Final
Empecé a trabajar en el pueblo vecino y apenas si pasaba tiempo en casa. Entre tareas profesionales, citas con mi novia y reuniones con los amigos me pasó un año volando. Aquella fue solo la puesta en marcha. A continuación todo cambió definitivamente para mí. Mis padres dejaron la casa del barrio, cuando mis hermanos terminaron sus estudios. De pronto era como si cada uno tirara por su lado. Yo alquilé un apartamento y me independice por completo. Durante el par de años siguientes la familia ya solo se reunía en las fechas señaladas y algunos domingos, cuando acudíamos al bonito chalet donde pasaron a residir mis padres. El recuerdo de Virginia fue quedando apartado de mi mente y no supe nada más de su persona. Parece que fue ayer cuando me fijé en ella y ya han pasado seis años.
Entonces esta mañana mientras desayunábamos sonó el teléfono. Era mi madre, que desde que supo que va a ser abuela, realiza un exhaustivo seguimiento de su querida nuera. A mi mujer este afán de proteccionismo desmedido le encanta, es hija única y disfruta con el cariño desbordante que mi madre siempre le ha prodigado. Se llevan de maravilla y como de costumbre la conversación se alargó más de la cuenta. Mi padre ha llegado a proponerme que construyamos un adosado a su chalet, nos ahorraríamos una fortuna en teléfono y eso que aún no ha nacido el niño. Cuando lo haga uno de los dos se va a quedar sin esposa, el otro tendrá dos mujeres en casa. Mientras hablaban sin cesar terminé mi desayuno y fui a afeitarme. Estaba terminando de arreglarme cuando mi mujercita apareció sonriente y me dio un beso.
-No puedo creerlo -dije mirando el reloj - sólo veinticinco minutos de conferencia, Papa debe haber instalado aquel interruptor del que me habló -añadí con una sonrisa traviesa, mientras ella también se echaba a reír.
-¿Te ha preguntado por mí? -pregunté sin demasiada convicción.
-¿Tenía que hacerlo? -respondió ella sin dejar de reírse - Lo siento mucho cariño, pero me parece que tú madre ha abdicado del título, prefiere el de real abuela -dijo abrazándome cariñosamente. Uno necesita compresión cuando le van a dejar en un segundo plano, por no decir un tercero.
-Supongo que va a venir hoy para acompañarte al ginecólogo.
-Acaso lo dudabas querido -se burló.
-No últimamente solo digo tonterías- dije con gesto abatido, que al menos sirvió para ganarme otro beso.-En fin hoy no vendré a comer, si me necesitas ya sabes donde localizarme, nos veremos esta noche -expliqué mientras me ponía la chaqueta y alcanzaba mi maletín.
-Tranquilo me encuentro perfectamente y la superabuela pronto estará a mi lado -respondió acariciándose el vientre.
- Nada podría impedírselo. – aseguré convencido.
-Desde luego que no aunque estaba un poco triste. Anoche habló con una de sus amigas y le dio una mala noticia. – comentó ella. – Parece ser que ha fallecido una joven que conocíais de vuestro antiguo vecindario. Tu madre dice que la pobre siempre estuvo muy enferma y que esto se veía venir. La he notado algo apenada.- explicó, mientras comprobaba que mi corbata estaba en su sitio y no me faltaba el más mínimo detalle.
No necesité oír su nombre simplemente algo dentro de mí supo de inmediato que era ella. Algo pareció pararse dentro de mi cabeza era como si se hubieran fundido los plomos. Entonces mi cerebro proyectó la imagen de Virginia y con aquel pensamiento fijo en mí mente pude reaccionar. Hice un par de comentarios para restarle importancia al asunto, asegurando que mamá era muy sentimental. Nos despedimos con un apasionado beso.
En el coche mientras conducía analicé todo lo sucedido seis años atrás. Pasando exhaustivo repaso a los que probablemente te habían sido los meses más confusos de mí vida. Pensaba haber dejado zanjada aquella extraña fijación que llegué a sentir por Virginia. Pero ahora me di cuenta de que mi subconsciente siempre retuvo el recuerdo, a la espera de los acontecimientos. Esta mañana tenía mucho trabajo pendiente y asuntos que requerían mi atención de inmediato. Sólo con un gran esfuerzo conseguí concentrarme, pudiendo ocuparme de resolver las cuestiones más acuciantes. A media mañana tenía la situación controlada y dejé todo listo para que mis ayudantes se ocuparan del resto. Había trabajado a destajo, quería tomarme la tarde libre, tenía algo que hacer.
Era casi la una cuando llegué a mi antiguo barrio. Allí las cosas parecían no haber cambiado demasiado. La casa en la que nací y pasé parte de mi vida ya no existía, mis padres la habían vendido a unos constructores que la derribaron para construir un moderno edificio de apartamentos. Dejando el coche me acerqué a la vieja barbería de Don Francisco. El maestro se había jubilado y al bueno de Fede que era quién ahora regentaba el negocio. Le encontré bajando las persianas para irse a comer. Se alegró mucho de verme y enseguida empezamos a charlar animadamente. Pegada al cristal de la puerta vi la esquela con el nombre de Virginia. Fede notó que algo me ocurría, debió pensar que trataba de recordar si la conocía. Una vez más dejé que me explicara de quien se trataba y como se había producido el fatal desenlace. El paso del tiempo había acentuado aún más la afición de Fede al cotilleo. Me contó como Virginia había luchado sin descanso contra su enfermedad con una entereza encomiable. Todo el vecindario comentaba su presencia de ánimo para afrontar tan incierto futuro. Sin embargo aquel no era el único problema con el que se enfrentaba. Sus padres habían acabado por separarse, como era de esperar. El carácter distante y retraído de Virginia la hicieron seguir siendo el alma solitaria. Habían llegado a operarla en Suiza por medio de una organización que ayudaba a gente en su estado. Pero aquella intervención sólo sirvió para confirmar que el fin estaba más cerca. Habían pasado los años pero la historia seguía siendo la misma, comprendí entristecido. Todo el mundo hablaba de Virginia y sus problemas, todos estaban al tanto. Pero ninguno parecía haberse preocupado en intentar tenderle una mano a este ser tan desgraciado. Entonces lo comprendí, la soledad, eso era lo que yo había visto sin saberlo tras aquellos ojos tristes. Finalmente todo parecía tener sentido, me dije sintiéndome aún más abatido, por no haber sido capaz de descifrar aquel mudo grito de auxilio.
Me despedí de Fede con un apretón de manos que no fue todo lo sincero que el creía. Su historia sobre Virginia me había afectado profundamente. Estaba claro que pese al mórbido interés que todo el mundo parecía sentir por aquella muchacha, nadie había hecho gran cosa por ayudarla, por comprenderla, por apoyarla. Limitándose únicamente a compadecerla mientras se iba consumiendo sin remedio.
Llevaba desde esta mañana sin comer nada pero acababa de perder el apetito. Aún así entré en un bar y me obligué a dar cuenta de medio bocata, tenía que reponer energías, me sentía abatido. Después me entretuve dando una vuelta por los lugares en los que transcurrió mi infancia. Pensé que también Virginia debió crecer aquí soportando en silencio su ingrato destino. Era como si estuviera ahora viendo aquellos enormes ojos inexpresivos. Lentamente me fui acercando hasta el cementerio por el que di un tranquilo paseo, que sirvió para relajarme. El tiempo me pasó volando mientras aprovechaba para hacer una corta visita a las tumbas de conocidos y familiares. A la hora señalada esperé cerca de donde Virginia iba a recibir sepultura.
El cortejo fúnebre se marchó enseguida y por fin pude acercarme. Los empleados del cementerio, estaban terminando de cerrar la tumba y parecieron sorprendidos de verme. Supuse que se habían dado cuenta de la escasa emotividad demostrada por el grupo que acababa de irse. Observé como aquellos hombres concluían su trabajo y recogían las herramientas. Uno de ellos se acercó a darme el pésame y sus compañeros lo imitaron. Fue un gesto espontáneo y por lo tanto sincero, después me dejaron a solas. Estuve un rato contemplando el nombre de Virginia, garabateado toscamente con finos trazos sobre la áspera superficie de cemento aún fresco que cubría el nicho. Un solitario clavel caído en el suelo llamó mi atención. Debía haberse desprendido de la solitaria corona recostada junto a la tumba. Agachándome lo recogí y fui a depositarlo sobre el nicho. Ya no podía hacer nada más pensé resignado, ella se había ido para siempre y ya no tendríamos ocasión de llegar a conocernos. Nuevamente lamenté no haberme atrevido en su momento a dar el paso para solucionar este detalle, jamás me lo perdonaría.
Mientras salía del cementerio, no pude evitar pensar que huviera podido ocurrir si aquel día bajo la lluvia hubiéramos hablado. Cuan diferente huvieran podido ser las cosas. Creo que Virginia siempre debió necesitar un amigo y lo peor es que murió si saber que lo tenía.