La verdad es que no sabría decir por que decidí crear este blog. Lo más sencillo, sería reconocer que siendo el escribir historias algo que siempre me ha gustado. La posibilidad de exponerlas para que cualquiera pueda leerlas me incentivó a tomar la decisión. Sea como sea, esta resultando una interesante experiencia, un atractivo divertimento del que quiero hacer participe a todo el que guste.







Para cualquier sugerencia, crítica u opinión.






jaestrelles@gmail.com






























viernes, 20 de mayo de 2011

La niña de ojos tristes III

Final

Empecé a trabajar en el pueblo vecino y apenas si pasaba tiempo en casa. Entre tareas profesionales, citas con mi novia y reuniones con los amigos me pasó un año volando. Aquella fue solo la puesta en marcha. A continuación todo cambió definitivamente para mí. Mis padres dejaron la casa del barrio, cuando mis hermanos terminaron sus estudios. De pronto era como si cada uno tirara por su lado.  Yo alquilé un apartamento y me independice por completo. Durante el par de años siguientes la familia ya solo se reunía en las fechas señaladas y algunos domingos, cuando acudíamos al bonito chalet donde pasaron a residir mis padres. El recuerdo de Virginia fue quedando apartado de mi mente y no supe nada más de su persona. Parece que fue ayer cuando me fijé en ella y ya han pasado seis años.

Entonces esta mañana mientras desayunábamos sonó el teléfono. Era mi madre, que desde que supo que va a ser abuela, realiza un exhaustivo seguimiento de su querida nuera. A mi mujer este afán de proteccionismo desmedido le encanta, es hija única y disfruta con el cariño desbordante que mi madre siempre le ha prodigado. Se llevan de maravilla y como de costumbre la conversación se alargó más de la cuenta. Mi padre ha llegado a proponerme que construyamos un adosado a su chalet, nos ahorraríamos una fortuna en teléfono y eso que aún no ha nacido el niño. Cuando lo haga uno de los dos se va a quedar sin esposa, el otro tendrá dos mujeres en casa. Mientras hablaban sin cesar terminé mi desayuno y fui a afeitarme. Estaba terminando de arreglarme cuando mi mujercita apareció sonriente y me dio un beso.
-No puedo creerlo -dije mirando el reloj - sólo veinticinco minutos de conferencia, Papa debe haber instalado aquel interruptor del que me habló -añadí con una sonrisa traviesa, mientras ella también se echaba a reír.
-¿Te ha preguntado por mí? -pregunté sin demasiada convicción.
-¿Tenía que hacerlo? -respondió ella sin dejar de reírse - Lo siento mucho cariño, pero me parece que tú madre ha abdicado del título, prefiere el de real abuela -dijo abrazándome cariñosamente. Uno necesita compresión cuando le van a dejar en un segundo plano, por no decir un tercero.
 -Supongo que va a venir hoy para acompañarte al ginecólogo.
-Acaso lo dudabas querido -se burló.
-No últimamente solo digo tonterías- dije con gesto abatido, que al menos sirvió para ganarme otro beso.-En fin hoy no vendré a comer, si me necesitas ya sabes donde localizarme, nos veremos esta noche -expliqué mientras me ponía la chaqueta y alcanzaba mi maletín.
-Tranquilo me encuentro perfectamente y la superabuela pronto estará a mi lado -respondió acariciándose el vientre.
- Nada podría impedírselo. – aseguré convencido.
-Desde luego que no aunque estaba un poco triste. Anoche habló con una de sus amigas y le dio una mala noticia. – comentó ella. – Parece ser que ha fallecido una joven que conocíais de vuestro antiguo vecindario. Tu madre dice que la pobre siempre estuvo muy enferma y que esto se veía venir. La he notado algo apenada.- explicó, mientras comprobaba que mi corbata estaba en su sitio y no me faltaba el más mínimo detalle.
No necesité oír su nombre simplemente algo dentro de mí supo de inmediato que era ella. Algo pareció pararse dentro de mi cabeza era como si se hubieran fundido los plomos. Entonces mi cerebro proyectó la imagen de Virginia y con aquel pensamiento fijo en mí mente pude reaccionar. Hice un par de comentarios para restarle importancia al asunto, asegurando que mamá era muy sentimental. Nos despedimos con un apasionado beso.

En el coche mientras conducía analicé todo lo sucedido seis años atrás. Pasando exhaustivo repaso a los que probablemente te habían sido los meses más confusos de mí vida. Pensaba haber dejado zanjada aquella extraña fijación que llegué a sentir por Virginia. Pero ahora me di cuenta de que mi subconsciente siempre retuvo el recuerdo, a la espera de los acontecimientos. Esta mañana tenía mucho trabajo pendiente y asuntos que requerían mi atención de inmediato. Sólo con un gran esfuerzo conseguí concentrarme, pudiendo ocuparme de resolver las cuestiones más acuciantes. A media mañana tenía la situación controlada y dejé todo listo para que mis ayudantes se ocuparan del resto. Había trabajado a destajo, quería tomarme la tarde libre, tenía algo que hacer.

Era casi la una cuando llegué a mi antiguo barrio. Allí las cosas parecían no haber cambiado demasiado. La casa en la que nací y pasé parte de mi vida ya no existía, mis padres la habían vendido a unos constructores que la derribaron para construir un moderno edificio de apartamentos. Dejando el coche me acerqué a la vieja barbería de Don Francisco. El maestro se había jubilado y al bueno de Fede  que era quién ahora regentaba el negocio. Le encontré bajando las persianas para irse a comer. Se alegró mucho de verme y enseguida empezamos a charlar animadamente. Pegada al cristal de la puerta vi la esquela con el nombre de Virginia. Fede notó que algo me ocurría, debió pensar que trataba de recordar si la conocía. Una vez más dejé que me explicara de quien se trataba y como se había producido el fatal desenlace. El paso del tiempo había acentuado aún más la afición de Fede al cotilleo. Me contó como Virginia había luchado sin descanso contra su enfermedad con una entereza encomiable. Todo el vecindario comentaba su presencia de ánimo para afrontar tan incierto futuro. Sin embargo aquel no era el único problema con el que se enfrentaba. Sus padres habían acabado por separarse, como era de esperar. El carácter distante y retraído de Virginia la hicieron seguir siendo el alma solitaria. Habían llegado a operarla en Suiza por medio de una organización que ayudaba a gente en su estado. Pero aquella intervención sólo sirvió para confirmar que el fin estaba más cerca. Habían pasado los años pero la historia seguía siendo la misma, comprendí entristecido. Todo el mundo hablaba de Virginia y sus problemas, todos estaban al tanto. Pero ninguno parecía haberse preocupado en intentar tenderle una mano a este ser tan desgraciado. Entonces lo comprendí, la soledad, eso era lo que yo había visto sin saberlo tras aquellos ojos tristes. Finalmente todo parecía tener sentido, me dije sintiéndome aún más abatido, por no  haber sido capaz de descifrar aquel mudo grito de auxilio. 
Me despedí de Fede con un apretón de manos que no fue todo lo sincero que el creía. Su historia sobre Virginia me había afectado profundamente. Estaba claro que pese al mórbido interés que todo el mundo parecía sentir por aquella muchacha, nadie había hecho gran cosa por ayudarla, por comprenderla, por apoyarla. Limitándose únicamente a compadecerla mientras se iba consumiendo sin remedio.

Llevaba desde esta mañana sin comer nada pero acababa de perder el apetito. Aún así entré en un bar y me obligué a dar cuenta de medio bocata, tenía que reponer energías, me sentía abatido. Después me entretuve dando una vuelta por los lugares en los que transcurrió mi infancia. Pensé que también Virginia debió crecer aquí soportando en silencio su ingrato destino. Era como si estuviera ahora viendo aquellos enormes ojos inexpresivos. Lentamente me fui acercando hasta el cementerio por el que di un tranquilo paseo, que sirvió para relajarme. El tiempo me pasó volando mientras aprovechaba para hacer una corta visita a las tumbas de conocidos y familiares. A la hora señalada esperé cerca de donde Virginia iba a recibir sepultura.

El cortejo fúnebre se marchó enseguida y por fin pude acercarme. Los empleados del cementerio, estaban terminando de cerrar la tumba y parecieron sorprendidos de verme. Supuse que se habían dado cuenta de la escasa emotividad demostrada por el grupo que acababa de irse. Observé como aquellos hombres concluían su trabajo y recogían las herramientas. Uno de ellos se acercó a darme el pésame y sus compañeros lo imitaron. Fue un gesto espontáneo y por lo tanto sincero, después me dejaron a solas. Estuve un rato contemplando el nombre de Virginia, garabateado toscamente con finos trazos sobre la áspera superficie de cemento aún fresco que cubría el nicho. Un solitario clavel caído en el suelo llamó mi atención. Debía haberse desprendido de la solitaria corona recostada junto a la tumba. Agachándome lo recogí y fui a depositarlo sobre el nicho. Ya no podía hacer nada más pensé resignado, ella se había ido para siempre y ya no tendríamos ocasión de llegar a conocernos. Nuevamente lamenté no haberme atrevido en su momento a dar el paso para solucionar este detalle, jamás me lo perdonaría.
Mientras salía del cementerio, no pude evitar pensar que huviera podido ocurrir si aquel día bajo la lluvia hubiéramos hablado. Cuan diferente huvieran podido ser las cosas. Creo que Virginia siempre debió necesitar un amigo y lo peor es que murió si saber que lo tenía.

jueves, 19 de mayo de 2011

La niña de ojos tristes II

2ª parte

Yo era el mayor de tres hermanos y todos estábamos estudiando una u otra cosa. Mis padres trabajaban duro para sacar la familia adelante y aunque vivíamos holgadamente, los gastos eran considerables. Por eso cuando mi madre me comentó lo de aquel trabajo me interesé de inmediato. Unos conocidos suyos  que regentaban una panadería, buscaban alguien que sustituyera temporalmente a uno de sus empleados. Trabajaría cuatro horas diarias repartiendo pan, pastas y bollos con una pequeña furgoneta. Tendría un horario relativamente cómodo, de siete de la mañana hasta las once, seis días a la semana. Sería cosa de un par de meses y me pareció una oportunidad estupenda. Aquel dinero serviría  para ayudar a  mis padres con tanto gasto.  El horario además me permitiría seguir estudiando sin ningún problema. Aquella nueva situación, hizo que dejara de ver a Virginia, andaba demasiado ocupado entre una y otras cosas. Si bien de vez en cuando su recuerdo me hacia pensar en ella.
Finalmente lo del trabajo se alargó más de lo previsto. El chico al que estaba sustituyendo tardó finalmente tres meses en recuperarse de su operación de menisco. Así que para cuando eso ocurrió mis oposiciones estaban apunto de salir. Trabajé muy duro esas últimas semanas empollando sin descanso. Me sentía muy preparado y deseaba con toda mi alma conseguir aquella plaza. Por suerte todo salió a la perfección y por fin logré convertirme en técnico de urbanismo. En casa montamos una fiesta increíble y acudieron todos mis familiares a felicitarme, éramos un auténtico clan y estábamos muy unidos. Quizás  fue por eso que de inmediato pensé en Virginia. A la primera ocasión me propuse acudir a una de nuestras extrañas citas.
Sucedió unos días después, ansioso la espere en el portal y ella apareció sin falta. Me sentía nervioso y no tenía muy claro como iba a actuar a continuación. Pero fue ella quien lo hizo y no supe reaccionar a tiempo. Venía andando por la acera como ensimismada, hasta que se fijo en mi presencia  Por un momento pareció sorprendida de verme, era como si no me esperara después de tanto tiempo. Pero entonces reaccionó y en sus labios se dibujó una desangelada sonrisa. Al tiempo que alzaba ligeramente la barbilla en un gesto que parecía ser una especie de saludo. Aquel gesto tan simple y espontáneo me dejó petrificado y supongo que con cara de imbécil. Acababa de quedarme fuera de juego sin capacidad de reacción. Impotente y confundido, incapaz de reaccionar solo pude ver como se alejaba lentamente calle abajo. Mientras por mi cabeza pasaban un montón de confusos pensamientos. Al día siguiente la esperé en vano pero no volví a verla, ni al otro, ni al otro. Aquella repentina ausencia me puso de los nervios y empecé a preocuparme seriamente. Al día siguiente mientras desayunábamos, mi madre comentó que la hija del escayolista volvía a estar ingresada. Casi me atraganté con los cereales, pero aguantando el tipo escuché atentamente el resto de la historia. Mi padre se lamentó, la pobre estaría pasándolo mal, conocía a Manolo y a su mujer eran buenas personas. Mi madre, refirió lo que le habían contado en el supermercado y luego con gesto resignado empezó a quitar la mesa. Diez minutos después me quedé solo en la cocina, había perdido el apetito. Según mi madre Virginia tenía una lesión en el corazón y los médicos no conseguían que se recuperara plenamente. Cada vez que la muchacha les daba uno de aquellos sustos todo el vecindario estaba pendiente de lo que sucedía. Por suerte hasta ahora Virginia siempre había superado aquellas crisis, debía ser una chica muy fuerte. Me quedé alucinado, no tenía ni idea de que mis padres pudieran saber tanto sobre ella, mientras que yo la había descubierto hacia tan poco. Sólo esperaba que estuvieran en lo cierto y nuevamente volviera a recuperarse cuanto antes. Me quedaban aún unas semanas libres, antes de ocupar el trabajo recientemente conseguido. Cuando lo hiciera iba a ser mucho más difícil volver a verla. Durante aquellos días realicé frecuentes incursiones por el barrio a la caza de noticias. Bajaba al supermercado, al kiosco, a la carnicería, incluso pasé a saludar a Fede en un par de ocasiones. En casa estaban encantados con mi nuevo y desinteresado afán colaborador. Pues hasta mi madre llegó a quejarse por que cuando trabajara me echaría aún más en falta.

Casi salté de alegría cuando mi madre al volver de la peluquería, comentó que a Virginia le habían dado el alta. Supe que volvió a casa a media tarde acompañada de sus padres, pero no pude verla. Aunque nuevamente me mantuve al acecho en mi guardilla, desde cuya ventana dominaba toda la calle. Aquel sitio había pasado de ser lugar de estudio, a centro de planificación de la estrategia a seguir. Estaba firmemente decidido a hablar con Virginia fuera como fuera. Mi fijación ya resultaba obsesiva, pero me resistí a aceptarlo. Unos días después el azar volvió a jugarme una mala pasada como escarmiento. Había empezado a llover y lo estuvo haciendo durante todo el santo día. Calculé que Virginia no acudiría al colegio con este tiempo o la llevarían en coche. Hacia más de una semana que regresó del hospital y aún no habíamos coincidido. Atrincherado en mi guardilla, mataba el tiempo leyendo una manoseada novela de Cela que uno de mis hermanos había comprado años atrás. Cuando un fuerte trueno me hizo dejar el libro y acercarme a la ventana para echar un vistazo. Me encanta ver como llueve, especialmente cuando empieza a anochecer y ante mi ventana se dibuja un panorama lleno de matices grises y oscuros. Llovía a cantaros sobre los tejados que se extendían ante mis ojos y densas nubes plomizas cubrían el cielo soltando su carga. No se veía a nadie por la calle observé recorriendo la acera con la mirada hasta la esquina más alejada, y entonces la vi. Estaba demasiado lejos para reconocerla con tan poca luz, pero no me cupo duda de que era ella. Su menuda figura permanecía pegada a la pared, intentando guarecerse de la lluvia bajo un recio balcón. Sin pensármelo dos veces saqué mi paraguas del armario y me precipité escaleras abajo. Vivíamos en la vieja casa de mis abuelos maternos, un edificio de tres plantas cuyas habitaciones superiores mis hermanos y yo habíamos hecho nuestras tiempo atrás. Nadie me vio pues bajar las escaleras como un loco, a una velocidad temeraria y salir a la calle empuñado decididamente el paraguas sin preocuparme por lo que estaba cayendo. Una fría y húmeda racha de viento me azotó la cara, haciendo que un escalofrío me recorriera todo el cuerpo, poniéndome la piel de gallina. Con las prisas había salido en mangas de camisa y la temperatura allí fuera, distaba mucho de parecerse ni remotamente al cálido ambiente de mi cuarto. Aferrando con ambas manos el paraguas que el viento amenazaba con arrebatarme avance al encuentro de Virginia  que seguía en el mismo sitio, como si estuviera esperando mi aparición en escena. Apretaba contra su pecho la chorreante mochila, mientras a sus pies había quedado un bonito paraguas totalmente retorcido por un traicionero golpe de viento. Desde luego era la viva imagen del desamparo pensé mientras llegaba a su lado. Tenía el pelo revuelto sobre la cara y su anorak parecía empapado. Sin cruzar ni una palabra nos encontramos en la acera y ella me dedicó otra de sus fugaces sonrisas. Eso fue todo, luego avanzamos hombro con hombro bajo la precaria protección de mi paraguas. Poniendo mucha atención en no resbalar sobre la húmeda superficie que pisábamos. Apenas tardamos tres o cuatro minutos en llegar hasta su casa, mientras seguía lloviendo a mares. Casi habíamos llegado cuando una nueva ráfaga de viento sacudió violentamente el paraguas que crujió ante este nuevo envite. Instintivamente Virginia se pegó a mí y nos miramos. –Tranquila ya estamos- susurré. Ella asintió decidida y dio un par de rápidos pasos hasta la puerta, sacando las llaves. Mientras yo conseguía retener mi pobre y castigado paraguas. Entonces me volví a mirarla mientras se ponía a salvo.
-Gracias -dijo tímidamente mientras volvía a sonreírme, antes de cerrar nuevamente la puerta. Durante un instante me quedé allí parado contemplando como la lluvia empezaba a amainar, había cumplido con mi misión podía volver a casa. Pero no tenía ningunas ganas de hacerlo, quería hablar con Virginia, necesitaba hablar con ella. Pensé profundamente confuso con todo lo que me estaba ocurriendo. Había estado esperando este momento, pero no había podido despegar los labios mientras la acompañaba, ni si quiera me dio tiempo a despedirme. Contrariado reemprendí el regreso a mi casa, tenía que empezar a reconsiderarme toda aquella empanada mental que estaba teniendo.

Aquel encuentro bajo la lluvia, me hizo pescar un buen resfriado que me dejó para el arrastre. Ajena a mis andanzas mi madre se preocupó de atenderme como un rey, mientras me reponía. Al principio agradecí aquellos mimos y atenciones, pero como mi salud no se recuperaba tan pronto como era de esperar. Mi madre se empeñó en que permaneciera unos días en cama, intenté convencerla de que no era necesario pero fue inútil. Mi madre es inflexible en estos casos, quedé recluido en mí habitación. Dentro de unos días me pondría a trabajar y quería que para entonces estuviera al cien por cien. Mi novia y algunos amigos vieron a visitarme para darme ánimos, pero aquello fue un martirio. No volví a ver a Virginia. Cuando me recuperé tuve que concentrarme rápidamente en mis asuntos y en la nueva forma de vida que me esperaba.

miércoles, 18 de mayo de 2011

La niña de ojos tristes

                                                                       1ª Parte

La tarde era fría y desapacible, el tiempo no invitaba en absoluto a salir de casa. Aún así acudí al cementerio llevado por una firme determinación. El cortejo fúnebre no podía ser más escaso, pensé viéndolo aparecer en ese momento. Apenas media docena de personas, familiares supuse, acompañaban a los inexpresivos padres que caminaban en silencio tras el féretro, llevado en un carrito por los empleados del cementerio. El silencioso grupo se detuvo frente al lugar donde se iba a realizar la inhumación. Desde donde me encontraba pude apreciar todos los detalles de la ceremonia, permaneciendo en un discreto segundo plano sin hacerme de notar. Todo fue muy rápido. Simplemente esperaron a que el ataúd fuera introducido en el nicho. E inmediatamente sin más dilación el grupo se alejo. Nadie pronunció unas palabras a modo de despedida, o soltó una lágrima, un lamento. Ni nada por el estilo, ni quiera el más leve suspiro apesadumbrado. Fue un acto totalmente inocuo. Desprovisto de toda emoción o muestras de dolor, que me hizo sentir una extraña sensación de abatimiento. Debía ser el único de los presentes que parecía lamentar aquella muerte. El único para quien la fallecida significaba algo.

Recuerdo su cara de niña y aquellos ojos tristes de mirada fría y distante. No podría asegurar con certeza cuando me fijé en ella por primera vez. Tan solo sé que un buen día reparé en su presencia, fue así de pronto, sin más. La vi pasar por la calle, cargada con los libros del colegio. Yo estaba en el portal de mi casa, esperando a que un amigo pasara a recogerme para ir a tomar un café. Cuando de pronto, me encontré observándola detenidamente mientras pasaba por la acera de enfrente. Ella pareció darse cuenta y durante unos segundos nuestras miradas se encontraron. La tristeza que reflejaba su semblante me impactó profundamente. No sabía nada de ella, pero de inmediato sentí crecer un profundo e incomprensible interés. Durante los días siguientes ya no pude apartarla de mi mente más que en los momentos que me encontraba concentrado en algo. Pero invariablemente su recuerdo volvía una y otra vez. Aquello me preocupaba e incluso llegó a asustarme. No podía tener más de quince años, tal vez alguno menos. Mientras que yo acababa de terminar mi carrera de aparejador y empezaba a salir con la que terminaría siendo mi esposa. Aquellos pensamientos se me antojaron descabellados. Pero por más que lo intenté, no pude resistir la tentación de volver a verla. Así que durante una semana entera, estuve esperándola para verla al salir de clase, por la mañana y por la tarde.  Interrumpiendo puntualmente mis estudios de oposiciones, para aquella especie de extravagante ritual que se repetía cada vez. Era como estar aguardando para una cita fugaz, con aquella extraña criatura. Averigüé además de forma solapada cuanto  pude sobre ella, quienes eran sus padres, donde vivía, resultó que éramos casi vecinos y por supuesto su nombre, Virginia. Un nombre de lo más apropiado para semejante muchacha cuyos ademanes suaves y delicados movimientos yo empezaba a conocer sobradamente. Los retazos de información que fui reuniendo eran bastante simples, necesitaba saber más. Pero tampoco me atreví a demostrar abiertamente mi interés, aquel era un tema delicado. Tratar de hablar con ella se me antojaba algo totalmente descabellado así que esa posibilidad estaba descartada. Llegué entonces a la conclusión de que sólo tenía una forma de intentar averiguar algo más.

Una tarde armándome de valor bajé a la barbería de la esquina. Don José, el maestro había salido a tomar un cafelito con un conocido y en la barbería sólo estaba Federico el aprendiz. Fede era vecino del barrio y tenía cuatro o cinco años menos que yo, nos conocíamos desde pequeños. Pregunté por Don José, a sabiendas de que tardaría en volver al menos media hora. Desde el balcón de mi casa, mientras esperaba mi oportunidad para llevar a cabo el plan que se me había ocurrido. Le había visto salir charlando amigablemente con su acompañante. Fede pareció decepcionado cuando dije que ya pasaría otro día. Así que proseguí con mi estrategia, insinuando que si él se atrevía, a mi no me importaba ponerme en sus manos. Total sólo quería que me retocara un pelín las patillas y el cuello. La cara se le iluminó al instante y rápidamente hizo los preparativos. Por fin cómodamente instalado en el sillón giratorio aguardé a que iniciara su trabajo. Mientras manejaba las tijeras, Fede empezó a relatarme los chismes del barrio. Era un consumado parlanchín al igual que Don José y estaba al tanto de todo lo que ocurría por allí ladinamente le seguí el juego durante unos minutos, comentando que con todo lo de los estudios y la universidad, andaba un tanto desconectado de la vida del barrio. El se mostró comprensivo diciendo que era normal. Sobre todo ahora que todo el mundo va a lo suyo y no hay casi relación entre el vecindario. Por supuesto me mostré de acuerdo con el y me las arreglé para conducir la conversación hacia el tema que me interesaba. Así que empecé a contarle como el día anterior estuve apunto de meter la pata. Había confundido a una muchacha con la hermana de mi viejo amigo Luis. Menos mal que me di cuenta a tiempo comenté resignado. La hermana de Luis debía tener ahora unos veinte años y esta chica era más joven. Dije, describiendo someramente a Virginia. Fede me hizo una descripción mucho más detallada de la hermana de Luis y de sus atributos. Estaba hecha toda una mujer y seguro que en cuanto la viera la reconocería sin ninguna duda. –Comentó en tono resuelto- A juzgar por su forma de hablar comprendí que a él, la hermana de Luis le interesaba mucho más que a mi Virginia. El tema se estaba saliendo un poco de mis intereses. Pero finalmente conseguí reencauzarlo y Fede se dejó llevar por un par de inocentes y oportunos comentarios sobre la joven desconocida. El chismorreo era su debilidad y sabia de sobra a quien me estaba refiriendo con mi aparente ignorancia. Podía sacarme de dudas y ponerme en antecedentes.

Virginia era hija de Manolo el escayolista. Un hombre que se había casado a los cincuenta y pico, por medio de uno de esos arreglos tan propios de otros tiempos. Manolo no era mala persona, un tanto rudo y taciturno quizás, pero un trabajador incansable que se ganaba la vida holgadamente, no tardaría en jubilarse. Lola la madre, tampoco era ninguna niña cuando dio a luz a aquel único fruto de una unión tardía. El parto había sido complicado y la niña nació con muchos problemas. Se llegó a pensar que no sobreviviría, pero al final sí lo hizo. Aquella no era una familia feliz ni mucho menos. En el vecindario se comentaba que el matrimonio apenas se hablaba, limitándose a vivir en la misma casa. A Virginia le faltaba calor del hogar familiar. Su existencia era triste y rutinaria, sin el afecto de unos progenitores, algo mayores para criar a una hija adolescente. Además seguía teniendo una salud frágil y delicada que cada cierto tiempo le daba algún que otro susto. Con catorce años la vida de Virginia no podía resultar más complicada.
Fede relató la historia de la misma forma que podía haberlo hecho Don Francisco. Era evidente que estaba aprendiéndolo todo de su maestro, no solo el oficio. Sino hasta el más mínimo detalle de como hablar, comportarse o adular convenientemente a la clientela. Eso último fue exactamente lo que hizo conmigo a continuación. Darme un poco de coba, antes de pasarme el espejo de mano y preguntarme en tono cordial, que me parecía el resultado. Ciertamente lo había hecho muy bien y me mostré encantado, felicitándole con sinceridad. Después de pagarle y dejarle una propina, me despedí de Fede dándole las gracias por sus atenciones. Acababa de serme de gran ayuda y no sólo por el corte de pelo, que en realidad no me hacia ninguna falta. Su historia sobre Virginia era mucho más de lo que yo podía esperar. Cuando salía me cruce con Don Francisco que regresaba de su tertulia, pareció sorprendido de verme. Pero le complacieron mis felicitaciones por los progresos de su avispado aprendiz.

Un rato después acudí puntualmente a mi cita de cada tarde. Ella también lo hizo y la observé durante un instante. Entonces nuestras miradas se encontraron, haciendo que por un momento me sintiera tentado de llamarla. Aunque finalmente no fui capaz de atreverme a ir tan lejos. Que le iba a decir yo a una cría de catorce años. Que me interesaba aquella extraña vida suya. O que si alguna vez necesitaba hablar con alguien podía contar conmigo, que estaba dispuesto a ser su amigo. Por más que lo pensaba no dejaba de parecerme una locura. Pero mientras volvía a mi cuarto para meterme en los libros, sólo pensaba en una cosa. ¿Que podía haber tras aquellos ojos tristes?

viernes, 6 de mayo de 2011

Mal rollo

No sabría decir por que pero estas últimas semanas ando un tanto apático. Tal vez sea por el trabajo, el desbarajuste de estos días festivos que rompen la dinámica habitual.  O el engorro de mi alergia que me acarrea la primavera. Bueno, el caso es que  como ya habréis notado ando un poco desconectado de nuestra comunidad blogera. Por suerte parece que mi mal rollo remite y eso me ha animado a escribir este post, inspirado en algo que también me trae algo mosqueado. Mi mujer creé que aunque raro al asunto no hay que darle muchas vueltas, probablemente tenga razón, pero en fin vosotros decidiréis.


Como ya he comentado en alguna ocasión. Tengo una perrita, –Dana- una cocker spaniel azul, cariñosa y zalamera. Es una animal muy sociable que en cuanto salimos a la calle busca llamar la atención de la gente. Así que desde que la tengo, he pasado de ser el vecino que saludaba de pasada, breve y educadamente. A  tener una relación de lo más sociable con el vecindario. Incluso gente que asegura que no le gustan los perros acaba saludándola  a fuerza de verla reclamar atención. Por si faltaba algo, vivimos a doscientos metros de una guardería y claro esta la pierden los niños. Por lo que si en ocasiones nos cruzamos con alguno que va llorando, podemos acabar montando un espectáculo. Una situación impagable esa abuela o esa madre intentando explicarle a la perra –que también gimotea desconsolada - por que llora el niño/a. Lo dicho un espectáculo.
El caso es que en el edificio de enfrente vive un matrimonio a los que siempre les ha hecho mucha gracia la perra. Ellos ya tenían un par de perritos mestizos antes de que a nosotros nos regalaran a Dana. Al principio, cuando empezaron a vernos a mi mujer y a mi pasearla. Siempre se acercaban a saludar y acariciarla. La esposa aseguraba que a su marido –que es un poco más retraído- le encantaban los cockers, y que la nuestra le tenía hechizado. Pero claro teniendo ya dos perritos coger otro ni pensarlo. La cosa siguió así durante meses. Dana por supuesto estaba encantada, cada vez que les veíamos tenía una buena ración de caricias.
A principios del año pasado mi mujer y yo comentábamos que ya no veíamos pasear a los vecinos con sus perros. Tampoco se veía como antes, a los animales asomados a la ventana de primer piso viendo pasar a la gente. Una tarde mientras paseaba a la perra les vi llegar con el coche y por supuesto Dana quiso acercarse a saludar. ¡Sorpresa¡ Traían un cachorro… una cocker color canela que ladró asustada al ver acercarse a una sorprendida Dana. Mientras el tranquilizaba al cachorro, la esposa me contó que habían llevado los dos perros a casa de sus padres. Se les había presentado la ocasión de comprar aquella perrita y el marido estaba súper ilusionado. En realidad buscaban un ejemplar azul como Dana, pero el criador solo tenía una camada de color canela. La perrita era un primor y les deseé que la disfrutaran y al llegar a casa se lo comenté a mi mujer que se quedó tan sorprendida como yo. Con lo satisfechos que siempre habían parecido estar con los perritos. Comentamos recordando a los dos animalitos.

                                                    
                                              

No volvimos a verlos, ni tampoco a la cocker canela. Según me contó la vecina unos meses después. La perrita resultó ser muy revoltosa, y tras un par de incursiones contra cortinas y sillones, decidió llevarla con los otros perros. El chalet de sus padres tiene parcela y allí los perros están mejor que en un piso. Encantada, Dana siguió recibiendo mimos y caricias.
Pasado un tiempo, una mañana mientras la paseaba miré distraído hacia la ventana de mis vecinos. Creí estar alucinando. Donde en otro tiempo se podía ver asomados a sus dos primeros perritos. Distinguí claramente una cabecita de lo más familiar.
-Los vecinos ya tienen su propia Dana- le dije a mi mujer cuando volví a casa. –Bueno no se si también será hembra, pero desde luego es un cachorro de cocker azul  clavado a Dana.- añadí, consiguiendo dejarla totalmente desconcertada.

Resultó ser una perrita, bueno mejor sería decir que resultaron ser dos, la perrita que yo había visto y su hermano un cachorro de pelo negro brillante. Mi mujer alucinó en colores, cuando nos encontramos a la vecina acarreando hacia el coche una jaula de viaje desde la que los dos cachorros nos miraron somnolientos. La perrita era idéntica a Dana y según nos explicó la vecina tenía sus mismas características. De hecho muy probablemente estuvieran emparentadas. Dado que el criador al que habían acudido es el mismo a quien nuestros amigos compraron a la madre de Dana. Por desgracia la primera perrita, la cocker canela, había fallecido a causa de una infección. Así que al empezar a buscar otra criador les confirmo que en esta ocasión si tenía una perrita como la que querían desde un principio. De entre toda la explicación ni a mi mujer ni a mi nos quedo muy claro que pintaba el otro cachorro en todo aquello. Pero la vecina parecía encantada, hablando maravillas del carácter apacible y cariñoso de la perrita. A mi todo esto me mosqueo un poco, especialmente por que una vez más no hemos vuelto a verles con ningún perro. Cuando nos los cruzamos el marido ya apenas nos presta atención limitándose a un saludo breve y apresurado. Ella sigue comentando que su perrita es muy buena –al cachorro ni nombrarlo- y saluda a Dana. Aunque la perra no parece tan ansiosa por estos mimos como antes. Vale, tampoco es que quiera hacer un drama de esto. Como dice mi mujer, que su comportamiento es un poco raro, si, lo es. Pero que lo más probable, es que la vecina haya decidido seguir teniendo la perra en casa de sus padres para evitarse tener que limpiar los pelos. Seguramente tiene razón pero tanto trasiego me mosquea. Por otra parte el cambio de actitud de Dana respecto a los vecinos es evidente. Y si hemos de tener en cuenta ese sentido especial que se supone tienen los perros para percibir cambios de comportamiento en las personas. Pues eso, supongo que entenderéis que sienta un cierto mal rollo.