La verdad es que no sabría decir por que decidí crear este blog. Lo más sencillo, sería reconocer que siendo el escribir historias algo que siempre me ha gustado. La posibilidad de exponerlas para que cualquiera pueda leerlas me incentivó a tomar la decisión. Sea como sea, esta resultando una interesante experiencia, un atractivo divertimento del que quiero hacer participe a todo el que guste.







Para cualquier sugerencia, crítica u opinión.






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lunes, 31 de octubre de 2011

Andanzas nocturnas

-Que rabia, con lo a gusto que estaba durmiendo.- pensó con fastidio. Abriendo los ojos en la penumbra de la habitación. La habían despertado unas molestas y urgentes ganas de ir al baño. Pero aun se resistió un minuto bajo la colcha, desperezándose lentamente Mientras su mano tanteaba la mesilla de noche en busca del interruptor de la lámpara. -Mierda- masculló contrariada. Entrecerrando los ojos cuando la luz hizo desaparecer la agradable penumbra. Cinco y veinte de la mañana comprobó. Echando un vistazo al despertador mientras se calzaba las zapatillas. En su lado de la cama Pablo dormía a pierna suelta. Por suerte hoy era sábado y no tenían que madrugar. Eso si, tendría que volver rápido a la cama no fuera a despejarse del todo. Se dijo apresurándose a llegar al cuarto de baño.
Notaba la garganta un poco seca, estaría bien beber un poco de agua antes de regresar a la cama. Decidió saliendo del baño y yendo a la cocina. –Ya empezamos- gruñó. Dándose cuenta de que comenzaba a despejarse. Aquello era absurdo, hoy tenía tiempo para dormir unas horas más y recuperar el sueño que llevaba arrastrando toda la semana. Tenía que volver a la cama enseguida. –Date aire y no empieces con historias- se recriminó. Sirviéndose el agua y empezando a beber. Aún era noche cerrada, afuera debía hacer bastante frío. No se veía un alma y tampoco nada de tráfico, se notaba que era sábado. Comprobó acercándose a la ventana y asomándose para observar la calle desierta.

Justo en el momento en que un vehículo giró por la esquina más alejada y enfiló la calle. Una furgoneta de reparto pensó, observando la maciza figura que avanzaba a la luz de las farolas. La curiosidad la hizo tratar de descifrar las gruesas letras del rótulo que lucia en el lateral. Mientras pasaba bajo la luz de alguna de las farolas que iluminaban la calle. Lo que sin sus gafas no era nada fácil. Comprobó con fastidio, mientras la furgoneta atravesaba un tramo de calle poco iluminado. Prensa acertó a leer finalmente, a la difusa luz de la farola más cercana. Antes de que la furgoneta saliera de su campo de visión. Tras pasar junto a la batería de contenedores de basura, situados frente a la entrada del garaje del edificio. Si bien fue algo en aquellos contenedores lo que de inmediato captó su atención. Casi al instante supo lo que era. Le había bastado una mirada para distinguir una pila de libros precariamente colocada sobre el contenedor del cartón. Lo que inevitablemente le provocó unas irresistibles ganas de ir a echarles un vistazo. ¿Cómo podía alguien tirar libros a la basura? Acaso la gente no conocí la existencia de las bibliotecas. Por Dios, aquello si que era un sacrilegio. Lamentó contrariada resoplando por lo bajo, mientras regresaba a la habitación y cogía una bata. Muy probablemente se trataría de una de esas antiguas enciclopedias que la gente acaba quitándose de encima por que han perdido utilidad. Pero aún así tenía que comprobarlo decidió. Regresando a la habitación y empezando a ponerse una bata. Tendría que darse prisa rumió apagando la luz de la mesilla de noche. Pablo que era de los que dormía de un tirón. Iba a alucinar como se le ocurriera despertarse y no la encontrara en casa. Pero solo será un vistazo rapido se dijo yendo hacia la puerta y alcanzaba las llaves. Le bastaron dos minutos para meterse en el ascensor, salir a la calle y rodear la esquina hasta la entrada del aparcamiento.

Los libros del montón resultaron no ser una enciclopedia. Sino una colección completa sobre historia y técnicas de pintura y cerámica. Que pese a estar bastante manoseados, aún se conservaban en razonable estado. Comprobó hojeando rápidamente un par de ejemplares. A sus pies desparramados por el suelo entre lo que parecían folios de apuntes. Distinguió algunos temarios de oposiciones, mezclados con ediciones de libros de auto ayuda. Con títulos como, Técnicas para relacionarse en el trabajo, Refuerza tu auto estima o Diez trucos para optimizar el tiempo de estudio.
-Vaya, que más tenemos aquí.- dijo. Agachándose para alcanzar un manoseado ejemplar de La Colmena que había estado apunto de pisar. Estaba manchado y desencuadernado, probablemente le faltaran algunas paginas. Una lastima, no tenía salvación. Pensó mientras su atención se fijaba en lo que se le antojo la siniestra boca del contenedor. Parte de las rojas tapas de un libro asomaban por la ranura superior que se utilizaba para introducir el cartón. No podía ser cierto se dijo llevada por una especie de presentimiento. Mientras dejaba en el suelo la colección sobre pintura y levantaba  la tapa del contenedor para abrirlo totalmente.

Fue como abrir el cofre del tesoro. A simple vista debía haber más de un centenar largo. De todo tipo y tamaños, mezclados de cualquier manera. Alguien habría estado muy ocupado acarreando hasta allí aquel enorme montón de libros que colmaba el interior del contenedor. Un montón cuya cúspide parecía ser aquel libro de tapas rojas. Que ella alcanzó para echarle un vistazo. Gran enciclopedia practica tomo cuarto leyó, premio allí estaba la desfasada enciclopedia de turno. Pensó haciéndolo aún lado, junto con los tomos sexto y octavo que aparecieron de entre unas cuantas novelas en edición de bolsillo. Ninguno de cuyos títulos le sonaba en absoluto. Parecían las típicas novelas de intriga de autores anglosajones. Pensó  amontonándolas a un costado y empezando repasar los nuevos hallazgos que emergían del montón. Guerra y paz primer volumen, El Decamerón, El caballero de Olmedo, La Odisea, De la tierra a  la luna. Una selección muy surtida para empezar una biblioteca pensó. Dejando en el suelo una pila en la que había juntando los dos volúmenes de La Regenta, con La casa de los espíritus, La barraca, El tartufo y La peste. Independientemente del tipo de edición, el estado general de los ejemplares era bástate bueno. Lo que hacía más inexplicable que hubieran decidido deshacerse de ellos de aquella forma. Era una autentica lastima pensó contrariada terminando de formar otra pila y uniéndola a las que ya había en el suelo. Encuadernado en un curioso formato alargado un ejemplar llamó su atención. Recopilación de cuentos clásicos Norteamericanos por diferentes autores. Leyó con curiosidad sacándolo del contenedor y empezando a hojearlo. –Este sin duda se viene conmigo.- Decidió al instante empezando a rebuscar de nuevo. La satisfacción del hallazgo había espoleado su curiosidad. El Quijote, Cumbres borrascosas, La plaza del diamante, Los santos inocentes, repasó habidamente sin soltar el volumen de cuentos. Un ejemplar de La hojarasca y otro algo ajado de El amante de Lady Chatterley pasaron a engrosar su botín particular. Parecía haber dado con un filón se dijo satisfecha, alcanzando un ejemplar de El Agente confidencial. Esta reponiendo de una tacada, barias de las pedidas que con el tiempo había ido sufriendo su biblioteca. Pero era una locura comprendió. Tomando un respiro, y contemplando los libros que tenía en las manos y las pilas en el suelo a su alrededor. Que se suponía que iba a hacer con todo aquello. Tal vez pudiera llamar al ayuntamiento, muchos de aquellos libros se podían aprovechar en los centros de lectura de los colegios. Sin duda era la mejor opción decidió. Terminaría de echar un rápido vistazo y haría esa llamada antes de que pasaran a recoger los contenedores de reciclaje. Claro que el otro problema era como llevarse a casa los libros que estaba separando para si. De momento solo eran cuatro pero apenas si llevaba vista la mitad del contenedor y conociéndose dudaba que la cosa se fuera a quedar en eso. Lo mejor sería ir a buscar una bolsa o mejor una caja. Pensó con desgana, a sabiendas de que no se movería de allí. Mientras un alocado pensamiento se le cruzaba por la mente. –Genial justo lo que faltaba. Ahora empiezo a desvariar.- gruñó. Agitando la cabeza para apartar una imagen mental. En la que se veía en camisón, acarreando un pesado montón de libros que llevaba liados en una especie de saco formado con su bata. Como la pillarán y seguro que alguien  lo hacia, aquello arrasaría en YouTube. Claro que pensándolo bien, los veinte minutos que llevaba rebuscando en el contenedor tampoco tenían desperdicio. Refunfuñó dejando “sus” libros en una pila aparte y empezando a rebuscar. Tenía que darse prisa en acabar. Era raro que hasta el momento no hubiera pasado nadie por allí, pero la cosa no podía durar. A estas horas solo le faltaría tener que ponerse a balbucear dando explicaciones ataviada  de aquella guisa. 

Decididamente estaba claro, es que o todo aquello había pertenecido a diferentes personas. O se trataba de un lector con una amplia variedad de gustos. Pensó, cuando tras hacer a un lado unos cuantos ejemplares de novelas de ciencia ficción. Unos tomos de historia natural y dos ediciones distintas de Archipiélago Gulag. Empezó a encontrar ejemplares de novelas del oeste. Había un montón, el sueño de cualquier coleccionista del género. Se dijo mientras le venía a la cabeza las visitas a casa de su amiga Clara. Y el recuerdo del abuelo de Clara leyendo tranquilamente aquel tipo de novelas. Nunca había leído nada de aquel género pero desde luego el abuelo de su amiga parecía pasarlo en grande. Aquí se hubiera puesto las botas suspiró apartando otro puñado de novelas. Reparó entonces en un ejemplar que apenas si asomaba bajo el montón de novelas. No se veía el titulo. Pero su tapa de un azul desvaído en cuyo centro  destacaba un pequeño grabado atrajo su atención. ¿Era un molino? Si, el pequeño grabado parecía un molino, rumió forzando la vista para distinguir la imagen. Y como llevada por un presentimiento se impulsó dificultosamente hacia adelante para tratar de cogerlo. Imposible no alcanzaba comprendió resoplando contrariada. Con casi medio cuerpo metido en el contenedor y manteniendo precariamente el equilibrio para no caer dentro.
-Mierda- masculló desesperada cuando sus dedos apenas rozaron la tapa. Un poco más, apenas si le faltaban unos centímetros. Comprobó frustrada echándose hacia atrás para recuperar el equilibrio. Le había faltado poco para caer dentro del contenedor. Lo que ya si que hubiera sido lo último. Necesitaría un poco de ingenio, pensó mirando las ruedas del contenedor y a su alrededor. Se le acababa de ocurrir una idea.  Tendría que acercar el contenedor  hasta la acera de enfrente. Allí el bordillo era un bastante más alto, eso la ayudaría. Razonó empezando a tirar del contenedor con todas sus fuerzas. Como temía, no era la primera vez que tenía que acarrear libros. –Aún que si un contenedor- Aquello pesaba lo suyo.  Pero por suerte, tras un par de enérgicos tirones las ruedas empezaron a moverse en la dirección deseada. Quien dijo aquello de que el saber no ocupa lugar. Dios, no solo lo ocupa si no que además pesa lo suyo. Esto es una locura, como alguien me vea voy a acabar siendo la loca del segundo C. La que de madrugada escarba en las basuras. Eso por no hablar de la cara que pondría el pobre Pablo. Al enterarse de las “particulares” andanzas nocturnas de su novia. Pensó resoplando por lo bajo, mientras con los pies intentaba apartar las hojas de apuntes y temarios tirados por el suelo que entorpecían el paso de las ruedas. Pese al frío había empezado a sudar, notó contrariada. Sentía la frente y las mejillas perladas de un sudor que empezaba deslizársele por el cuello. Con su suerte seguro que de esta salía con un catarro de pronostico. Gruñó, dando un último tirón que deslizó el contenedor hasta dar contra el bordillo. Con un golpe sordo que resonó por la calle desierta. -¡Mierda¡- masculló. Encogiéndose sobre si misma y mirando espantada a su alrededor. Lo dicho del YouTube, al manicomio, rezongó con el corazón agitándose desbocado. Por suerte nadie dio señales de vida y pronto estuvo asomada al contenedor. Desesperada comprobó que el golpe y el trasiego habían desplazado a su objetivo del lugar donde esperaba encontrarlo. Lo que por un momento la hizo temer que se hubiera podido deslizar hasta el fondo del contenedor. Por suerte pronto lo localizó, seguía estando a la misma profundidad. Pero ni aún subida al bordillo lograba más que tocarlo ligeramente con la punta de los dedos. –Probemos con esto- resopló. Colocando en el suelo un grueso y maltratado ejemplar de Las mil y una noches. Al que se aupó antes de inclinarse para volver a probar suerte. Esperanzada, comprobó que sus dedos palpaban la rugosa superficie. Aún no podía sujetarlo, pero aquello estaba mucho mejor. Tal vez añadiendo otro libro al que subirse. Rumió mientras sus dedos intentaban deslizar el libro presionándolo y tirando hacia ella. Por un segundo pareció que iba a funcionar. Notó como se desplazaba unos centímetros. Ya casi lo tenía resopló excitada. Intentando pinzarlo entre los dedos anular e índice. -¡Joder¡- maldijo furiosa. Notando como de pronto el libro empezaba a escurrirse bajo sus dedos. –No, no … ¡Mierda¡- exclamó. Cuando el libro desapareció entre el resto de libros como a través de algún tipo de hueco. Consternada incluso le pareció oír como caía hasta el fondo del contenedor. Tragado por el resto del montón de libros. Era increíble aquello no podía estar pasándole a ella. Maldijo furiosa  golpeando el contenedor con gesto desesperado. Estaba tan ofuscada, que ni siquiera se dio cuenta de que un coche pasaba por la calle. Hasta que al llegar a su altura el conductor aminoró la marcha para lanzarle una mirada desconcertada. No debió gustarle mucho lo que vio puesto que se apresuró a acelerar para perderse calle arriba. No tenía ni idea de la hora que era ni de cuanto tiempo llevaba con aquella locura. Pero empezaba a amanecer y no podía seguir allí comportándose como una loca. Razonó tratando de tranquilizarse. Lo mejor sería recoger un poco todo aquello y avisar a los del ayuntamiento. Ni siquiera estaba segura de que aquel condenado libro fuera realmente el que andaba años buscando. Exteriormente sin duda que lo parecía, pero en realidad no había visto el titulo. Así que podía tratarse de cualquier otro titulo de una edición similar. Recapacitó tratando de auto convencerse de que lo mejor era dejarlo ir. Pero resultó inútil, no podía dejarlo. Por alguna extraña razón estaba casi segura de que si era el libro. Algo le decía que lo era. Seguro, aquel condenado libro era un ejemplar de Los Samson. La historia de la familia de los verdugos de Paris. Que había descubierto, cuando por casualidad siendo una adolescente, encontró un ejemplar en una feria de libro usado. Una apasionante historia que debía haber leído como una decena de veces encontrado siempre nuevos matices. Tal vez no fuera ninguna obra maestra pero por alguna razón el libro la había atraído desde la primera vez que la leyó. De ahí que lamentará tanto el haberla perdido. Cuando hacia unos años cometió la estupidez de prestárselo a su novio de entonces. Un error imperdonable del que todavía se arrepentía cada vez que lo recordaba. Su ruptura no había sido precisamente muy amistosa y cuando el salió de su vida se largó  llevándose  libro entre algunas otras cosas. Desde entonces no había mercadillo de segunda mano o librería de viejo que visitara en donde preguntara por Los Samson. Curiosamente el titulo no era del todo desconocido pero invariablemente la respuesta era la misma. No parecía quedar un solo ejemplar rodando por ahí. Lo más cerca que llegó a estar, fue cuando en un par de ocasiones lo localizó por Internet. Libreros de viejo lo ofrecían en sus catálogos pero por una u otra razón no había llegado a comprarlo. 
Así que tenía que verlo, no quedaba otra. Y obviamente ahora solo tenía una forma de conseguirlo. Comprendió con un largo suspiro de resignación. Para su sorpresa fue más fácil de lo que esperaba. Tras apilar rápidamente un puñado de libros al que se aupó decidida. Solo tuvo que pasar una pierna por encima del borde del contenedor y deslizarse dentro. Aunque estaba sobre los libros y todo parecía relativamente limpio. Un cierto olor agrio que ya había notado mientras rebuscaba desde fuera resultaba mucho más intenso ahora. Solo esperaba que entre los libros a nadie se le hubiera ocurrido tirar también basura. Pensó con resignación empezando a retirar libros en le lugar donde había desaparecido su objetivo. La cosa comprobó, no resultaba precisamente fácil. Habida cuenta de que su propio peso, hacia que los libros sobre los que estaba, se deslizaran hacia el hueco que trataba de abrir. Finalmente tras varios minutos resoplando y contorsionándose en el dichoso contenedor. Su mano consiguió abrirse paso entre aquella especie de arena movediza en que se había convertido el montón de libros. Atrapó el objeto de su deseo y lo rescató del fondo del contenedor. Donde como no podía ser de otra forma, había ido a parar.
-¡Siiii¡- gritó satisfecha. Comprobando que en su locura resultaba haber tenido razón. ¡Lo tenia¡ Era el libro, era Los Samson. Confirmó mirando el ejemplar con expresión incrédula y una intensa sensación de felicidad. El sonido de un coche al pasar la sacó de su éxtasis devolviéndola a la realidad. Tenía que salir pitando de allí. Se dijo asomando la cabeza para echar un rápido vistazo a su alrededor.  Era de día, había  empezado a clarear y en las fachadas de los edificios se veían ventanas iluminadas. El vecindario empezaba a despertar. Con gesto furtivo se apresuró a guardar el libro en el amplio bolsillo de la bata. Antes de incorporarse para empezar a salir del contenedor. Entrar había resultado relativamente fácil. Pero tal vez salir no lo fuera tanto descubrió desconcertada. No sabía por que. Tal vez fuera a causa de sus manejos revolviendo los libros de una parte a otra, pensó ofuscada. Pero el caso es que apenas se inclinó sobre el costado para salir tal y como había entrado. El dichoso contenedor empezó a inclinarse  hacía aquella parte mientras en su interior los libros se desplazaban de golpe como una especie de avalancha. -¡Joder¡- maldijo. Apresurándose a sacar una pierna buscando el apoyo de la pila de libros de la que se había servido para entrar. Todo ocurrió como a cámara lenta. El contenedor volcó de golpe sobre su costado. Como un barco que se hunde tras chocar contra un arrecife. Arrastrándola a ella que se encontró de pronto tirada sobre la acera sepultada a medias por un montón de libros que se le vinieron encima mientras se revolvía desesperada intentando zafarse.

-¿Se puede saber que te pasa? Menuda nochecita llevamos.- gruñó Pablo. Encendiendo la luz y mirándola con cara de pocos amigos.
-¿Qué? ¿Cómo? – balbuceó desconcertada -¿Qué pasa?- inquirió incorporándose de golpe.
-Eso me gustaría saber a mi llevas más de una hora revolviéndote como una loca- protestó el con un bufido -¿Estas bien?-
-Si, si perdona. Ha sido un sueño.- se disculpó con expresión abatida. Tomando conciencia de la triste realidad.
-Bueno tranquila no pasa nada. Anda vuélvete a dormir aprovechemos hoy que se puede.- dijo el en tono conciliador. Dándole un rápido beso –Estoy muerto- murmuró adormilado. Apagando la luz y volviendo a acurrucarse bajo la colcha.
-Si- dijo ella en tono mecánico. Mientras sus ojos buscaban la esfera luminosa de su despertador. Cinco menos veinte comprobó mientras sentía como se le aceleraba el corazón. No podía ser pensó desconcertada. ¿O si?
-¿Dónde vas ahora?- inquirió el con voz pastosa. Notando que abandonaba la cama.
-Al baño, duérmete.- susurró ella. Cogiendo su bata y cerrando la puerta de la habitación al salir. Fue directamente a la cocina a cuya ventana se asomó en el preciso momento en que un vehículo doblaba la esquina y enfilaba la calle. No se veía ni un alma, solo la maciza figura de una furgoneta de reparto recorriendo la calle a la luz de las farolas. PRENSA Leyó complacida en el lateral de la furgoneta. La batería de contenedores fue el siguiente objetivo que buscaron habidamente sus ojos.

 

viernes, 7 de octubre de 2011

No importa estado

Nico encontró el anuncio mientras hojeaba distraídamente las páginas centrales del periódico del día anterior. Enmarcado en un recuadro que lo hacia resaltar del resto. El texto anunciaba que Automóviles Egea y CIA estaba interesada en la adquisición de vehículos agrícolas e industriales, cualquiera que fuese su estado. Aseguraban el pago al contado nada más cerrado el acuerdo y una adecuada valoración del vehículo atendiendo a sus características particulares. La dirección que aparecía al final correspondía a unas naves de un polígono cercano. Aquello parecía interesante y en todo caso nada se perdía con probar. Comentó Nico tras leerle el anuncio y pasarle el periódico.
-Vayamos a echar un vistazo – propuso al instante en tono esperanzado. Mientras apuraba su refresco, Víctor sonrió con sorna, divertido por su entusiasmado arrebato.
-No estarás hablando en serio. – dijo aún a sabiendas de que así era. Su amigo ya se había puesto en pie alcanzando su chaqueta, estaba impaciente.
-Abrevia y no te enrolles que tienes tantas ganas como yo de perderte esa excursión por la vieja Europa. Jamás te perdonarías que Amalia acabara yendo sola por esos mundos de Dios.- rezongó Nico poniendo el dedo en la llaga. Tras más de dos meses rondándola, por fin parecía que Víctor había conseguido captar de la atención de Amalia. Una de las amigas del grupo por la que de un tiempo a esta parte se había empezado a sentir atraído. Amalia también parecía mostrar interés por el, así que la cosa podía tener posibilidades. Amalia había sido una de las responsables de organizar aquel viaje. Nico no iba a dejar pasar ese detalle para meterle presión,  andarse con sutilezas no era lo suyo. Pero además estaba en lo cierto y ambos lo sabían. Llevaban casi dos horas lamentándose por andar cortos de pasta. Su grupo de amigos estaban planeando una excursión en toda regla. Tres semanas recorriendo el centro de Europa en plan mochilero. Un itinerario a base de albergues, trenes, autobuses y lo que se terciará, repleto de posibilidades alucinantes.  Toda una experiencia que ellos se perderían si no conseguían reunir un mínimo de dinero para gastos.
-Hombre tampoco es eso pero no creas que va a ser la panacea, y la verdad es que no tengo muy claro lo de deshacerme de Ruperta.- objetó Víctor haciéndose el remolón.
-No me jodas – bramó su amigo soltando un bufido.- Dices que tú padre no para de protestar por el espacio que ocupa en el garaje. Se la quitará de encima apoco que tenga ocasión. Ocupémonos pues nosotros ahora que podemos sacar algún partido.- repuso con contundente objetividad. Como solía decir su madre – recordó Víctor – Este amigo tuyo tiene más palabras que un ministro.- menudo era Nico una vez lanzado.
Ruperta, la vieja furgoneta que el abuelo de Víctor había usado para el reparto en su ferretería. Era una Mercedes que pese a los años se conservaba en razonable estado y que la familia seguía conservando no se sabe muy bien por que. Hacia unos años, cuando su abuelo se jubiló. Víctor y sus amigos empezaron a usarla para sus alocadas escapadas de fin de semana. Fue entonces cuando  debido al tono naranja desvaído con que estaba pintada, la bautizaron con el apelativo de Ruperta.  Habían sido unos años de lo más ajetreados y divertidos, con el carné de conducir recién sacado poder disponer de aquella furgoneta fue todo un puntazo. Pero cuando poco a poco todos empezaron a tener coche o moto propios. Ruperta perdió protagonismo y empezó a quedar arrinconada como un trasto más al que no se encuentra utilidad. Quizás después de todo el pelma de Nico tuviera razón. Ruperta estaba a su nombre – el abuelo se la había regalado - y en el fondo Víctor pensaba que su padre esperaba que fuese el quien decidiera deshacerse de ella.

Tras media docena de intentos, el motor de Ruperta arrancó con un bronco y decidido rugido. Había pasado casi un año desde la última vez que el y Nico la usaron para echarle una mano a un amigo en un traslado de muebles. Así que Víctor comprobó que todo seguía funcionando correctamente.
-Perfecto, esto marcha.-dijo Nico asomándose por la ventanilla.-Ve tu delante yo te sigo.- añadió empezando a ponerse el casco. Fue un trayecto corto, el polígono quedaba a poco más de seis kilómetros. Que recorrieron tranquilamente sin el menor problema. Ruperta seguía funcionando a la perfección, y la verdad es que no recordaba que jamás le hubiera dejado tirados. Pensó Víctor contrariado, sintiendo una punzada de remordimiento mientras cruzaba la entrada al amplio recinto que rodeaban un par de naves industriales donde se encontraba Automóviles Egea.

-Menudo tinglado.- comentó Nico acercándose.  Víctor había ido a aparcar frente  a la entrada de una de las naves. Oficinas, indicaba un descolorido cartel colocado sobre una puerta lateral. Junto a las naves en la enorme explanada que al parecer servía de almacén. Un sinfín de vehículos de todo tipo y en diferentes estados, se alineaban en grupos, furgonetas, tractores, camiones, excavadoras. Enfundados en llamativos monos de color verde algunos hombres parecían trabajar en los vehículos. Desde luego el negocio parecía ir bien. Un centenar de metros más allá una cuadrilla de albañiles levantaba en la estructura de un nuevo edificio.
Un hombre salió en ese momento de la cabina de un desvencijado tractor aparcado a pocos metros de ellos. Iba ataviado con el inconfundible mono verde, y parecía muy concentrado en repasar unas hojas que llevaba entre manos.
-Buenas tardes, señor- le saludó Nico. Adelantándose con gesto decidido. Sorprendiendo al desconocido que se revolvió desconcertado.
-Buenas tardes - respondió finalmente el hombre, tras unos segundos de vacilación.
-Veníamos por lo del anuncio.- dijo Nico haciendo un gesto hacia Ruperto  -¿Si pudiera indicarme con quien tendríamos que hablar?-
-Por supuesto, denme un minuto y estoy con ustedes.- respondió el hombre. Dando un último vistazo a las hojas antes de meterlas en una carpeta y dejarla en la cabina del tractor.
-Listo.- dijo acercándose.
-¿Otra adquisición?- comentó Nico mirando el tractor.
-Efectivamente nos lo acaban de traer.
-Espero que sigan interesados en las furgonetas.- tanteó Nico.
-Tranquilo, no hay problema. De momento no me consta que haya límite de cupo. Aun que da mucho espacio en la campa.- dijo haciendo un gesto hacia la explanada.- Y  tenemos otra casi igual de grande aquí cerca. Seguro que hay sitio para vuestra furgoneta.- concluyó. Echando un vistazo a Ruperta.
-¡Tienen otra campa de estas¡- dijo Nico. Enarcando las cejas en un gesto de sorpresa que hizo reír al desconocido.
-En efecto. Aunque allí se suelen almacenar los vehículos más voluminosos.
-Que pasada. Esto esta casi hasta los topes y aun así siguen interesados en comprar.
-Todo cuanto nos ofrezcan.
-¿Pero entonces esto tiene que tener truco?- comentó Nico bajando la voz y haciéndole un guiño cómplice.
-¿Truco?- dudo el hombre. Mirándoles con expresión desconcertada.
-Si bueno, este material vale una pasta pero tiene un mercado limitado. En alguna parte debe de estar el negocio, para invertir semejante capital.- reflexionó Nico antes de que Víctor interrumpiera en tono perentorio.
-Por favor no le haga caso, créame le volverá loco.- aseguró Víctor en tono conciliador.
-No, no es ningún truco.- aseguró el hombre muy ufano -Es un asunto de relaciones internacionales.- rebeló en tono grandilocuente con un ademán de suficiencia. -Tenemos suscrito un convenio con el ministerio de a asuntos exteriores. Para la exportación de maquinaria y equipos de segunda mano. Algo relacionado con un programa de ayuda al desarrollo.- informó.
-Mira que bien, para ayúdales a desarrollarse les enviamos todo lo que aquí ya no queremos.- comentó Nico en tono irónico.
-Bueno, en realidad convenientemente reparados, gran parte de estos vehículos pueden seguir siendo utilizados durante un tiempo. El resto servirán como fuente de repuesto.
-¿Satisfecho?- inquirió Víctor clavándole una mirada asesina a su amigo. Tenía ganas de acabar de una vez con todo aquello. –Perdone, pero no tiene remedio la curiosidad le puede. Por favor si nos indica donde nos pueden atender.- añadió en tono cordial. Mirando alternativamente al hombre y hacia la puerta con el cartel de oficina.
 -Al momento, síganme por favor. Creo que el señor Egea podrá atenderles ahora.- indicó el hombre. Dirigiéndose por fin hacia la puerta.
-Es por aquí- les indicó cuando entraron. Señalando una angosta escalera metálica adosada a la pared, que conducía a una especie de altillo donde al parecer estaban las oficinas.
-¡Joder¡- gruñó Nico por lo bajo. Oyendo los crujidos que emitía la estructura metálica de la escalera apenas empezaron a subir.
-Lleven cuidado-  advirtió el hombre que iba delante.
-Tranquilo- respondió Víctor restándole importancia. Habían llegado arriba, a un pequeño y polvoriento rellano al que daban dos puertas. Por una de las cuales en ese momento, una mujer salía apresuradamente. Como perseguida por una retahíla de órdenes y reniegos que alguien le gritaba desde el interior del despacho.
-Necesito el listado de matriculas de las compras de los dos últimos días. Averigua a que hora traerán mañana el condenado pedido de neumáticos. Prepara más café y procura que esta vez se pueda beber. Consígueme también una aspirina.- enumero una voz en tono áspero. Mientras parada frente a la puerta, la mujer asentía nerviosamente. Deseosa sin duda de poder marcharse.
-Clara, perdone- la llamó el hombre.
-Si- respondió escuetamente ella. Mirándole con expresión contrariada.
-Pascual se fue a recoger la grúa y los señores han traído una furgoneta. ¿Crees que el señor Egea podrá atenderles ahora?- preguntó el hombre en tono dubitativo. Haciendo que la mujer esbozara una mueca de fastidio, acompañada por un profundo suspiro. –Veamos- gruñó por lo bajo. Antes de volverse hacia el interior del despacho con gesto resignado.
-Perdone señor Egea. Izquierdo esta aquí con unos señores que han venido a ofrecer un vehículo.- comunicó.
-¡Izquierdo! ¡Señores!- las palabras sonaron como ladridos. – Pero que demonios ocurre aquí. Es que me tengo que ocupar yo de todo. Hoy no hay nadie más trabajando.- siguió bramando el vozarrón. 
-Su hermano fue al notario y Pascual esta con lo de la grúa.- interrumpió la mujer en tono impaciente.
-Esta bien que pasen- consintió la voz con evidente desgana.
-Adelante- dijo la mujer con cierto alivio. Aprovechando para escapar rápidamente escaleras abajo.

El minúsculo despacho parecía incapaz de albergar la inmensa humanidad de su único ocupante y el penetrante y pegajoso olor a sudor.
-Bien, señores. El señor Egea les atenderá- dijo Izquierdo haciendo ademán de irse.
-Quédate- gruñó su jefe -¿En qué puedo ayudarles?- inquirió a continuación. Parapetado tras la desvencijada mesa de despacho, atestada de viejos papeles que parecían apilados sin orden ni concierto. Sus ojos inquisitivos miraban a los chicos como si fueran a atravesarles.
-Venimos por lo del anuncio- respondió Nico haciéndose cargo de la situación, con aquel clásico desparpajo suyo.
-Ya- asintió escuetamente el hombretón rascándose la barbilla mal rasurada.- Veamos lo que hay- añadió con desgana alcanzando un grueso legajo que abrió frente a el con un toque de reverencia. El tocho de fotocopias burdamente encuadernado. Parecía una especie de guía o catalogo repleto de fotos borrosas, columnas de cifras y anotaciones a mano.
-¿Traéis los papeles? – preguntó entonces, clavando la mirada en el abultado sobre que Víctor traía bajo el brazo.
- Esta todo- dijo Nico haciéndose con el para pasárselo. – Es una Mercedes, si quiere puede salir a verla hemos venido con ella-.
-Tiene jodido el tubo de escape y los neumáticos desgastados, pero por lo demás funciona como la seda.- explico Víctor considerándose en la obligación de intervenir. Un certero codazo en las costillas le hizo enmudecer al instante. – Cierra el pico.- Decía la fulgurante mirada que Nico le lanzó sin el menor disimulo. Mientras que el gordo que iba a lo suyo vaciaba el sobre comprobando el contenido. Documentación, ficha técnica, permiso de circulación y medía docena de pólizas de seguro caducadas ordenadas cronológicamente.
-Anda este si que era un tipo ordenado.- comentó Izquierdo. Mientras los grasientos dedos de su jefe manoseaban los documentos. – De estos hay pocos la gente únicamente se preocupa de los papeles cuando empiezas a pedírselos.- añadió sin mucho énfasis.
- En la familia de mi amigo eso no ocurre, les gusta revisar hasta el más mínimo detalle ya ha visto como se conserva el vehículo.- apostilló Nico en tono zalamero esbozando su mejor sonrisa y dando unas amistosas palmaditas a Víctor.
- Vale, aquí esta.- dijo entonces Manuel Egea. Que tras volver a meter todos los papeles en el sobre había estado hojeando rápidamente su libraco. – Mercedes año ochenta y seis.- leyó antes de alzar la vista y clavarla en Víctor ignorando deliberadamente a Nico.- Te doy ciento treinta mil pesetas ahora mismo, en efectivo. Del papeleo se ocuparan en la gestoría.- aquella parrafada, aparte de ser la más larga que había pronunciado hasta el momento. Parecía equivaler a un ultimátum que dejara zanjado el asunto. No era una oferta o una propuesta sobre la que negociar. Era un lo tomas o lo dejas.
- Ciento treinta mil.- repitió Víctor un tanto desconcertado.
- Exacto, ciento treinta al contado pago inmediato en cuanto rellenemos los papeles. Las tasas y los gastos son cosa nuestra.- corroboró Egea en tono maquinal. Cerrando el libro y cruzando las manos sobre el. Nico reaccionó al instante intentando meter baza.
-Oiga no debería ver antes la furgoneta. La oferta no esta mal.- Comentó conciliador.- Pero apuesto a que pocos vehículos de los que tiene, se encuentran en el estado de este. Eche un vistazo y vea si puede subirnos algo la cifra. Vamos hombre échele un vistazo. ¿Qué le cuesta?- propuso tratando de mostrarse persuasivo. Haciendo un gesto hacia la puerta e intercambiando una mirada con  Víctor. Quien por un momento incluso llegó a pensar que lo que su amigo esperaba era ver como el gordo bajaba la dichosa escalera. Egea, que de pronto pareció haber interpretado lo mismo dio una palmada en la mesa mientras se revolvía inquieto.
-Cuesta un tiempo que no tengo.- zanjó el gordo con un bufido molesto. -Este catalogo – añadió. Dando golpecitos sobre la tapa con un dedo grueso y sucio.- Trae unos varemos bastante detallados sobre el tipo de vehículos que nos interesan. Basándose en el modelo, los años y el uso que se les ha dado. Se calculan unas cantidades mínimas y máximas para fijar un precio de mercado. Vuestra Mercedes vale ciento treinta mil. Esa es mi oferta.- concluyó con desgana su perorata aleccionadora.
-Esos criterios resultan muy rígidos. Su anuncio decía que la tasación tendría en cuenta las prestaciones de cada vehículo.- apuntó Nico puntilloso. Reacio a que la cosa pudiera quedarse así.
- Exacto, y también decía, no importa estado.- rebatió el gordo al instante.- Vuestra furgoneta tiene un valor de mercado y es este. – Zanjó sin dejarse persuadir.- No necesito revisar vuestro vehículo. Con la cantidad de furgonetas que me ofrecen cada día tengo de sobra donde elegir.-
- Eso no se lo discuto, seguro que le traerán de todo, pero pocas en el estado de esta. Tiene noventa y siete mil kilómetros reales y con un pequeño repaso usted le podrá sacar mucho partido.- dijo Nico con impaciencia.
-Por Dios seguro que le saca cien mil solo por el motor.- añadió Víctor en tono contrito.
- Coño, perfecto si al final va a resultar que estoy rechazando una ganga.- ironizó Egea con sorna.
- Puede estar seguro. Pregúntele a el si no.- dijo Víctor señalando a Izquierdo. Que intentó apartar la mirada con gesto culpable.- De todas formas que importa, la verdad es que tampoco tengo demasiado claro el vendérsela. Intentaremos apañarnos por otros medios, gracias por su tiempo y disculpe las molestias.- dijo recogiendo los papeles. Nico parecía deseoso de decir algo más pero no lo hizo. Su amigo tenía la última palabra.
-Vosotros decidís- gruñó el gordo.-¿Lo de los kilómetros es cierto? – inquirió de pronto en tono suspicaz. Mirando a Izquierdo con expresión astuta. Quizás después de todo, se le había ocurrido que tal vez la cosa pudiera valer la pena. Parecía decir la mirada que Nico le lanzó a su amigo.
- Se la ve muy entera.- asintió el mecánico un tanto dubitativo. Sin saber muy bien que esperaba su jefe. –Si quiere podría echar un vistazo al motor- añadió finalmente. Rehuyendo la mirada de los dos chicos.
-Miren lo que quieran. Los kilómetros están ahí para verse son los reales, no hay truco.- intervino Nico. Tomas Egea asintió levemente como calibrando la cuestión, mientras volvía a rascarse el áspero mentón. – Ea pues- refunfuño abriendo nuevamente el libro que parecía tener para el, el valor de un Evangelio apócrifo.-Vuestra furgoneta es de una de las últimas gamas que se fabricaron de su modelo.- Verificó, cuando tras un breve recorrido sus dedos localizaron nuevamente la información que aquella especie de Biblia automovilística tenía sobre las furgonetas Mercedes.- Si tenemos en cuenta este detalle y la opinión de Izquierdo quizás pueda haceros otra oferta.- Claudicó Egea en tono sombrío y gesto resignado.- Subiré hasta ciento cuarenta y cinco mil y ni una más. De acuerdo, querías una segunda valoración pues que sean tres mil durillos más. Pero que conste que estoy saltándome mis normas.- zanjó en un tono conciliador.
-Es una buena oferta pensadlo bien.- añadió Izquierdo, creyéndose en la obligación de apoyar el gesto magnánimo de su jefe. Nico también estuvo apunto de decir algo pero se contuvo esperando la reacción de su amigo. Víctor parecía haber sabido jugar bien sus cartas. Abría que ver como decidía resolver el asunto, no parecía probable que el gordo volviera a mejorar su oferta.
-En el fondo creó que me habéis caído bien.- sentenció Egea. En un tono que no pudo sonar más cínico. Mirándoles alternativamente a uno y otro.
-Guau. Ciento cuarenta y cinco, menudo ofertón. Seguro que le hemos caído la mar de bien. Aunque ya puestos se hubiera podido alargar al menos hasta ciento cincuenta, por aquello de redondear. - comentó Víctor con idéntica dosis de ironía. Conteniendo con un gesto a su amigo que parecía deseoso por intervenir.-Ciento cincuenta mil. Supongo que eso es cuanto tenía pensado ofrecerme desde un principio. Cual es el tope ciento cincuenta, ciento setenta. Doscientas tal vez por un modelo más grande o moderno. Apuesto que doscientas es lo máximo por bien que pueda estar el vehículo.- remató Víctor con resignación – Lo demás es puro paripe un regateo para ver de soltar cuanta menos pasta posible.- comentó adivinado el juego de Egea. Quien dejó escapar una media sonrisa antes de asentir con suficiencia.
-Bueno chico ya sabes como son estas cosas los en negocios uno siempre a de intentar sacar el máximo partido posible. Es lo que hay.- respondió Egea tomándolo con gesto solemne.
-Pero se puede ir de frente. No es necesaria tanta palabrería barata.- se lamentó Víctor.
-Ya vale chico. No me vengas con milongas. Es lo que hay- atajó Egea con gesto hosco y desafiante. -Esta bien usted gana, es toda suya. – aceptó resignado. Dejando sobre la mesa el sobre con los papeles.
-Bien que sean ciento treinta entonces- dijo el gordo. Chasqueando la lengua y esbozando una mueca desafiante.
-¡Ciento treinta! – saltaron los chicos al unísono.
-Habíamos quedado en ciento cuarenta y cinco.- protestó Víctor.
-Es lo que acababa de ofrecernos ¿Recuerda?- apostilló Nico con gesto vehemente. Sin inmutarse Egea les contuvo con un gesto mientras en sus labios afloraba una sonrisa maliciosa.
-Lo siento en el alma. Pero el momento de las ciento cuarenta y cinco ya pasó, es historia.- anunció el gordo con sorna. Al tiempo que chasqueaba los dedos con gesto teatral. –Así que volvemos a hablar de mi oferta inicial.- aclaró en tono malévolo.
-¡Como que la inicial!- rezongó Nico furioso –Usted mejoró esa oferta. Ofreció ciento cuarenta y cinco y mi amigo la aceptó. Ahora no puede pretender desdecirse.- porfió en tono desafiante. Al que el gordo respondió soltando un violento puñetazo sobre la mesa. Mientras les clavaba una mirada de odio.
-De manera excepcional yo ofrecí mejorar mi oferta como muestra de buena voluntad. Pero tu amigo la desdeñó y me soltó una perorata moralista. No veo por que tenga que mantener una oferta que me restregó por la cara.- atajó Egea en tono resuelto – Ya dije que esto es un negocio y esto un mundo de adultos. Haberse parado a considerar sus opciones antes de ponerse a soltar sandeces. En la vida real saber cuando a uno le conviene tener la lengua quieta es algo que se debe tener siempre en cuenta.
-Esto es una vergüenza podríamos denunciarle.- amenazó Víctor rojo de rabia.
-Pues claro, por supuesto que podríais.- se burló el gordo- Pero sería una tontería esto no es más que un tira y afloja entre comprador y vendedor. De los que los hay a cientos todos los días. Vosotros queréis vender por un precio y yo comprar por otro. Que nos pongamos de acuerdo o no eso ya es otra cosa. Nadie dice que yo sea vuestra única opción para vender la furgoneta.- expuso tranquilamente. Recostándose en la silla que crujió de forma alarmante. – Pero mi oferta se queda en ciento treinta mil y ni una más. Con tiempo podéis buscar otra mejor. O acabar de una vez y salir ahora mismo de aquí con el dinero. Hablad no puedo seguir perdiendo el tiempo.- sentenció chasqueando los dedos.
-Que le aproveche.- respondió Víctor con tono resignado. Bajando la cabeza y empujando el sobre hacia el gordo. Quien esbozó una sonrisa triunfal e hizo un gesto a Izquierdo.
-Dile a Clara que haga venir a Benito con el dinero y el contrato.- le ordenó. Adoptando de nuevo la expresión apática y taciturna con que les había recibido.- Estará todo listo en un par de minutos.- gruñó mientras guardaba su libro.
-Puedes pensártelo.- dijo Nico. Acercándose a su amigo con gesto abatido.
-Déjalo ya esta hecho. Acabemos con esto.- respondió Víctor -Solo espera voy mientras a por mis gafas de sol, las deje en la guantera.- se disculpó yendo hacia la puerta.
- Las coges luego, cuando salgamos.- apuntó Nico algo desconcertado.
-Tranquilo, será un momento.- insistió víctor- Así me despido de ella.- confesó. Desviando la mirada para no ver la expresión resignada de Nico, que en el fondo estaba temiendo que pudiera echarse atrás.
Benito resultó ser un tipo calvo y regordete de expresión huidiza. Que parecía estar esperando que en cualquier momento alguien fuera a atacarle por la espalda. Era curiosa la inseguridad que mostraban tener todos los empleados del Señor Egea. Especialmente ante su maciza presencia.
- Este es el recibo justificante de pago, esto es el cambio de nombre y aquí tienes el dinero. Solo tienes que contarlo y firmar.- indicó Benito con ademanes pausados tendiéndole a Víctor un bolígrafo.
-No será necesario contarlo. Ciento treinta mil tal cual esta.-dijo este. Mirando alternativamente los papeles y al gordo que parecía ignorarles.-Acabemos con esto.- suspiró. Estampando sendas rubricas apresuradas donde le habían indicado. Acababa de regresar trayendo sus gafas y parecía nervioso y contrariado. En el fondo como bien sabía su amigo era un sentimental.
-Ha sido un placer.- dijo el gordo sin mucho énfasis, a modo de despedida. Cuando Víctor le devolvió a Benito su bolígrafo y trató de esbozar una desangelada sonrisa. Desde luego las sutilezas no eran lo del Señor Egea.
- Igualmente.- saltó Víctor al instante.- Anda veámonos que se nos va a hacer tarde. Adiós, buenas tardes y gracias por todo.- añadió atropelladamente, tirando de su amigo que parecía desconcertado.
-Pero que demonios..- protestó Nico mientras salían.- suéltame tío que puedo andar solo.- barboró desasiéndose de la presa que Víctor había cerrado sobre su brazo para arrastrarle fuera del despacho.
- Lo siento. ¿Te he hecho daño? Ha sido sin querer- se disculpó Víctor sin dejar de caminar.
- Tranquilo hombre, no ha sido nada.- aceptó Nico- Pero hay que ver que prisas te han entrado de repente. Ni siquiera has contado el dinero.- rezongó disgustado arreglándose la chaqueta y sacando las llaves de su moto. Estaban saliendo de la nave y ante ellos se agrupaban los viejos vehículos que habían ido quedando en manos de Egea. Ruperta aguardaba su turno para unirse a ellos, allí donde la habían dejado. Pero Nico se quedo pasmado al verla.

- Coño.- exclamó clavando la mirada en Víctor que sonreía con traviesa expresión.
La furgoneta parecía haber sufrido el paso de unos vándalos y su estado era patético. Le faltaban los retrovisores, los faros y hasta la manecilla de una de las puertas. El tapón del depósito estaba machacado y una extensa raja cruzaba el parabrisas partiendo desde uno de sus extremos. Allí donde el pesado mazo había impactado con certera precisión. El arma del crimen permanecía apoyada algo más allá contra un montón de ladrillos apilados.
-Ese tío me la estaba pegando, no me dejo otra opción. Si el no quiso mantener su oferta. No veo por que yo no podía cambiar la mía. Solo he seguido las normas que rigen en su mundo de adultos.- aclaró Víctor con un amargo deje irónico- Además, aun así  seguro que sigue ganando pasta. Y como el muy bien se ha encargado de recordarnos una y otra vez no necesitaba ver la furgoneta. El anuncio especificaba claramente no importa estado.- remató con sorna, echándose a reír satisfecho. El gordo se lo tenía bien merecido.