con la mirada constatando que evidentemente estaba todo en orden. Tenía que dejar de escuchar los pseudo diagnósticos de su prima o acabaría paranoica. Concluyó con un resignado suspiro. Alcanzando las cartas que perfectamente preparadas estaban en el sitio habitual. Junto al marco de plata que enmarcaba la foto del pobre Señor Román. Sobre la que sus ojos fueron a detenerse un segundo. Una vez más, como siempre le ocurría al verla. Volvió a notar una punzada de nostalgia. Que cruel puede ser la vida, era una historia tan triste. Pensó Inés forzándose a apartar la mirada de aquella imagen. Aún que era tarde, el recuerdo de aquellos días había acudido a su mente una vez más. La odiosa discusión había estallado en aquel mismo despacho. La puerta estaba cerrada. Pero aun así los gritos fueron subiendo tanto de tono. Que desde su mesa ella había acabado escuchando prácticamente todo. Doña Marta había acabado por descubrir que finalmente el señor Román había comprado la moto. Es más al parecer la tenía ya desde hacía más de una semana. Inés que lo había sabido por casualidad al tener que pasarle a su jefe un recado del concesionario. Casi se alegró de que la cosa se descubriera le había prometido al señor Román guardar el secreto. Pero no le gustaba ocultarle algo así a doña Marta. La trifulca que se había montado hacía obvio lo fundado de sus temores. En los casi cuatro años que llevaba trabajando con ellos jamás los había visto discutir. Y no digamos una pelea como aquella. Había resultado bastante desagradable. El señor Román estaba furioso pero era la jefa quien realmente parecía fuera de si. Tras casi media hora de discusión ambos se marcharon cada uno por su lado dejándola de lo más preocupada. Pasaron unos días muy tensos en los que ella parecía ser el único vínculo por el que el matrimonio podía comunicarse. Hasta que de pronto una mañana ambos entraron juntos charlando de forma muy relajada. Las cosas parecían haberse calmado, la pelea había tocado a su fin. Había pensado ella encantada de que así fuera. El golpe había llegado la tarde del día siguiente. Nada más ver la cara del hermano de doña Marta, cuando este entró preguntando por ella Inés supo que se trataba de algo grabe. Desgraciadamente ni siquiera podía imaginar cuanto. A menos de doscientos metros de allí en la rotonda de entrada de la avenida. El señor Román se había caído con su moto una camión que venía tras el lo había arroyado.

Después de todo lo ocurrido doña Marta estaba siendo muy fuerte. Su decisión inamovible de trabajar y sacar adelante el despacho. Habiendo perdido tan bruscamente a su marido. Apenas unas semanas después de saber que estaba embarazada. No era algo que nadie hubiera esperado. A su alrededor todo el mundo se había volcado con ella y seguro que lo harían aún más cuando naciera la niña. Aún así era evidente que lo estaba pasando muy mal. Con el paso de los meses su ánimo y determinación habían ido creciendo de forma evidente. Pero también había días en los que como hoy. Su estado anímico parecía caer de pronto en picado sin más. Trataba de disimularlo, pero había días en los que a Inés le parecía notarla ostensiblemente nerviosa y alterada. Tan alterada como solo recordaba haberla visto el día de la pelea con su marido. Cuando ella le repetía una y otra vez que la devolviera. Que esta vez estaba segura de que algo malo iba a ocurrir. La discusión por la dichosa moto aún parecía resonar en las paredes del despacho. Especialmente las últimas palabras de el, al salir echo una furia.

-Visiones y presentimientos anda que menuda herencia familiar que le había ido a dejar su abuela.- gritó ofuscado dando un portazo. Eso era en lo que doña Marta había estado insistiendo durante toda la pelea estaba segura de que algo malo acabaría ocurriendo. Lo presentía e intuía. Estaba segura, lo sabía repetía una y otra vez con la voz desgarrada. El tenía que comprender que no era cosa de broma. Inés no podía quitarse aquello del pensamiento. Pese a que le había dado muchas vueltas. Aquel día la determinación y rotundidad de las palabras de doña Marta evidenciaban que hablaba totalmente en serio. Ella lo presentía. Inés no creía en visiones y esas cosas. Se dijo una vez más. O mejor dicho no quería creer. Pero de ser cierto no quería ni pensar en lo horrible que sería para la jefa tener que vivir con algo así.